Greenwood II SAGA COMPLETA

Par GeorgiaMoon

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NOVELA FINALISTA DE LA PRIMERA EDICIÓN DEL PREMIO OZ DE NOVELA JUVENIL YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS, publicado... Plus

¡GREENWOOD VUELVE A WATTPAD!
«Greenwood»
Prefacio
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
«La maldición de la princesa»
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Epílogo
Nota final

Ocho

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Par GeorgiaMoon

Esme


El fuego se reflejaba en los ojos verdes de Harry, perdidos entre las llamas. Estaba más callado de lo habitual, más ausente. El Harry que yo conocía hacía mil preguntas y estrujaba las evidencias hasta sacarles el jugo que necesitáramos, pero últimamente parecía estar en algún mundo desconocido.

—Harry, ¿estás aquí? —Le llamó William y, finalmente, apartó los ojos del fuego—. Tienes que prestar atención, esto es importante.

Le toqué el hombro con la mano y Harry dio un brinco. 

—Perdón, me he distraído. —Carraspeó con incomodidad. 

No me di por satisfecha, pero pareció volver a la realidad, porque adoptó la misma postura que cuando buscaba las coordenadas de la niebla en casa del abuelo Rick.

William sonrió un poco y recogió uno de los mapas que nos había enseñado. En la mesa estábamos Thomas, William, Harry y yo; Minerva estaba sentada en el suelo bajo una ventana, con Hunter.

—Os he preguntado cómo conseguisteis entrar en el bosque. 

Harry parpadeó y se pasó la mano por la cara. 

—Estábamos en medio de un partido de fútbol y Tim vino corriendo a avisarnos de que Melissa estaba en la tienda de Luna esperándonos a Esme y a mí. Cuando nos encontramos, lo primero que dijo fue que Esme...

Se quedó en silencio y dirigió sus ojos a mí, aparentemente temeroso de continuar hablando.

—¿Que Esme, qué? —inquirió su padre, curioso.

—Que Esme...

Volvió a quedarse en silencio, como si algo se le hubiese trabado en la nuez y no pudiese continuar.

—Que me parezco a la princesa del bosque —terminé por él. 

Cuando dije aquello, Harry pareció aún más nervioso. Thomas frunció el ceño con los dedos entrelazados, concentrado, y Minerva alzó la cabeza con atención.

—Bueno, en eso no voy a contradecirla. Es verdad, te pareces a ella, pero no creo que vaya más allá de una pura coincidencia —confirmó William en un suspiro.

Si algo había aprendido en Greenwood era que las coincidencias no existían, y eso me ponía increíblemente nerviosa. No quería continuar con ese tema ni ser el centro de atención, así que desvié la conversación a otros asuntos.

—¿Y Melissa? Dijo que nos encontraríamos aquí y aún no ha llegado.

—Melissa va a su aire, apenas se deja ayudar, pero de vez en cuando viene por aquí.

—O alguna doble de ella... —aportó Thomas, y todos le miramos.

—¿A qué te refieres con eso? —le preguntó Harry.

—Melissa dice que la propia princesa la mandó a buscaros, pero William cuenta que cuando él la vio, estaba dormida. ¿No creéis que hay algo que no encaja? Conociendo a Melissa, no creo que mienta en algo como esto.

—Tratándose de ella, yo ya me lo creo todo. Me robó el libro —espetó Harry con ironía.

Me sobresalté cuando Minerva golpeó la mesa con las ma- nos para llamar nuestra atención y rápidamente negó con la cabeza.

—¿Que no, qué? —le preguntó Harry.

«Melissa», dijo moviendo los labios, sin articular sonido alguno.

—¿Qué quieres decir?

Minerva puso los ojos en blanco, se dirigió a un lado de la pequeña cabaña y sacó una libreta y un lápiz de una mochila. Se acercó en silencio mientras todos estábamos atentos a lo que hacía y se puso a escribir en el papel.

«Pienso igual que Thomas. Melissa es imbécil, pero no tanto como para inventarse que la princesa la mandó a buscaros».

—Algo falla en todo esto —dije mientras mis dedos tamborileaban con nerviosismo en la madera.

