Esclava del Pecado

Door belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... Meer

Prólogo
Personajes
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Alexandro POV'S

Es muy fácil perderse en Dalila; ya sea en la hermosa y dulce sonrisa que siempre adorna su rostro, los ojos grandes, los labios rellenos o en sus pómulos perfectos. Pero es aún más sencillo querer hundirse entre las curvas de su figura, su cintura y caderas, como también sus preciosos pechos.

No mentí cuando dije que ella es la mujer más hermosa que mis ojos han tenido el privilegio de ver.

Así que eso hago, me deleito con su belleza mientras la guío dentro de mi departamento, deteniéndome un momento para quitarme el abrigo y luego ayudarla a hacer lo mismo con el suyo. A medida que las mangas descienden por sus brazos no me resisto a tocar la piel cálida y delicada de sus hombros, admirando después la línea de su espalda expuesta. Sonrío al comprobar cómo es que una leve caricia de mis dedos sobre ella la tiene por completo erizada.

Nuevamente, mi vista divaga por su figura.

Este vestido le queda de maravilla.

—¿Crees que Andrea se molestó con nosotros porque nos fuimos?—La bella bruna gira la cabeza en mi dirección.

No es algo que me interese mucho si así fue, pero sabiendo de antemano cómo ella es, lo más probable es que sí. Quizás más tarde me encargue de apaciguar su humor enviándole uno de esos malditos mensajes de texto, y como la conozco, también le tendré que dar algún que otro regalo, eso suele bastar para calmarla.

Mi hermana, sin duda le tengo mi afecto, pero es tan caprichosa y mimada.

—Tal vez conmigo, pero no te preocupes por ti, le seguirás encantando—Le sonrío.

Eso también es cierto.

Andrea está fascinada con la bella bruna, y por algún motivo que no tenga la nariz operada es un asunto de relevancia, aunque no lo comprendo porque ella misma le ha dado unos cuántos retoques a la suya a lo largo de estos últimos años. Sin embargo no la juzgo, que haga con su dinero lo que le apetezca. No necesito más que ver a sus ojos para reconocerla, pero estoy exagerando, tampoco hemos llegado a ese punto siquiera, todavía guarda algo de su gesto aniñado e inocente.

Con pasos largos me distancio de la latina, cuelgo los abrigos en su respectivo sitio, y desabotono los puños de mi camisa, arremangado hasta los codos.

Es costumbre para mi vestir de traje, pero llega un horario del día en que las responsabilidades y largas horas de trabajo parecen pesar en las prendas que uso, y a veces está bien despojarse de esa carga, aunque recién en este tiempo lo he estado poniendo en práctica porque la verdad es que soy un enfermo de mantenerme ocupado. Jamás es suficiente dinero, nunca son bastantes tratos, el hambre de poder es insaciable.

Suspirando, es que me vuelvo a la bella bruna.

Dalila me corresponde la sonrisa y es ahí que noto lo nerviosa que está. Ella se remueve en sus zapatos, tomando una respiración profunda al conectar nuestras miradas, mordiéndose el labio inferior.

No tardo nada en acortar los metros que nos separan, sostengo sus mejillas entre mis palmas, dándole calor y tranquilidad con tal gesto. Es un poco confuso para mi cuando ella recuesta su delicado rostro en mi mano y mi corazón reacciona acelerado.

Inspiro hondo, recordando lo atrevida que fue conmigo en la ópera, su lengua rápida y retadora al exigirme que de una vez por todas le abra las piernas para follarla. Y sin embargo aquí está, ansiosa e inquieta, sin conocimiento en lo absoluto del significado de lo que me ha pedido.

Gruño ronco, inclinando la cabeza hacia ella, rozando nuestros labios en una caricia superficial.

Mi ceño se frunce por si sólo al oír su respiración agitada y como es que sus pequeñas manos se aferran al borde de mi camisa. No obstante tal como es Dalila, ella levanta el mentón, señal de que no se quiere echar para atrás, aún así quiero que esté lo más relajada posible. Quiero que lo disfrute al igual que lo hizo las veces anteriores, esta no tiene porqué ser la excepción a eso.

Me retiro unos centímetros contemplando la confusión parpadeando en sus ojos.

Está demasiado alterada, y es entendible, hemos hecho muchísimas cosas, pero ninguna se asemeja a hundirme dentro de ella, poseerla y marcarla.

—¿Por qué te alejas?—La leve arruga en su frente aparece. Mi dedo pulgar se pasea por su boca trazando el arco de cupido. Niego lentamente, repitiéndome que esto es lo correcto.

—Vamos a beber una copa de vino, charlar y distendernos—Ella ya está dispuesta a refutar—, y no está a discusión, porque no pienso tocarte hasta que estés lista.

Dalila suspira, aferrándose a mis brazos al mismo tiempo que medita lo que le estoy diciendo. Su intensa mirada desciende al suelo.

Me está costando mi autocontrol entero no tirarme encima de ella, llenarla de besos y meterme entre sus piernas, pero de hacerlo esta noche existe sólo una manera; ser paciente.

Si pude contener mi deseo antes, lo podré hacer ahora.

No está en mis planes follarme a la mujer que tanto esperé si está tensa o incómoda, porque la quiero dispuesta, gimiendo y retorciéndose por el gusto, empapada y goteando.

