La Musa de Fibonacci

由 Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... 更多

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
4 DAN
5 SHANNON
6 DAN
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
13 DAN
14 SHANNON
15 SHANNON
16 DAN
17 AURELIO
18 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

19 SHANNON

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由 Isabelavargas_34

Apenas se ha cerrado la puerta de la habitación tras nosotros, Dan se gira hacia mí. Puedo apreciar el brillo en sus pupilas incluso en la penumbra. También noto su respiración agitada, como si, en lugar de haber subido en el ascensor, lo hubiésemos hecho por las escaleras y a la carrera. Si no tuviera la certeza de que no se droga, pensaría que está colocado.

La vista de Dan resbala por todo mi cuerpo de manera casi errática hasta que sus ojos recalan en los míos, que le sostienen la mirada; una mirada que esconde algo que, desde que lo he visto pintar en la exposición, aún no he logrado descifrar.

—No has querido quedarte a la subasta —digo en voz alta.

Dan niega con la cabeza antes de contestarme.

—No. He dejado encargado a Francisco, nuestro amigo librero. No quería que nadie más viera las obras.

Sus palabras me sorprenden, pero antes de que pueda contestarle, me toma de la mano y tira de mí hacia el interior. Trastabillo un poco hasta que logro adecuar mi paso al suyo.

—No vamos a borrar tu espiral; por suerte, ya se ha secado —asegura comprobándolo por sí mismo al pasar sus dedos por mi piel pintada—. Tú eres mi obra de arte; mi musa. Tardé en entender la relación, en descubrir por qué estabas en mi vida, y ahora sé que has sido un regalo del Cielo, que representas en mi vida la perfección. Sin embargo, yo... —Parece dudar—. No podré darte más de lo que ya te he dado. —Su tono de voz ha cambiado por completo; parece derrotado y abatido, incluso veo un tinte de tristeza en el fondo de esos ojos que conozco tan bien.

—No digas tonterías. No...

—Nunca he llevado tanto la razón como ahora —me interrumpe.

Deambula unos momentos por la habitación. Sus manos despeinan su corto cabello en un gesto algo desesperado.

Doy un paso hacia él, pero me detengo.

—Dan, ¿qué ocurre?

Él mira a su alrededor mientras busca algo.

—Tengo que tomarte la última foto —dice, más para sí mismo que para mí—. La última foto.

Sus palabras resuenan como un latigazo y hacen eco en las paredes de la habitación. De un par de zancadas llega hasta donde ha dejado su maletín con el equipo fotográfico. Lo abre con maneras apresuradas y saca la cámara.

—En el armario tienes lo que debes ponerte.

Lo abro y ahí está. Colgada en una percha encuentro una combinación corta con la sujeción para las ligas y, a su lado, unas medias. Junto a todo ello, una delicada mantilla de blonda. Miro a Dan antes de acercarme. Con un gesto me invita a que tome las prendas y eso hago. Sujetándolas más fuerte de lo necesario, voy hacia el baño y me visto para Dan.

La combinación, que apenas cubre el inicio de mis muslos, es blanca, al igual que las medias, y el tejido de suave satén se ciñe a mi cuerpo como un guante y resalta cada una de mis curvas. En cambio, el velo es de un subido escarlata que contrasta con la inmaculada prenda que me cubre. Compruebo que no se ve nada de la espiral pintada por Dan en mi cuerpo, como si lo hubiera calculado milimétricamente. Tomo la mantilla y salgo.

—¿Qué quieres que haga con ella? —pregunto mientras se la tiendo.

Dan la toma de mis manos y señala con la cabeza en dirección a la cama.

—Ven aquí. —Lo sigo y me subo a ella—. Ahora, mantente de rodillas y vuélvete hacia mí.

Hago lo que me pide. Enderezo los hombros y la espalda y levanto la barbilla mientras mis piernas, ligeramente abiertas, me ayudan a mantener el equilibrio. Dan sacude la mantilla y, con un fluido movimiento, la coloca sobre mi coronilla para cubrirme el rostro con ella.

