Colisión

Vale_Roes tarafından

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Todo empieza en el instante que sus miradas colisionan en un encuentro inevitable. Ana no se permite a sí mi... Daha Fazla

Dedicatoria
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Nota del autor

Capítulo 3

87 12 4
Vale_Roes tarafından

—¿Ya estudiaste para el examen de mañana?

Su mejor amigo la observaba con ojos curiosos, sentado a su lado. Ella asintió con la cabeza.

—¿Y la investigación?

Ella volvió a asentir con una sonrisa.

Él se encogió un poco.

—¿Me la podrías pasar?

Lo miró con una ceja enarcada y soltó un bufido mientras sacaba de su bolso el cuaderno y se lo entregaba a él.

Sonrió de oreja a oreja y empezó a copiar. Ella lo miro de reojo, estas semanas había estado un tanto ocupado, las clases extracurriculares le exigían demasiado, o tal vez lo justo, no lo comprendía bien porque no se animó a inscribirse luego de ver lo atareado que se encontraba, su situación fue suficiente para infudirle cierto temor, con las clases, las tareas, y además las actividades de las clases de música dudaba que a el pelinegro le sobrará algo de tiempo.

Su lápiz se paraliza en su mano y le devuelve el cuaderno a Anh no sin antes murmurar un "gracias".

Lo mira de reojo. Analiza su comportamiento. Lo hace a menudo, aunque casi siempre el papel es al revés, él la analiza a ella con mucho más detalle. Un observador por naturaleza.

Ana solo lo hace por aburrimiento y sin ser capaz de leer las expresiones con tanta habilidad. Suspira, su mirada se dirige al frente, el profesor ya ha llegado, lo cual es un aviso para centrarse.

—Anandha.

Escuchar su nombre hace que se levante de inmediato, recoge su examen y le agradece al profesor con rapidez para centrarse en el número escrito en la esquina.

Frunce el ceño. 15/20. Sus ojos dan una repaso veloz a la hoja buscando el error.

Joshua golpea su hombro. A propósito. Una risa causa que algo tire en su pecho.

—Si no obtienes una calificación perfecta, no sé que le espera a los demás mortales.

Suelta con el sarcasmo empapando cada palabra.

¿Debería ofenderse por la clara distinción entre ella y los demás? Es un halago.

O al menos eso piensa hasta que el chico le restriega su examen, con un 20/20 más 2 puntos extras.

Ahora sí quiere gritar.

El castaño la está observando a los ojos, con un destello atrevido en la mirada. Un juego. Un reto.

Una de las esquinas de su labio se eleva con sutileza y lleva inscrita un desafío.

La está retando. A ella. Sin ningún descaro.

Ella sonríe en respuesta.

—Cuánta ventaja llevas.

Murmura, el castaño alza la vista, sus miradas se encuentran por un breve instante. Un breve instante en el que siente una excitación floreciendo en su estómago. El sentimiento de competitividad resurgiendo y el ardiente anhelo de ganar. Admiración, en una cantidad limitada, por su confianza en su propia habilidad.

—A la cima se llega con pequeños pasos.

Farfulla y su hombro vuelve a chocar con el suyo cuando pasa a su lado.

Anh suelta una risa suave.

Eso le pareció un comentario patético pronunciado por un niño de primaria.

Niega con la cabeza. Se ha encontrado con niños de primaria que insultan mejor que ella.

Visto desde esa perspectiva, cualquier persona puede insultar mejor que ella si se lo propone, dado que en primer lugar, no recurre a los insultos.

En la gran mayoría de los casos.

Con pocas excepciones.

Mínimas.

Ana regresó a su asiento, preguntándose cuántos tornillos le faltaban al castaño y si es la misma cantidad que a ella. Por ahora, parece que él va ganando.

El profesor explicó lo que se haría en la próxima clase, y resolvió algunas dudas antes de despedirse. Justo, en el momento que el profesor abandona el aula, otro entra, sonriente, saluda y sin perder tiempo empieza a dar explicaciones, la pizarra se llena de esquemas, palabras que se conectan y dibujos que le agregan más sentido, sus ojos se pierden en la explicación mientra ella le busca sentido a cada concepto y definición y lo modifica para comprenderlo en su totalidad, busca conexiones o cómo ese tema puede relacionarse al anterior con la intención de que la información se mantenga guardada por más tiempo.

Esther le pide un marcador y ella se lo desliza por la mesa, mientras su atención sigue centrada en terminar de apuntar algunas palabras clave.