Con mi dedo índice y pulgar levanto su rostro, al principio rehuye a mi mirada, pero no le lleva más que una dulce advertencia saliendo de mis labios para que al fin sus orbes se encuentren con las mías. Esto se me está haciendo igual de difícil que a ella, retenerme y no arrancarle el jodido vestido. Pero quiero hacer las cosas bien y si hago caso omiso a mis instintos luego me temo cuestionarme si habré sido un idiota impaciente.

Los dos lo tenemos que disfrutar.

—¿No sucederá ésta noche?—Inquiere. Parece decepcionada.

Respira, Alexandro.

Tengo que ir más despacio.

Uno, dos, tres, jodidos cuatro y cinco.

—Pasará cuando deba ser, quizás hoy o tal vez no, pero por ahora vamos a beber un poco de ese vino que tanto te gusta a ti—Mi mano se entrelaza con la suya, los hombros de Dalila se desajustan, dibujando una media sonrisa, más conforme.

Ambos nos encaminamos a la cocina, y aún sosteniéndola a mi lado es que me las rebusco para dar con un botella de rosado dulce. Mi Dalila, ya sabiendo dónde es que guardo las copas, se separa de mi en busca de ellas. La bella bruna extiende el brazo hacia el mueble y pronto está de regreso conmigo.

—Aquí—La envuelvo una vez más bajo mi agarre.

La dirijo a través de la sala de estar hacia los sofás. Ni siquiera me tomo la molestia de acomodar un sitio para ella, porque soy práctico y malditamente consciente de que la prefiero sentada en mi regazo que en otro lado. La bella bruna sostiene las copas a la vez que retiro el corcho de la botella. Un movimiento seco y hábil es lo único que se requiere, entonces sirvo la bebida.

—¿Puedo hacerte una pregunta, italiano?—Dice, dando un sorbo. La miro, llevándonos a los dos hacia el respaldo del sofá. Dalila apoya la mitad de su peso en mi pecho, mi brazo rodeándola por las caderas. Asiento, medio receloso. No me gusta mucho que quiera indagar en mi vida personal—¿A qué edad tuviste tú primera vez?

Alzo las cejas, porque indudablemente me ha tomado desprevenido. Pensé que intentaría nuevamente con mi trabajo, familia o si tengo algún amigo, que está claro que no, pero no con ésto. Al menos va acorde al contexto, me digo.

Una risa ronca corrompe mi garganta.

—¿A qué edad crees que ha sido?—A penas si pruebo el vino, prestando más atención de que ninguna joya está adornando su cuello.

¿Cómo pude pasar por alto aquello?

Me inclino moviéndonos a ambos, apoyando la copa de cristal sobre la mesa de centro. Nuevamente estamos en la posición anterior. Vuelvo a recaer en la falta de accesorios. ¿Debería comprarle un par? Dalila es muy simple, pero estoy seguro que algo de oro le sentaría más que bien. ¿Diamantes? quizás muy extravagante, aunque puedo hallar alguno que vaya acorde a su personalidad.

Me estiro un poco tomando sus pies para liberarlos de esos zapatos. Ella no me lo hace saber, pero sé que luego de un par de horas le duele y se cansa de usarlos. Hago a un costado esas cosas. La bella bruna suspira del alivio, y yo trato de no sonreír mucho.

—¿Dieciocho?

Que ternura.

Niego, esbozando una sonrisa—Prueba otra vez.

Me siento realmente complacido al sentir su cuerpo más relajado, totalmente lo opuesto hace tan solo un rato atrás. Abrazada a mi es que Dalila se acomoda, sus piernas cruzando las mías por encima, con sus manos descansando en mi pecho. Su aliento con ligeros tonos de alcohol se mezcla con el mío, y me agrada tanto que me encuentro a mi mismo dándole un corto beso.

Su ceño se frunce—¿Qué tal a los dieciséis?

Me carcajeo.

—¿Por qué sigues descendiendo?—Arqueo una ceja. Su expresión se vuelve confusa. Mi tacto termina en su espalda baja, dándole mimos—Te doy una oportunidad más.

Ella se muerde el labio, pensativa.

—No lo entiendo, ¿entonces fue después de los dieciocho?—Asiento—Eso no tiene ningún sentido—Casi discute.

Otra risa vibra desde mi interior, y ella sonríe. Le quito la copa de su agarre, porque quiero que esté con sus cinco sentidos bien despiertos cuando la lleve a la cama. Es así que comienzo a trazar dibujos en la piel descubierta que acaricio, satisfecho por cómo inspira, presenciando como es que sus pezones se marcan a través de la tela del vestido.

—¿Por qué no? tal vez tienes una idea errónea de mi, bella bruna. Era alguien muy taciturno—Los recuerdos no fallan en volver—, me educaron para ser perfecto, no fallar ni rendirme, concentrarme en los estudios. Mi madre habría dado el grito en el cielo si a esa edad aparecía en casa con una novia—Niego, haciendo memoria de lo cariñosa que ella siempre fue conmigo, pero también muy severa, al igual que mi padre. Incluso así no me quería ir de mi casa una vez las vacaciones terminaban, porque cualquier sitio era mejor que estar encerrado en un instituto para caballeros. Suspiro. Mis padres. Los quería, pero sus reglas me asfixiaban.—Así que no, no sucedió en mi adolescencia.