El delicado tejido de encaje cae sobre mis hombros y agacho la mirada, como si fuera una mujer de antaño que acaba de entrar a una iglesia y se inclina ante su Dios. No puedo evitar sorprenderme por la puesta en escena de esta composición. Tampoco sé qué quiere representar Dan con ella. Me siento perdida y, a la vez, expectante.

Dan se entretiene en colocar cada pliegue de la manera en que quiere plasmarlo en las fotografías. La impaciencia me puede.

—¿Tienes ya un tema para esta última foto? —pregunto con la esperanza de que arroje un poco de luz a mi turbación.

Las manos de Dan se detienen. Su estado de unos minutos atrás parece haberse calmado, pero lo conozco lo suficiente para saber que esto solo es algo momentáneo y que, en su interior, la sangre bulle impaciente y rebelde.

—Sabes que eres mi musa, ¿verdad?

Asiento al instante.

—Claro.

Sus dedos se deslizan, perezosos, por uno de los dobleces del tejido. Lo hace sin mirarme, concentrado en su propio movimiento.

—Eres mi inspiración. Como lo fue la muerte para muchos de los artistas que me precedieron en el tiempo —comienza diciendo. Su tono de voz, algo introspectivo, hace que un escalofrío me recorra la espalda de arriba abajo. Toma aire y continúa—. La muerte hace que olvidemos los errores y eleva la belleza. Yo... Yo he cometido muchos errores, Shannon.

Trato de tomarle la mano, pero se escabulle antes de que pueda tocarlo.

—No digas eso.

Él vuelve a asentir, aunque no estoy muy segura de que me haya escuchado.

—La muerte ensalza lo más bello que tenemos, la vida. ¿Sabes que el negro no es un color, sino la ausencia de todos ellos? Del mismo modo, la muerte es la ausencia de la vida, y la ensalza precisamente acentuando esa ausencia. —Da un paso hacia atrás, toma la cámara de la mesa y apunta hacia mí con su gran objetivo—. Dame lo más bello que tengas, Shannon, y, a cambio, te daré lo más bello que tengo. No necesito verte, no es tu cara lo que quiero mostrar, sino tu alma. Déjala salir, flotar, déjame sentir todo eso que no es posible captar con la mirada.

De modo que por eso me ha tapado. Escucho el primer disparo, al que siguen varios más, en ráfaga. Trato de adecuar las poses mientras me muevo ligeramente. La luz es bastante tenue, pero asumo que él la prefiere así.

Dan se mueve a mi alrededor. Cambia de ángulo una y otra vez y continúa pulsando el botón como si la vida le fuera en ello. En un momento dado se detiene y, de improviso, se dirige hacia las cortinas y las descorre. La noche ha caído por completo y ha comenzado a llover, pero la luz de la calle entra por el amplio ventanal para bañar la habitación con un brillo cambiante y lúgubre, que percibo distorsionado por el velo que me cubre.

Me doy cuenta de que la aparente tranquilidad de Dan comienza a desaparecer, sustituida por la incipiente sensación de desasosiego que se entrevé en su manera de actuar y de conducirse. Se traslada de posición una y otra vez; dispara sin descanso.

Siento que me duelen las rodillas por aguantar la postura, pero no quiero decirle que estoy cansada. Han sido muchas emociones juntas hoy. Además, noto a Dan algo extraño. Seguramente, y para él con más motivo que para mí, esta sea su manera de exteriorizar la tensión de las últimas horas, previas a la exposición. Sin embargo, percibo algo raro a lo que no sé darle un nombre, algo que se me aloja en la boca del estómago...

Por fin, Dan deja la cámara sobre la mesa con tanto cuidado como si se tratara de cristal y fuera a romperse. Antes de acercarse a mí, me observa y siento que, con ese simple gesto, ya me está desnudando. Su mirada resbala por cada centímetro de mi piel, prendiendo a su paso la llama que siempre arde entre nosotros.