—Si ese alguien se hizo pasar por la princesa, debía conoceros a ambos —continuó Thomas.

—¿A qué te refieres? —le pregunté, desconcertada.

—A que debe de saber qué es lo que ocurre en el bosque. Una vez más nos quedamos en silencio y Minerva escribió algo rápidamente en el papel, como si se hubiese dado cuenta de algo.

«¿Creéis que Louise también lo sabía?».

Harry y yo nos miramos, alarmados.

—¿Louise? ¿Quién es Louise? —Preguntó William, extrañado.

—¿No la habéis visto por aquí? —Mi voz tembló—. Rubia, piel pálida, ojos muy oscuros...

—¿La chica que vi con Harry en la librería de Jane? —Preguntó mi hermano.

—Es la nieta de Shellie Baxton, la escritora de La niebla de Greenwood. Una vez quedé con ella y me explicó cosas sobre el bosque y su abuela.—Dijo Harry. «Y la chica con la que Thomas creyó que Harry me engañaba, aunque ni siquiera éramos ni somos nada», añadí yo en mi cabeza—. A propósito, papá, aquí está tu libro.

Harry dejó La niebla de Greenwood encima de la mesa y William frunció el ceño, lo cogió entre sus dedos y lo abrió por la portada.

—¡Cuántas veces te dije que no lo tocaras...! —Sonrió tristemente y Harry apretó los labios formando una línea recta.

William comenzó a hojearlo y Harry le fue explicando lo que había estado anotando en él. Eso me alegró, parecía que había recuperado el entusiasmo. Minerva recogió la libreta y se sentó con una expresión totalmente abatida, así que dejé a padre e hijo hablar sobre el libro, y me acerqué a ella. Aún no había tenido ocasión de hablarle a solas.

—¿Cómo estás?

«Estoy bien», dijo moviendo los labios.

—¿Por qué no puedes hablar? —le pregunté.

Ella se encogió de hombros y enterró la frente entre sus brazos y rodillas. Thomas se acercó a nosotras y se sentó a nuestro lado.

—Un día despertó y ya no podía hablar.

Asentí con tristeza y Minerva nos indicó que volvía dentro de la cabaña. No quería que se marchara, quería estar más rato con ella, pero pensé que quizá sería mejor darle espacio. Sus ojos reflejaban una tristeza sin fondo.

A solas con mi hermano, sentía como si estuviese un poquito más cerca de casa, como si el encontrarme de nuevo con él me hubiese cargado de energía para enfrentarme a todo lo que aún me quedaba. Pero la realidad era que todavía nos faltaba mucho por hacer hasta que finalmente llegásemos a casa.

—Has crecido —le dije pensando en voz alta.

Thomas soltó una pequeña risotada tímida y juntó sus manos. El bosque le había cambiado.

—Estuve solo dos días hasta que William me encontró, y Minerva llegó unos días después. Hemos estado sobreviviendo con lo poco que tenemos.

—Pero el bosque está parado en el tiempo. No tendrían que crecer las plantas.

—Según William, el tiempo solo afecta a los habitantes. 

— Cuando volvamos, te llevaré a McDonald's y podrás pedir todo lo que quieras. —Sonreí.

Thomas se me quedó mirando, sorprendido.

—¿Quién eres y qué has hecho con mi hermana?

Reí.

—Podría decir lo mismo.

Reímos y volvimos a quedarnos en silencio, lo único que se escuchaba era a Harry hablando sobre La niebla de Greenwood, y eso me recordó que la primera vez que vi a Harry fue leyendo ese preciso libro en el alféizar de la ventana de su habitación. Pocos minutos después desapareció y no le vi hasta que fui a la librería de su madre. Pero había algo en sus ojos que me decía que ya le conocía, como si hubiese soñado con él antes de llegar a Greenwood.

Sacudí la cabeza e intenté pensar en otras cosas, como, por ejemplo, la vez que me dijo que cuando todo terminara me diría que me quería como era debido, y me sonrojé al pensar que me había pedido permiso para besarme. Ese había sido mi primer beso... y el suyo también.

Pero no podía perderme vagando en mis memorias, debía centrarme en el presente.