Abre la boca, pasmada.

—Pero es que eres hermoso, Alexandro. ¿Aún con tus padres y sus normas, ninguna chica intentó algo contigo?—Joder, ¿ella acaba de decirme tal cumplido?

El corazón se me ablanda un poco más.

—¿Soy hermoso?—Subo y bajo las cejas, divertido. Sus mejillas comienzan a pintarse de color.

—¿Qué? está bien si tú me lo dices, ¿pero es raro si yo lo hago?—Chasquea la lengua—, también puedo regalarte flores si quiero, darte una caja de chocolates o invitarte al cine—Replica, mirándome de forma provocadora.

Mi otra mano va hasta su cabello, tomando un largo mechón oscuro, poniéndolo detrás de su oreja. Hago mi mayor esfuerzo por no plasmar una sonrisa gigante, porque Dalila jamás me aburre, ya sea con sus preguntas que me agarran con la guardia baja, su constante insolencia o feroz honestidad.

—No dije nada de eso—Niego, delineando la línea de su mandíbula, bajando hasta sus clavículas sin detenerme en camino a sus pechos. Con mi dedo, sobre la tela, es  que rodeo uno de sus pezones. La boca me saliva con las ganas de meterlo dentro de mi calor, palparlo con mi lengua y degustarlo. Oh, cómo me gusta comerle las tetas. Ella sisea un gemido.

—¿Entonces?—Murmura, con su intrepidez aplacada.

La miro, siendo testigo de cómo su respiración se vuelve pesada y trabajosa.

—Es que nunca sé que aguardar contigo, estoy continuamente descubriendo algo más sobre ti—Confieso—Eso me corre de eje—Prosigo—Es difícil tener la delantera en algo cuando el otro te cambia todo el tiempo las pautas del juego.

Dalila aproxima más su rostro, sus manos subiendo por mi camisa hasta mi nuca. Mhm, hoy descubrí que me gusta que me toque el cabello, me quita parte del estrés, aunque también estimula a que la polla se me sacuda. Con sinceridad, a este punto creo que lo que venga de Dalila hará que termine con la verga dura y la punta enrojecida, no importa qué. Ronroneo, acomodando a la latina mejor, sentándola bien de frente a mi, con ambas piernas a los costados de mi cuerpo y sus preciosas y adictivas tetas contra mi pecho. No se me pasa por alto cómo es que su cálido coño queda alineado al bulto en mi pantalón.

—Estás acostumbrado a ganar, Alexandro, pero esto no es una competencia—Se encoje de hombros—Forma parte de conocer a alguien, supongo.

Dejo un beso húmedo en su cuello, y ella gime lento.

—No tienes idea de la manera en la que funciona mi mente, Dalila—Ella se estremece, la pego más a mi torso—Soy calculador, me agrada el órden y saber con quién estoy tratando; soy ambicioso y me gusta demasiado superarme a mi mismo. Pero entonces apareciste tú, y aquello que fue por muchos años para mi un esquema irrompible, lo desarmaste con una simple sonrisa.

—Estoy aquí contigo por esas razones, italiano—Sus labios se mueven en mi oído, comenzando a trazar gentilmente sus caderas sobre las mías—Eres fuerte y tienes un objetivo en la vida—La punta de su nariz acaricia mi mejilla, apartándose sólo lo justo para clavar sus ojos en los míos—No desistes; decidiste que me querías, y aquí me tienes.

Gruño, motivando a que la fricción no se detenga. Ella suspira, buscando estabilidad al agarrarse de mis hombros; haciendo círculos, de arriba hacía abajo, a los putos lados. Ya no tengo la cuenta de lo mucho que follamos con la ropa puesta, pero cada vez que sucede es como si fuera la primera.

—No sabes lo que estás diciendo—Respondo, cerrando la mandíbula—, eres ajena a quién soy después de nuestros encuentros, lo que hago y lo mucho que me gusta llevarlo a cabo.

Una expresión de osadía surca su rostro.

—Pruébame—Reta—¿Quién eres, Alexandro?

Estoy siendo irresponsable y me digo que el buen juicio me ha abandonado, o que estoy embrujado, poseído, la locura que se ha hecho paso en mi cabeza para meterse conmigo, cualquier excusa que sea lo suficientemente válida cuando comienzo a considerar contarle. Pero entonces está tan claro para mi que sigo tan cuerdo como ayer, y que de estar sometido a un hechizo en todo caso sería bajo el de Dalila Bech.

Aprieto los dientes, porque sé que en el futuro me voy a arrepentir. Porque sé que tenemos un final pactado y que nuestro camino algún día se va a separar, a dividir. No obstante no quiero que al momento de despedirme de ella yo sea una puta farsa, no quiero que mi memoria sean engaños y neblina, y es rápido llegar a la conclusión de que por más sorprendente que sea; me importa lo que la bella bruna piense de mi.

Esto no resolverá nada, ni tampoco adormecerá la culpa que muy pocas veces, en muy contadas ocasiones, me agobia. Soy un egoísta de mierda y es que sólo por mi propia serenidad lo voy a hacer.

Mis dedos se clavan en su mentón, quiero que tenga toda la atención puesta en mi cuando se lo diga.