En cuanto se para frente a mí, extiende su brazo y retira el velo con un fluido gesto que me despeina. Alzo la cabeza, me aliso la melena y busco sus ojos.

Los hallo clavados en mí; duros, extraños... lejanos.

—Quiero hacerte el amor, Shannon.

Sus palabras entran por mis oídos como un pistoletazo que consigue encender el fuego de mi deseo. Antes de que pueda responderle, me encuentro encerrada entre sus brazos, que me aprisionan contra su cuerpo con fervor, mientras sus labios buscan los míos casi con delirio.

El beso con el que se apodera de mi boca es exigente, rudo. Noto sus dedos clavarse en mi carne con posesividad, pero eso solo hace que mi lujuria crezca sin medida. En un arrebato, muerdo su barbilla y el gruñido que abandona la garganta de Dan reverbera en mis oídos.

Noto que me empuja ligeramente y caigo hacia atrás sin oponer resistencia. En cuanto mi espalda toca el edredón, Dan se lanza sobre mí con hambre renovada. Lo abrazo con fuerza y él devora mi boca. Sus dientes arañan mi labio inferior y su lengua se abre paso sin tapujos hacia el interior de la mía.

Sin previo aviso, se incorpora sobre las rodillas y me mira desde arriba. Su pecho sube y baja con violencia y su mirada está completamente oscurecida. Sin decir ni una sola palabra, sus manos se ciñen a mi cintura y me acaricia con posesividad; las pasea por los costados, las sube por las costillas hasta que se ciernen sobre mis pechos. Cierro los ojos, echo la cabeza hacia atrás y me deleito con la presión que ejerce.

Sabe cuánto me gusta que se conduzca de esta manera, así que redobla sus atenciones con un poco más de ímpetu, el mismo que se irradia como un relámpago hasta un punto en concreto entre mis muslos. Sin más, retira hacia abajo el escote de la combinación y mis pechos quedan a su merced. Dan vuelve a amasarlos con avaricia. Cierro los ojos y dejo escapar un largo gemido que se convierte en un gruñido cuando noto que pellizca mis pezones, ya endurecidos.

Me revuelvo, pero él insiste, atrapándolos entre sus dedos y ejerciendo una ligera presión, la justa para que yo me deshaga bajo sus caricias.

—Durante toda mi vida he buscado la belleza —lo oigo decir con voz grave; una voz que se cuela por mis oídos y me hace estremecer. Giro la cabeza y encuentro que está mirándome—. He creído encontrarla gracias a las fórmulas matemáticas que uso para mis composiciones; la espiral áurea, la secuencia de Fibonacci..., pero estaba equivocado. La tengo ahora frente a mí. Eres la perfección. Mi musa. Mi Shannon. Eres mucho más que la belleza que cualquier artista aspiraría a encontrar.

Sus palabras son sentidas, incluso percibo emoción en ellas porque le tiembla la voz. Asiento sin dejar de mirarlo.

—Sí, soy tu musa. Tuya y de nadie más.

Sus manos vagan por mi cuerpo; descienden por mi vientre hasta que llegan al ruedo de la combinación, donde, sin mucho cuidado, suelta los enganches de las medias y lo alza para dejar a la vista el pequeño tanga que cubre mi sexo.

El finísimo elástico se rinde ante el fuerte tirón de Dan y la prenda pasa a mejor vida. En realidad, me alegro; prefiero que sus ojos se posen directamente sobre mí y sobre su creación y que vea el efecto que me produce saber que me desea.

—He tenido la suerte de encontrarte, Shannon. Ya no me queda más que buscar. Nada que encontrar. Ni nada más que dar.

Antes de que pueda contestarle, me separa las piernas y se instala entre ellas para que no pueda cerrarlas. Tampoco pensaba hacerlo; necesito que me toque, necesito que me lleve hasta lo más alto.