—Dime una cosa —le dije a mi hermano, quien me miró y me prestó atención—. ¿Cómo llegaste aquí? Es decir, era la noche del baile. ¿Qué ocurrió?

Thomas se removió y apoyó los brazos sobre las rodillas.

—Estábamos jugando con el balón y alguien lo lanzó demasiado fuerte. A todos les daba miedo el bosque de noche por todo lo que se cuenta sobre él, así que fui yo a buscarlo. Pero cada vez que quería cogerlo, se iba aún más lejos, como si tuviese una cuerda y alguien tirara de ella. —Frunció el ceño y se concentró en algo que había en el suelo—. Lo único que recuerdo es que una extraña niebla me rodeó y que no sabía dónde estaba.

Era igual que la historia de Melissa, y me pregunté si también era lo mismo que le había pasado a nuestro padre.

—Thomas, ¿has visto a papá por aquí? Desapareció la última vez que vino a Greenwood.

Thomas agachó la cabeza; su silencio hizo que el corazón comenzara a latirme a mil por hora. Se puso de pie y empezó a alejarse.

—Sígueme.

Nos adentramos de nuevo en el bosque y supe que algo iba mal.

—¿Qué está pasando? —No obtuve ninguna respuesta. Thomas estaba muy distinto a lo que recordaba—. ¿Sabes dónde está papá?

—Sí.

Aquella respuesta me dio que pensar y esperé, impaciente. 

—¿Por qué no está con vosotros? Es decir, sé que hay otra gente, pero se supone que debería estar contigo porque...

La frase quedó interrumpida cuando Thomas se hizo a un lado y me dejó ver dónde habíamos llegado. Enfrente había una roca con unas flores en el suelo; lirios blancos. 

—Papá murió hace dos años, Esme.

Sentí que mi mundo se derrumbaba por completo. 

—¿Cómo lo sabes? —Mi voz tembló.

—Dos días después de que William me encontrara, me preguntó si mi padre era Charlie Grimm.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y lo siguiente que supe fue que me había quedado sin voz y sin palabras. La garganta se me secó y, aunque sentía que no podía gritar, las emociones me bloquearon la mente. La mano invisible de la crueldad me arrancó la última gota de esperanza que me quedaba, riéndose de mí por haber sido tan ilusa.

Las rodillas me temblaron, empezaron a fallarme, y justo cuando sentí que el aire me faltaba en los pulmones y caía de bruces al suelo, alguien me sostuvo y me atrajo a su pecho.

Unos ojos verdes me miraron con preocupación y una mano cálida se posó en mi mejilla en un vano intento de mantenerme consciente.


Harry me acariciaba la cabeza con su mano derecha mientras yo lloraba en su pecho. Quería estar sola, ni siquiera acompañada de mi hermano, pero no me había dejado. Sabía que si me quedaba con Thomas, él comenzaría a hablar, y lo único que necesitaba era silencio. A pesar de haberse mostrado extraño durante las últimas cuarenta y ocho horas su silencio era todo lo que necesitaba.

No podía dejar de pensar en la última vez que había habla- do con mi padre. En ese momento, yo solo tenía catorce años, y ahora deseaba que me abrazase, que me dijese lo mucho que había crecido. Pero él se había ido y nunca volvería.

Lo único que se oía eran mis sollozos y la respiración de Harry, que inspiraba y espiraba con una sorprendente tranquilidad. Despegué el rostro de su pecho, pero no me permití mirarlo a los ojos.

—Esme, lo siento mucho, de verdad —dijo en un susurro mientras me acariciaba la espalda.

Negué con la cabeza.

—No es tu culpa.

Harry suspiró.

—Pero si me hubiese dado más prisa en todo esto del bosque, quizá hubiese podido salvarlo. 

—¿Cómo?

—No lo sé, pero de algún modo.

Nos quedamos en silencio y me volví a acurrucar en su pecho, escuchando el acompasado latido de su corazón contra mi oído.

—Si hubieses entrado antes en el bosque, no nos hubiésemos conocido nunca.

Me aterraba ese pensamiento.

—¿Por qué? —preguntó Harry, algo nervioso por mi respuesta.