Con la respiración agitada y la lujuria por esta mujer empañando mi sentido común, me sincero;

—Soy el dueño; conquistar y tomar es lo mío. Esta ciudad es mi territorio, Dalila. Estoy aquí para arrasar.

Ella para, abriendo ligeramente los ojos, con el aliento a medio camino casi atónita. Ya sea por mi tono firme y áspero, rozando lo primitivo, o la revelación más cercana a la verdad que alguna vez le podré manifestar. La bella bruna parpadea, maquinando en su mente y procesando las palabras. Inmediatamente me estoy maldiciendo a mi mismo, reprochándome por ser un imbécil que ha hablado de más, porque si ha reaccionado así a la más mínima información mía, ¿qué va a pasar si por algún motivo descubre la real mierda que soy? Y además, que estoy malditamente orgulloso de ello.

Mis ojos recorren su rostro, y yo me quedo muy quieto, temeroso de que al menor movimiento ella se marche.

Jamás había escuchado los propios latidos de mi corazón retumbar en mis oídos hasta ahora.

Ella pasa saliva asintiendo lentamente, como si estuviera atando cabos, resolviendo cosas que no tenían mucha lógica, preguntas que se negaba a hacerse, planteos que creyó eran incoherentes.

Dalila inspira profundamente, llenando los pulmones de aire antes de pronunciar;

—¿Eres el hombre malo de los negocios, italiano?

Asiento, ya es muy tarde para echarse atrás.

—Soy el peor.

Sus ojos brillan con una emoción que no logro descifrar, y con la voz entrecortada, cuestiona.

—¿Qué hay de mi?—Vacilante, se aproxima nuevamente—¿Tú serás bueno para mi?

Una risa amarga rasga mi interior.

—No por mucho más—Su gesto decae, consternada—, por eso te propuse un trato de tiempo limitado, Dalila.

Ella pasa saliva por segunda vez, desviando la mirada sobre mi hombro. Cierra los párpados por un instante, intentando desenmarañar el caos que es su cabeza, dubitativa en cómo partir desde aquí. Al final regresa a mi, y mentiría si dijera que la audacia que tiñe sus orbes no me maravilla con oscura complaciencia.

No obstante, lo siguiente que su lengua articula se siente como un golpe directo en el estómago.

—Entonces debería irme, ¿no es así? correr de aquí y olvidarme de ti—Exhalo abruptamente, es lo contrario a lo que espero que haga. Mis brazos se ajustan a su alrededor al oírla—, ni siquiera tendría que estar dándole vueltas a tomar una decisión. Tendría que ser inteligente, capaz de entenderlo.

Arrugo el entrecejo.

Su nombre sale de mis labios como una exhalación.

—Dalila...

—No tendría que permitir que me tocaras, ni que me dieras placer si me estás diciendo que no eres bueno, ¿ya que eso es lo que aseguras, no?—Aprieta la mandíbula. Parece molesta, furiosa, de hecho. La bella bruna niega—¿Cómo puedes declarar tal cosa cuando conmigo no has dejado ni por un minuto de ser amable, respetuoso y cálido?—Ella suspira—Puede que no haya llegado al fondo de quién eres, Alexandro, pero aún así no me digas que no eres gentil, atento o afectuoso, porque estos últimos tres meses me has demostrado todo lo contrario.

La garganta se me seca, pasmado ante la manera con la que ella me ve, como si fuese en serio alguien digno de su presencia, ternura y comprensión; como si verdaderamente fuera todo eso. Aunque Dalila misma lo está dejando en claro; es con ella, no con nadie más. No sabe cómo soy fuera de nuestras cenas, eventos y este departamento.

¿Por qué no lo acepta? ¿Es que acaso no logra vislumbrar el monstruo que habita debajo de mi piel?

—No es así, yo...

—¿Tú?—Me vuelve a interrumpir—¿Por qué te empeñas en manchar el tiempo juntos, si lo único que he obtenido de ti son obsequios, atenciones y risas?—Chasquea la lengua—¿Qué tan retorcido puedes ser? negocios son negocios, italiano, y en ese terreno nadie está libre de culpas.

Alzo las cejas.

—¿Te estás escuchando?—¿Qué tan hijo de puta soy? que le pregunte a aquellos que intentaron joderme mis tratos.

Asiente—Sí—Acepta. La voz le baja un tono, casi triste—, de todas formas si fueses eso que tan empecinado estás en expresar, ¿qué sentido tiene para mi? a puesto a que más pronto de lo previsto nos estaremos despidiendo—El maldito puño en mi estómago se retuerce, anudando mis tripas. Tiene razón. Dalila humedece su labio inferior con la lengua, mordiendo luego. Es entonces que se acerca lo suficiente para que nuestros alientos se mezclen—No lo voy a repetir, Alexandro.

Su perfume me está embriagando, la urgencia de destrozarle el vestido, besarla en cada parte de su cuerpo, lamerla, morder, embestir...

Y así, mis dudas se desvanecen.

No obstante no negaré que mi indecisión duró menos que una milésima de segundo, porque ya estamos aquí, y mi apetito por la Señorita Bech me está torturando por lo que parece hace siglos.