Al igual que si leyera en mí como en un libro abierto, sus manos, ásperas pero cálidas, vagan por mi vientre hasta resbalar hacia la entrada a mi cuerpo. Separa los labios y roza el clítoris. Me estremezco sin control y él repite su caricia una y otra vez hasta que creo que voy a explotar.

—Dan... ¡Oh, Dios!

—Dime qué quieres y te lo daré, Shannon —me dice—. Hoy soy para ti.

—Lo quiero todo. Dámelo todo.

Uno de sus dedos se introduce en mi canal. Siento mi propia humedad y cómo su caricia se desliza con facilidad hacia lo más hondo de mí. Otro más se une al primero y la sensación se eleva hasta el infinito.

—¿Quieres esto? Dime, ¿lo quieres?

—¡Sí! ¡Sí!

Las yemas de sus dedos rozan el punto más sensible en mi interior mientras que el pulgar golpetea el clítoris una y otra vez.

—¿Y esto?

—También —contesto, delirante por sus movimientos.

—¿Qué más quieres?

—¡Todo!

—¿Incluso mi vida? —pregunta.

—¡Incluso tu vida! —grito—. ¡Dámelo todo, Dan! ¡Date prisa!

Dan me obedece y sus dedos adoptan un ritmo infernal al entrar y salir de mí.

Con maneras desenfrenadas, Dan frota y pellizca el hinchado botón con insistencia. Sus acciones me enloquecen y la ola que se gesta en mis entrañas amenaza con engullirme entera.

Remuevo las piernas sin control y me contorsiono para que él encuentre un mejor ángulo. Y lo hace. Es delirio lo que noto que crece en mí.

—Hoy voy a darte todo lo que me pides —proclama con una solemnidad que me sacude—. Voy a hacer que te corras hasta que no puedas más; hasta que tus piernas no te sostengan y te duela la garganta de tanto gritar de puro éxtasis.

Sus dedos, ayudados por los fluidos que escapan del interior de mi cuerpo, continúan con esa tortura a la cual quiero verle ya el fin. Me agarro con fuerza a las sábanas, tanto que mis manos se agarrotan.

—Dan... Dan, por favor. Entra. Fóllame. —Mi voz está cargada de deseo. La escucho ronca y lejana, incluso para mis propios oídos.

Dan se retira y, cuando creo que va a acceder a mi plegaria, se inclina sobre mí y es su lengua la que toma el relevo. Me es imposible contener el grito que se forma en mi garganta. Me sujeta por las caderas mientras intensifica su asalto. Es incisivo, dedicado e insistente. Y cuando sus labios aprisionan la dura carne, ya no puedo contenerlo más y dejo que el orgasmo estalle y su onda se expanda por cada célula de mi ser.

La boca de Dan se retira cuando mi clímax aún coletea, pero sus dedos regresan para hacer que se prolongue.

—No puedo entrar en ti en esta postura, Shannon —lo oigo decir entre la nebulosa en la que se halla mi cerebro—. No aguantaría mucho sin correrme y quiero que antes lo hagas tú. Es tu noche, voy a darte todo lo que me has pedido.

Sin más, sus manos me toman de las caderas y hace que gire hasta quedar bocabajo en el colchón. Dan tira de mí y hace que levante la pelvis para que mi culo quede un poco elevado. Sus dedos resbalan entre mis nalgas y, húmedos con mis propios fluidos, traza un círculo rápido antes de introducirlos por mi culo de un solo envite. Mi cuerpo se tensa ante la inesperada intromisión. Gruño y dejo caer la cabeza hacia adelante.

—¿Ha dolido?

—Un poco —admito sin tapujos mientras lo noto dentro.

—Lo siento, pero no puedo esperar a ver cómo lo haces de nuevo, cielo. —Mueve sus dedos—. Hazlo para mí.