La clase termina. El profesor abandona el aula. Los estudiantes se levantan de sus asientos, toman sus bolsos y salen, y ella permanece en el mismo lugar, sola con sus pensamientos.

Se levanta con sutileza del asiento, toma su bolso y camina con parsimonia hasta el fondo del salón, mira a través de la ventana, una sonrisa se forma en su rostro al ver el cielo. Un imponente azul prístino con nubes del color de la nieve, el blanco más puro y precioso se extiende y forma ondulaciones en la bóveda azul. Un jadeo escapa de sus labios.

Es imposible no maravillarse ante el milagro de tener la oportunidad de ver semejante retrato.

Un pensamiento fugaz acude a su mente:

No se trata de la belleza que posee, se trata de los ojos del observador que la admira.

Y por un segundo, la revelación la deja flotando en el aire, parpadeando una y otra vez.

Saca su diario con rapidez y plasma esas palabras.

Palabras. Cuánta magia pueden ser almacenadas y transmitidas con ellas.

Luego vuelvo a cerrar el pequeño diario que cumple la función de un poco de todo. Tiene dibujos y bocetos sin terminar, pinturas que se le ocurrieron de la nada, ideas que surgieron de repente en una noche fría y solitaria, palabras, las páginas se encuentran empapadas de ellas, repletas de pensamiento tras pensamiento. Pronto cierra la libreta y la vuelve a dejar en su bolso, dejándose llevar por la revelación que sigue formándose en su mente.

Se da cuenta que no siempre trata sobre que tan impactante o hermoso sea algo, de nada sirve esa belleza si el observador la pasa por alto, no la aprecia, no la valora, ¿Disminuye la belleza o el efecto que causa? En absoluto, el problema está en los ojos que no saben apreciarla y la dejan pasar por algo corriente.

Tal vez si todos vieran con ojos maravillados y fascinados la vida, todo sería diferente.

La puerta se abre, unos pasos resuenan en el salón vacío y la puerta se cierra. No voltea. Percibe una mirada posada en ella. No le da importancia. Sus ojos se mantienen en el cielo.

Las lágrimas humedecen sus ojos. Mientras se recuerda a sí misma que es solo un número, una calificación sin importancia que no demuestra quién es, que no demuestra sus capacidades y habilidades.

No se preocupen por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Filipenses 4:6

Suspiró al pensar en ello.

Si ella no es perfecta, si no es la mejor de la clase, si no es la primera en alzar la mano cuando el profesor hace una pregunta, si no entrega todo a tiempo, entonces ¿Quién es?

¿Y por qué permite que eso la defina? ¿Por qué deja que toda su identidad recaiga en algo tan ínfimo?

La pregunta se mantiene en el aire, unos segundos pasan, parpadea y una imagen se reproduce debajo de sus párpados llevándola a un lugar desconocido ¿O no?

Una lluvia de estrellas yace frente a sus ojos, escucha un susurro. No está sola. No se siente sola.

Se queda estática. Ante la belleza que sus ojos tienen el privilegio de admirar.

Y algo tira de ella devuelta a la realidad, confundida, parpadea varias veces, ¿Qué? La realista imagen se repite una y otra vez en su mente como si de una alucinación se tratará, tal vez lo fue.

Aparte de fracasada, esquizofrénica.

—Que bonito.

Piensa para sí.

Un suspiro abandona sus labios y por fin se digna a voltearse, pensando que quién sea que se encontraba en el salón ya ha salido. Para su mala suerte, se ha equivocado.

El castaño se encuentra mirándola con fijeza, ladea la cabeza con sutileza, juguetea con sus dedos. Ella lo mira de vuelta. Algo extraño sucede. Electricidad. Eriza el ambiente. Eriza el vello de sus brazos. Y Anh se asusta, porque su corazón se ha acelerado.

—¿Qué haces aquí?

Pregunta, a la defensiva y de inmediato se arrepiente del tono en que lo dijo, aprieta lo ojos, percatándose de su error y que no había necesidad de ser tan grosera.

—Perdón.

Balbucea, y corre tan rápido como puede a la entrada, sintiendo la mirada del castaño sobre ella.

Se interpone en su camino.

Anh alza la cabeza para poder mirarlo a los ojos. No va a demostrar que una pizca de incertidumbre se desliza y retuerce en la boca de su estómago por que están solos. Porque el fácilmente podría acorralarla y decirle algo y empezaría a llorar, y las lágrimas que esta intentando contener ahora saldrían sin remedio. Se siente vulnerable. Y él no puede saberlo. No.