Ella pone en tela de juicio lo malicioso, corrupto y delincuente que puedo llegar a ser, y en parte, me agrada que ante su mirada sea merecedor de estar a su lado. Pero es una mentira y no tiene ni la menor idea de cuánto me gustaría arrebatarle el velo que la impide distinguir las cosas con claridad. Esa es una de las tantas razones del porqué lo nuestro no prevalecerá, además de que nunca he tenido una relación formal como tal.

¿Cómo podría cumplir sus expectativas?

Disfrutaré de mi Dalila lo que ella me deje y mientras el acuerdo esté en pie.

Mi agarre viaja hasta su nuca, sosteniendo su cabeza con firmeza.

—Dame el gusto de oírte siendo toda una insolente.

Ella sonríe, recobrando su humor, olvidando en el pasado mi sutil advertencia.

Que mal estás haciendo, bella bruna.

Te quiero embistiendo en mi coño de una jodida vez—Espeta en español.

Niego, más adelante le contaré sobre el asunto de mi amplio conocimiento de su idioma, por el momento me gusta que lo utilice para ser más sucia y directa. No quiero que se apene y se abstenga por vergüenza.

Stanotte finalmente sarai mia (esta noche por fin serás mía)

Entonces en lugar de arrebatar su aliento con un beso feroz, empiezo lento, arrastrándola conmigo hacia el borde del abismo antes de que ambos nos arrojemos a él.

Ella me corresponde, suspirando pesadamente a medida que profundizo, pasando mi tacto hacia las tiras de su vestido que se deslizan por sus brazos y caen con el resto de la prenda hasta la mitad de su torso. Me aparto, observando la perfección que son sus pechos.

Me inclino para aspirar su aroma, acariciando con mi nariz la piel, besando el valle de sus senos y luego los pezones. Me entretengo un buen rato, succionando y lamiendo, los gemidos de la bella bruna motivándome a nada más que continuar. Ella se aferra a lo que sea que pueda, retorciéndose encima mío, murmurando mi nombre como una dulce súplica.

Con los labios enrojecidos y levemente hinchados es que me separo para contemplar mi obra maestra; una imagen de rojos chupetones y mordidas ligeras en sus tetas, los botones rozados erectos y mi polla a nada de reventar por la necesidad que me invade.

Algún día quizás también le folle las tetas, aunque primero empezaré por su coño.

—Vamos a quitarte esto—Le digo, agitado—, estás hermosa con el puesto, pero mi opinión no será otra respecto a que siempre te voy a preferir desnuda antes que vestida—Sus mejillas acaloradas, cabello un tanto revuelto y boca apetecible, me tienen gruñendo grave.

Malditamente hermosa.

—¿Lo vamos a hacer aquí?—Inquiere.

La tomo de las caderas a la hora de levantarla y ponerla en el suelo, tirando de la tela a lo largo de sus piernas, arrugándose en sus talones. Dalila levanta los pies, y pronto no hay más que unas delicadas bragas cubriendo parte de su desnudez.

—¿Crees que te voy a coger por primera vez en un sofá, bella bruna?—Arqueo una ceja. Ella sonríe, y yo sonrío porque ella lo hace—¿Dónde mierda estaría la clase?

—La boca—Reprocha. No contesto, me desquitaré luego—¿Entonces jamás vamos a hacerlo en un sofá?

Niego, siendo ágil al tomarla de los muslos y hacer que me rodee con sus piernas. Ella da un respingo, pero se acopla fácilmente. Comienzo a caminar hacía las escaleras, encantado por la manera en la que gime suavemente al roce de mi polla con su punto sensible.

—Destapa esos oídos, bella bruna—Bromeo—, dije que la primera vez no será entre almohadones incómodos y fríos—Le explico nuevamente—, luego de que por fin me tengas dentro, no existirá sitio en el que no quiera follarte.

Se sonroja, riendo.

Subo los escalones de dos en dos, ella me abraza con más fuerza a medida que ascendemos, quizás con miedo a caer. Le devuelvo el gesto con la misma intensidad ciertamente enternecido.

Una vez estamos en el área de las habitaciones nos llevo a la que compartimos no hace tanto, haciendo memoria de lo cómodo que me sentí con su pequeño cuerpo presionado al mío, su aroma en mi propia piel y las sonrisas que me robó mientras parloteaba dormida.

Al ponerla sobre el suelo nuestros pechos se rozan, y yo siseo una maldición por el gusto. Aún estoy vestido, aunque resuelvo que tendré que deshacerme también de mi ropa. Todavía me encuentro en un conflicto, indeciso sobre si quitarme la camisa o quedármela.

Las luces de la ciudad, además de la luna, que se reflejan en los ventanales de la habitación son lo único que ilumina el lugar. Permanezco en silencio, preservando en mi memoria la manera en la que las sombras delinean la figura de la bella bruna; su estrecha cintura, los pechos firmes, las caderas anchas y piernas que ansío pronto estén alrededor de mis caderas mientras la penetro. Me permito seguir con su largo cabello, sedoso y ondulado, que enmarca sus definidas facciones.

Maravillosa. Radiante. Una jodida diosa.

El aire abandona mis pulmones.

¿Cómo haré para decirle adiós?

Niego, repitiéndome por más de décima vez que cada uno tiene su propia vida que vivir. Regresar al mundo real; trabajo, viajes, ella con sus amigos, su carrera, y aspiraciones, yo con mi empresa y asuntos en Italia.

La burbuja se va a tener que romper.