Entonces, sin esperarlo, siento cómo la punta de su polla se coloca en mi entrada y empuja para hundirse en lo más profundo de mi coño.

La doble penetración me hace apretar los párpados con fuerza. Me siento tan llena y tan repleta que respiro a bocanadas. Él se retira un poco solo para introducirse con más fuerza.

A tientas, busco apoyo en el cabecero de la cama para que me ayude a soportar sus embestidas.

—¡Dan! ¡Dan! ¡Sigue, por favor!

—Agárrate. No voy a ser cuidadoso ni tierno. No puedo —me dice con la voz algo ronca por el esfuerzo que, supongo, está padeciendo para no derramarse.

—No quiero que lo seas —confieso a la vez que separo un poco más mis piernas para afianzar la postura. Al hacerlo, Dan se hunde más en mi interior y eso me hace lanzar un largo gemido de placer—. Dámelo todo, Dan.

Tal y como le he pedido, Dan sale un poco para volver a entrar en mí, una y otra vez, cada vez con más fuerza, más profundo. Nuestros cuerpos entrechocan en un juego que tiene mil años y del que jamás me cansaré.

—Venga, cielo, hazlo de nuevo —lo oigo decir.

Su mano libre deambula por mi cadera y busca el hinchado y estimulado clítoris. No hace falta más que un ligero roce, que dibuja un círculo y un pellizco, para sentirme catapultada a las estrellas. El orgasmo me hace apretar los labios, tan fuerte que acabo mordiéndome. Dan sigue empujando mientras el clímax continúa. Parece no acabar nunca, pero, al fin, mi cuerpo se rinde y caigo de bruces sobre la almohada. Entonces, él abandona mi interior.

Extenuada, siento que vuelve a colocarme bocarriba. Trato de tomar aire, pero los alocados latidos de mi corazón me lo impiden. Las manos de Dan se mueven frenéticas por mi piel. Es como si estuviera memorizando cada centímetro de mí, como si estuviera trazando un mapa de mi cuerpo. Vuelve a masajear mis tetas con ambición y a apretar mis sensibles pezones. Sé que aún no tengo bastante de él. Necesito que comparta conmigo todo el placer que me está proporcionando; necesito que él también lo viva.

De nuevo, Dan se hace un hueco entre mis piernas, pero, en esta ocasión, me las levanta y las apoya sobre sus hombros mientras me sujeta las nalgas con ambas manos. Sin más, se entierra en mí de una estocada. Mi cuerpo lo reconoce y se adapta a él a la perfección. Sus movimientos son algo frenéticos, como si jamás antes me hubiera hecho el amor, como si quisiera dejar su huella dentro de mí.

Me muevo al son que él marca, pero no es suficiente.

—Dan... Espera.

Él parece no escucharme y continúa embistiendo. Tiene la mandíbula tensa, los ojos entrecerrados y respira muy rápido.

—Dan —repito. Él se aferra a mis caderas y arremete con más rabia.

—Shannon... No puedo parar.

En ese momento, el roce con mi clítoris se intensifica y un estremecimiento me recorre la espalda.

—No... No quiero que pares. Quiero ser...

No puedo acabar la frase. Resuelta a ser yo quien manda esta vez, lo empujo con ambas piernas y él cae de espaldas sobre el colchón. Me revuelvo y, tan deprisa como puedo, me monto a horcajadas sobre sus caderas. Antes de que pueda reaccionar, tomo su polla en mi mano, lo coloco en mi entrada y desciendo con fuerza sobre él.

La espalda de Dan se arquea sobre el edredón al sentirse sumergido en mí. Contiene el aliento para dejar escapar a continuación un gruñido, ronco y gutural.

—Shannon, por Dios. No me hagas esto.