Traga saliva y lo observa.

El chico le devuelve la mirada, es profunda, oscura, intimidante, pero ella no permite que él vea lo que produce en ella, se convence a sí misma que si finje no tener miedo él no podrá olerlo. O eso espera.

La mirada de el castaño la repasa, y sus ojos se iluminan con algo que ella no es capaz de descifrar, algo que se asemeja al sentimiento de haber descubierto un elemento químico, con la diferencia que ella no es capaz de comprender la razón de dicha emoción.

—No sabía que hablarás sola.

Y siente sus mejillas calentarse, al darse cuenta que dijo su pensamiento en voz alta.

—Sí. Lo hago. Todo el tiempo.

—¿Ah, sí? ¿Le hablabas al cielo? ¿O al pájaro apoyado en la ventana?

Ana contiene el impulso de rodar sus ojos, se siente confusa y no comprende en que le afecta si habla sola o no.

—No. Hablaba con la chica de la esquina. Nadie más puede verla. Siempre se sienta al fondo y es triste que se la pase tan solitaria todo el tiempo. Al menos corre con la ventaja de que al ser invisible, ningún estúpido le dirige la palabra con preguntas absurdas.

Los ojos del chico se abren al no esperar esa respuesta y la chica pelinegra se regocija en esa reacción. Le enseña la sonrisa más dulce que puede forzar y se despide, no sin antes escuchar un murmullo que el castaño pronuncia con toda la intención de que ella lo escuche.

—De que manicomio la han sacado.

—Del mismo que a ti.

Replica, con una sonrisa.

El castaño la fulmina con la mirada.

No sin antes susurrarle.

—Cuidado por donde pisas.

Y acto seguido, se tropieza casi cayendo de cara al piso, el castaño pisó los cordones sueltos de sus zapatos. Ella gruñe en respuesta y el castaño estalla en una carcajada que lo único que consigue es irritarla, contiene la furia, se la traga, y respira para luego bajar las escaleras y salir al patio esperando que el viento logre calmar la rabia que arde dentro de ella. Se ata los cordones de nuevo, la próxima estará más atenta.

La culpa sigue siendo del castaño.

Se detiene en medio del patio. Su corazón late con dolorosa desesperación. Cuán fácil sería poder dejarle la responsabilidad de su vida a alguien más. O dejar que otros carguen con la culpa. Traga saliva. No puede. Por mas que un deseo pudiera volverse real, no puede.

Intenta centrarse, intenta centrarse en el presente, en el cielo azul, en el verde intenso de las hojas que cuelgan de las ramas, hace un esfuerzo para obligarse a sí misma a perderse entre colores, formas, en la belleza.

Solo que esta vez no funciona, y no deja de pensar en que sucederá cuando llegue a casa.
_____________________

Las clases se han terminado. Y aquí empieza la parte menos grata de su día, ¿no?

No lo sabe con certeza. Le encanta estar sola. Es medicina para su alma, recarga la energía perdida en el día y le permite mejorar y enfocarse en otros aspectos que ha descuidado por una u otra razón. Le encanta tener la casa para sí, el problema es que deja de sentirse acogedora luego de las diez de la noche. La hora más probable en la que su papá puede llegar, aunque casi siempre lo hace más tarde, y ella cada vez se esfuerza más por irse a la cama horas antes, casi siempre a las siete y media ya se encuentra durmiendo.

Se repite cada día la importancia de dormir ocho horas, solo que se hace complicado. A veces se acuesta más temprano, a las seis, justo cuando llega de la escuela, intentando dormir tanto como le sea posible antes de que él llegue. Una vez que lo hace ella debe despertarse, quiera o no, y vigilar que haya cerrado todas las puertas o no incendie la casa con ella adentro.

Recuerda una ocasión en la que se levantó a las cuatro de la madrugada como le era costumbre, y el humo que cubría su habitación apenas le permitía respirar. La noche anterior el había llegado tan ebrio, que encendió la cocina y se quedó dormido. Ella se encontraba agotada, lloriqueó de la frustración hasta quedarse dormida para a la mañana siguiente despertar sin apenas poder respirar.

Se sentía cansada, cansada por no dormir suficiente, cansada de la vida que se veía en la obligación de llevar. Un suspiro tembloroso abandonó sus labios.

Se repitió que tenía opciones, que era cuestión de decidir, siempre las había, pensaba que si se lo repetía cada día se lo creería.

"Solo un año más" se susurró a sí misma como una clase de consuelo.

Pero no lo era.

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