—¿Está todo bien?—Inquiere, preocupada.

Acorto la distancia, corriendo un mechón de su pelo fuera de su frente.

—Eres la criatura más magnífica que he conocido, Dalila Bech, que nunca se te olvide.

Ella se queda perpleja, dudosa asiente, algo desorientada. Es así que aún me responde.

—Eres el único hombre que he deseado, Alexandro Cavicchini.

Esto de que me devuelva los cumplidos me derrite.

Acaricio su mejilla, levantando su mentón para dar con sus aterciopelados y regordetes labios, pero parando al último segundo.

Nuestras miradas se enlazan.

—Que jodida suerte la mía al encontrarte en ese bar.

Entonces nos hacemos uno.


•••

Dalila POV'S

Camino hacia atrás cuando Alexandro se adelanta un paso, luego otro y uno más, la parte trasera de mis rodillas dando con el borde de la cama. Es gentil al dirigirme al centro del colchón, él todavía de pie, observándome mientras desabotona los botones de su camisa pero sin quitarla. Su tonificado torso me llama a pasar mis manos por él, pero me quedo quieta, admirando lo espléndido que es.

Con atención no me salto ninguno de sus movimientos; se deshace de los zapatos, las medias, y luego lo veo desenganchar el cinturón, bajar el cierre y tirar de los pantalones junto a los boxers.

Está completamente desnudo, a excepción de la camisa, delante de mi.

Tiene la polla dura, las prominentes venas trazando sus dibujos hacía la enrojecida punta. Paso saliva con dificultad, porque él es muy grande, ancho e intimidante, poderoso. Y hoy estará en mi interior.

Así que sí, jamás deja de impresionarme el cuerpo que tiene, aunque indudablemente el italiano es más que una estructura de músculos que parecen rocas, todavía me enmudece verlo así. Respecto a la prenda que aún lleva no se lo cuestiono ni presiono para que se la quite, sé que es el escudo que esconde las cicatrices que rasgan su piel y que tanto le atormentan.

Me apoyo sobre mis codos, siguiéndolo con la mirada cuando se encamina a la mesa de noche y abre un cajón, en su mano aparece un pequeño paquete metálico. Aquello me hace caer de vuelta en la realidad, a lo que va a suceder. Inspiro hondo cuando el hombre Armani emprende su andar hacía mi. Su mirada se clava en la mía mientras abre el envoltorio, extienden el material de látex y lo coloca en su prominente longitud. El colchón se hunde con su peso, se cierne sobre mi, y es entonces que recién sus dedos se enganchan a mis bragas.

—Levanta las caderas, bella bruna—Es suave, amable.

He estado desnuda para él centenares de veces, pero ésta se siente diferente, muy diferente.

Con sus negros ojos en los mios presiono mis talones y subo la pelvis, el italiano suelta un exabrupto, casi viviendo la experiencia con la misma intensidad que yo; Como si nos estuviéramos conociendo, como si todo fuese nuevo y excitante. Entonces caigo en la cuenta de que tal vez se trate de nosotros, quizás ambos somos así.

En cada ocasión que estamos juntos es un momento más para saber algo del otro; la forma en la que la piel se puede erizar, cómo hacernos gemir y qué es lo que nos gusta más.

Es una sensación increíble y no la cambiaría por nada.

Alexandro retira la delgada tela haciéndose paso con su rodilla entre mis muslos, gruñendo ronco al vislumbrar lo mojada que estoy gracias a él.

Está claro para ambos lo excitada que estoy, así que no será un problema que el primer orgasmo me golpee. Esta última hora ha sido una tortura, incluso mucho antes de que lleguemos aquí; En la ópera ya era un manojo de necesidad y atención. Lo único que se me antojaba es que me tocara, besara y tomara. Pero como siempre la espera con el hombre Armani lo vale absolutamente. Así que gimo lento y alto cuando sus dedos palpan la lubricación de mi entrada y trazan patrones alrededor de mi clítoris.

Echo la cabeza hacía atrás más que extasiada. Él empieza a dejar un camino de besos por mi estómago, me remuevo, su polla pinchando en mis caderas. Se inclina más a medida que baja por mi abdomen, su aliento golpeando mi coño hinchado.

—Alexandro—Gimo su nombre. Él no para, aún con su dedo haciendo patrones y su lengua a escasos centímetros de mi punto más sensible.

—No existe parte de ti que no me haga delirar, Dalila—Me recuesto en el colchón, rindiéndome ante sus caricias. Arqueo la espalda, cierro los párpados, mis manos en su cabello—Exquisita—Halaga, lamiendo y succionando.

—Te estás tomando mucho tiempo, italiano—Me encanta que me devore sólo como él sabe hacerlo, pero esta noche mi cuerpo me está pidiendo otra cosa.

Quiero más.

Estoy lista para hacerle paso, fundirnos y alcanzar un nivel de intimidad que aún no hemos tenido.

—No me voy a disculpar por disfrutar de tú sabor—Mis ojos ruedan hacia atrás, tan cerca del maldito orgasmo.

—Joder—Lloriqueo, meneando las caderas para obtener más de su lengua.

Maldita sea, me retracto, si puede comerme todo lo que quiera.