Hago oídos sordos y tomo las riendas. Me muevo sobre él con energía; asciendo un poco, lo justo para que solo su glande quede dentro de mí y, al instante, vuelvo a bajar con brío. Repito el movimiento una y otra vez mientras noto una nueva urgencia crecer en mi vientre. Dan empuja a su vez, elevando las caderas con furia.

—Quiero que te corras ya, Dan. ¡Hazlo!

Él niega con la cabeza de manera convulsiva.

—Tengo que entregarte todo —murmura con los dientes apretados, al igual que sus párpados—. Tengo que entregarte todo —repite a modo de mantra.

—Pues dámelo ya —exijo sin dejar de moverme un segundo. El sudor cae por mi espalda y entre mis pechos mientras él me penetra una y otra vez sin descanso.

Sin saber cómo, Dan vuelve a intercambiar nuestras posiciones. A estas alturas mi cuerpo no puede presentar resistencia; todo lo que quiero es dejarme ir de nuevo y que él lo haga conmigo. Y, al fin, esa parece ser su intención.

Me separa las piernas tanto como es posible y frota mi clítoris.

—Estoy... a punto —lo oigo decir entre jadeos.

—¡Sigue!

—¡Quiero que lo recuerdes para el resto de tu vida! —me grita enfebrecido y casi sin control.

Me aferro a sus hombros y le clavo las uñas, desesperada por una nueva liberación.

—¡Lo haré! ¡Lo haré!

—¡Ahora, Shannon! ¡Ahora!

Sus palabras me disparan y un nuevo orgasmo me engulle. En ese momento, siento que Dan se tensa sobre mí y, tras un último empellón, se vacía en mi interior. Noto cómo su miembro se sacude y su cálida esencia me llena por completo. Convulsionamos abrazados mientras nuestros cuerpos comulgan en una unión perfecta que, como él desea, sé que recordaré el resto de mis días.

Unos segundos después, todavía sin aliento, Dan se retira hacia un lado y busca aire a bocanadas. Mientras, yo noto vibrar cada célula de mi ser, como la réplica de un terremoto, aunque mantengo los ojos cerrados. Son tantas las emociones que me asaltan que necesito unos minutos para procesarlas todas.

Si su objetivo era dejarme exhausta, lo ha conseguido. Creo que no puedo mover ni un solo músculo. Apenas puedo encoger los dedos de las manos o de los pies y todavía noto una palpitación constante entre las piernas.

Hago un esfuerzo y giro la cabeza hacia Dan. Mantiene sus párpados apretados y un rictus serio que, inmediatamente, me preocupa. Siempre que tenemos sexo, Dan necesita exteriorizar cómo se siente, sea cual sea su emoción. Este silencio me pone los pelos de punta.

La adrenalina va perdiendo la batalla y, al retirarse, llega el cansancio. Siento que los ojos se me cierran a la vez que los latidos de mi corazón van regresando a su ritmo normal.

—Dan —mascullo muy bajito.

Él tarda unos segundos en responderme.

—Dime.

Hago un esfuerzo y me giro para enfrentarlo.

—¿Estás bien?

Mis palabras parecen flotar en la habitación durante unos segundos. Dan deja escapar un largo suspiro y se gira a su vez.

—Estás cansada. Duérmete.

No me pasa desapercibido que no ha contestado a mi pregunta, pero tampoco quiero empujarlo a que lo haga. Acabo asintiendo y cierro los ojos. Sé que debería ir al baño, pero estoy segura de que no podría dar ni un solo paso.

—Creo que podría dormir un día entero —murmuro mientras me acurruco de lado.

Fuera está lloviendo y escucho el golpeteo de las gotas contra los cristales del ventanal; un ruido que me acuna y me envía sin remedio a los brazos de Morfeo.

Como la caricia de las alas de una mariposa, noto que las yemas de los dedos de Dan me rozan la mejilla, retiran un mechón de pelo y lo colocan tras mi oreja.

—Mi musa. Mi vida.

Suspiro con deleite y sonrío, perezosa, justo antes de que el sueño me venza.

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