Pero parece ser que el hombre Armani ha escuchado mi silenciosa imploración, porque se detiene, y yo me incorporo levemente. Él levanta la cabeza, su barbilla manchada con mis jugos, los labios brillosos.

—Hoy tienes permitido maldecir—Me sonríe socarrón, y yo me sonrojo.

—¿Ah sí?—Arqueo una ceja, él niega, demasiado acostumbrado a mi actitud.

En un ágil accionar sus manos están en mis talones, tira de mi más cerca, y yo chillo de la sorpresa. Alexandro se coloca encima mío, su cálida y palpitante erección justo arriba de mi entrada. Me retuerzo, gimoteo y por último afianzo a sus trabajados brazos. El hombre Armani me mira, se estira detrás mío y es así que luego me está alzando las caderas en el aire para ponerme un mullido almohadón. Confundida, frunzo el ceño.

—¿Confías en mi para que haga esto?—Sus palmas se pasean por mis pechos maltratados, con chupones y leves marcas de sus dientes.

No tengo que darle vueltas a su pregunta, es fácil.

—Si—Murmuro con convicción, cerrando los párpados por un breve instante al tenerlo besándome las mejillas, la frente, la nariz y al final mis labios, dónde me da un corto beso.

—¿Quieres mi verga bombeando en tú coño, mi Dalila?—Me estremezco entera al oírlo decirme así. Abro los ojos, Alexandro admirándome desde su posición, un tanto asombrado por sus propias palabras pero sin ninguna intención de echarse para atrás—Te pregunté algo—Demanda, sin perder el tinte amable.

—No lo quiero—Su ceño se frunce, perdido. Titubea—, lo necesito.

La expresión se le relaja, sonriendo más a medida que me busca para sellar nuestras bocas en un beso profundo y cargado de un sentimiento que no me es sencillo de reconocer. Me llena de felicidad pero a la misma vez es tan devastador que me planteo que se trate de una clase de adiós encubierto. El corazón se me encoje, lo beso más fuerte. No obstante empujo ese pensamiento en lo más recóndito de mi mente, diciéndome que estoy siendo absurda y exagerada.

Una mano va directo a su miembro comenzando a tantear mi entrada, y la sensación es abrumadora. Debería sentirme nerviosa, quizás hasta dudar. En un inicio de la noche lo hice, no porque no quisiera, si no debido a plantearme la idea de que quizás yo no pueda estar al nivel de sus expectativas. No obstante Alexandro me recordó que debo estar cómoda, porque seguimos siendo nosotros y en cada oportunidad que hemos tenido juntos jamás me hizo cuestionarme nada sobre mi misma.

El italiano rompe el beso, las pupilas dilatadas y la mirada salvaje. Gruñe, gime grave y maldice.

—Alexandro...—Ruego.

No puedo más.

—Mírame—No vacilo al cumplir con su pedido—Es un jodido honor ser el primero.

Entonces de una simple, cruda y dura estocada, se lleva consigo el último destello de inocencia que poseía.

Los ojos se me cubren en lágrimas, agarrándome del italiano mientras me aferro a él con todo lo que puedo. Suelto un jadeo, presa por el impacto y la impresión, respirando entrecortado.

Alexandro me toma el rostro, quedándose muy quieto en mi interior, empezando a depositar castos y dulces besos en toda la piel expuesta que encuentra. Intenta distraerme, susurrando palabras gentiles en mi oído, acariciando mis caderas, cintura y estómago. Me baña en mimos, cepilla mi cabello con sus dedos y me repite una y otra vez lo hermosa que soy.

—Háblame, Dalila, dime qué hacer para ayudar a que el dolor se vaya—Dice.

Sabía que podía ser doloroso pero nadie te explica la verdad del acto, el tirón y la sensación de estar llena. Respiro dos veces seguidas, asimilando que él está en mi interior, palpitando y tan caliente, aguantando sobre sus manos su propio peso al mirarme, con el cabello hecho un desastre y la mirada teñida en real preocupación.

—Muévete—Pido, pasando mi tacto por sus bíceps. Jadeo nuevamente, apretando los dientes después—Hágame suya, Señor Cavicchini.

Las orbes se le ensombrecen, la línea de su mandíbula afilada.

—¿Así?—Comienza, tomando muy poco impulso, yo siseo. Su ceño se frunce, leve capa de sudor sobre su frente—Me aprietas como un puño, Dalila—Gruñe—Me recibes tan bien, bella bruna. Eres del tamaño perfecto para mi verga, fuiste creada a medida para mi.

—Si—Susurro, desajustando mis hombros.

No puedo creerlo cuando Alexandro sin desviar los ojos de los míos, es que se endereza para quitarse la camisa. El pecho se me infla con emoción y él sonríe de costado, sujetándome de las caderas. Lo abrazo, debajo de las yemas de mis dedos las rugosas cicatrices. El hombre Armani se sacude.

—Todo tú me tiene fascinada—Le repito aquello que una vez le dije en el yate.

Sus orbes resplandecen.

—Y es por eso que soy un desgraciado afortunado.

Lo tomo de la nuca para unir nuestras bocas, inundada por su fragancia que está en la habitación, en la cama, en todo él. 

Lloriqueo, intentando acostumbrarme a lo que está pasando.

Es increíble la manera en la que su longitud me estira por completo y su grosor ocupa todo el espacio, es tanto la intrusión que es hipnótico para mi cuando él lleva una mano a la mía y la guía a mi estómago bajo. Me quedo perpleja, palpando sobre mi carne como es que su verga entra y sale pero sin retirarse.

Estoy llena de Alexandro

El sonido de mi excitación y la de él es obsceno, tan empapada que al deslizarse lo hace sin esfuerzo. Alexandro balancea su pelvis, el ruido de nuestras pieles, el olor a sudor en el aire y su mano curiosa entre nuestros cuerpos dándole especial atención a mi haz de nervios, me tiene balbuceando su nombre.

—¿Lo sientes?—Pregunta—¿Puedes sentir cómo bombeo entre las paredes de tú coño?

Aún con ciertas molestias me voy distendiendo más, aceptando la dosis de placer que viaja a través de mi columna vertebral.

—Más—Exijo, consciente de que quizás más tarde me cueste ponerme de pie.

—Insaciable desde que te conocí—Se burla, afianzando las embestidas, tomando vigor, empujando más hondo. Al llegar a cierto punto en particular gimo largo y tendido—¿Eso te gustó?—Lo repite. Tiemblo debajo suyo, ida por su mano en mi clítoris y su polla adentro en mi sexo.

—No pares, no te detengas.

Él aumenta el ritmo, sin pasar por alto ninguna de sus atenciones; aún tocando mi centro, todavía follándome, y ahora succionando uno de mis pezones.

Mis tetas rebotan conforme arremete con más ímpetu, mi cerebro entra en un estado de placer puro, con los matices del primer impacto casi disueltos, aunque aún presentes, me agarro a él.

—¡Alexandro!—Chillo, retorciéndome.

Mi stai facendo perdere la testa, bella bruna (me estas haciendo perder la cabeza, bella morena)—Su voz sale amortiguada por mi pecho, tirando del botón rosado.

Mis ojos se cierran, el pulso se me acelera y una bocanada de aliento abandona mis labios cuando me vengo. Alexandro arremete dos, tres, cuatro veces más, ávido por correrse. Entonces sigue mis pasos, derrumbándose sobre mi pecho.

De pronto el silencio se hace de la habitación, menos por  nuestros jadeos, abrazados uno al otro. Suspiro muy a gusto por tener al italiano encima mío, todavía resguardado entre el calor de mi vagina, con su cabeza escondida en mi cuello y su dedo pulgar dibujando patrones en mi estómago.

—¿Cómo estás?—Exhala, intentando recuperarse. Busca mis ojos.

Lo miro.

—Eso del almohadón creo que funcionó—Una sonrisa asomándose en mis comisuras. El hombre Armani niega.

—No le quites mérito a mi polla, Dalila.

El rostro se me pone muy rojo.

—Es que no me dejaste llegar ahí—Ruedo los ojos con diversión.

Alexandro se estira, dándome un corto beso.

—Vamos a prepararte un baño con velas y burbujas—Murmura, dándome un toquecito en la nariz.

Sonrío abiertamente.

—Sólo si te bañas conmigo—Le digo.

Alexandro se retira, y la falta repentina de su cuerpo presionando el mío me hace temblar de frío. Él se sale de adentro mío, quitándose el condón y haciendo un pequeño nudo al final. Espero por su respuesta, preguntándome si lo que he pedido ha sido ir demasiado lejos, algo quizás personal, íntimo. Me digo que tal vez las cicatrices sean un impedimento para él, allí en su espalda dónde están esas terribles marcas y el temerario tatuaje, y que por imbécil lo he pasado por alto. Sin embargo Alexandro regresa conmigo, enciende la luz del velador y me espera a un lado de la cama para ayudarme a pararme.

Las piernas me fallan por un segundo, un quejido escapando de entre mis labios, tal lamentación que me hace cerrar los muslos y suspirar. Alexandro es rápido al sostenerme con sus brazos. Sin quererlo la mirada se me desplaza a la cama, dónde una mancha de sangre yace entre las sábanas. El hombre Armani se percata siguiendo mis ojos. Frunzo el ceño, porque aunque sabía que podría pasar, me siento un tanto apenada, aún cuando no debería.

—Lo siento—Pronuncio, avergonzada. Mueve mi cabeza hacía él, sus ojos mirándome con severidad.

—Como vuelvas a disculparte por algo de lo que tú no tienes el control y es absolutamente normal, entonces te quedarás con las ganas de que te acompañe en la bañera, Capisci?—Me regaña.

Me muerdo el labio inferior para no sonreír, de repente cayendo en la cuenta de que tiene toda la razón. ¿Por qué me preocupé en primer lugar?

—Si—Asiento.

—No, en italiano.

Me río.

Capisci—Pronuncio.

Su gesto se ablanda, complacido.

—Así me gusta más—Me da un corto beso—Ahora vamos a atenderte como es debido.

•••

¡Y pasó! 🫶💞🌷✨💖❣️💫

¡Espero que les haya gustado!

Recuerden que fue la primera vez, y con sinceridad me quise mantener lo más "real" posible, así que si esperaban algo quizás más rudo por así decirlo no iba a pasar, aunque eso no quiera decir que no suceda más adelante *guiño*

Lxs quiero MONTONES

ya casi 1M en EDP, que locura🖤🖤🖤🖤🖤

¡Cuídense! 🥰

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