—Nunca te hubiese encontrado en la librería.

Antes de que pudiera terminar lo que le estaba diciendo, Harry me apretó mucho más contra él y llevó sus labios a mi frente. Aunque intentaba mostrarse cariñoso, su cuerpo estaba tenso y me pregunté en qué estaría pensando.

—Nos hubiésemos conocido igualmente, estoy seguro de eso. Pero me alegro de que hayas venido a Greenwood. Yo también me sentía solo antes de volver a..., de conocerte.

«¿Volver a conocerme?». Había parecido que se corregía a sí mismo, pero no le di más importancia, no estaba de humor para jugar a las adivinanzas.

Rompí a llorar, de nuevo. El poco positivismo que albergaba desapareció entre los árboles del bosque, dejándome sola con el único consuelo del pecho del chico que ahogaba todas mis lágrimas.

—¡Es que no es justo! —Me quejé con rabia, y Harry apoyó su mejilla en mi cabeza.

—Lo sé, pero ha ocurrido. Tenemos que seguir o nunca po- dremos salir de aquí.

—Pero mi padre ha muerto y no lo volveré a ver nunca más.

—Ya lo sé, Esme... Pero no podemos arreglarlo y hay que aceptarlo —me respondió.

—¡Pero es que no es justo! —Protesté, y me apreté más contra el cuerpo de Harry, dejando que las lágrimas salieran por sí solas—. Tú has encontrado al tuyo después de tantos años. El mío está muerto. ¿Qué clase de broma cruel es esta? —Harry se volvió a tensar, pero aquella vez fue distinto, porque un rayo de dolor cruzó su rostro, y supe de inmediato que mis palabras no habían sido las correctas—. Perdóname, no debí haberlo dicho. No es tu culpa, pero es que..., es que...

Como una estúpida, continué llorando. Parecía que mis ojos no se cansaran nunca, pero me tranquilicé cuando sus brazos volvieron a hacer presión contra mi cuerpo.

—Sé que esto es muy duro para ti —susurró. Suspiré de alivio y cerré los ojos tratando de tranquilizarme—. Tenemos que volver. Creo que tu hermano te necesita.

Su mano trazó círculos en mi espalda y volví a tomar aire para expulsarlo sosegadamente. Harry llevaba razón, había sido una egoísta al creer que estaría mejor sola, y no había pensado en que era Thomas quien quizá me necesitaba a mí.

Harry me sonrió con algo de tristeza y decidimos marcharnos, pero antes me detuve ante la piedra que formaba la lápida de mi padre. Miré a mi alrededor en busca de alguna flor, o algo que me sirviera de obsequio, pero solo había árboles y musgo. Sentí una punzada en el pecho al no tener nada que ponerle y reprimí de nuevo las ganas de llorar. Debía poner una máscara sobre mi rostro y fingir que todo estaba bien, ser fuerte y seguir adelante para solucionar el misterio.


Deshicimos el camino en silencio, solo se escuchaba el «chaf, chaf» de pasos al pisar el suelo húmedo, y comencé a pensar en qué había pasado para llegar a ese punto. Hacía prácticamente dos meses que mi familia y yo habíamos llegado a Greenwood para empezar de cero, hacer nuevos amigos y olvidar Charleston de una vez por todas.

Ninguno de los dos hablaba y yo todavía sentía el nudo en el estómago. Harry iba un poco más adelantado, concentrado en el suelo. Escaló un tronco y cuando bajó, me miró con gesto preocupado y esperé a que hablara.

—Melissa dijo que Luna estaba esperándonos en el bosque. Era verdad, lo había olvidado por completo.

—Minerva no ha dicho nada sobre su madre.

—Ahí quiero llegar. —Hizo una pausa—. Mi padre asegura que la princesa está dormida, pero Melissa dice que ella le mandó buscarnos. Vi a Louise en el reflejo del agua en la laguna, pero de momento no la hemos encontrado aquí dentro.

Llevaba razón, Harry había visto a Minerva, Thomas y Louise.

—Quizá está en otra parte del bosque. Sabiendo lo fácil que es perderse por aquí, si yo llevara tiempo en este bosque, no me movería de mi lugar.

—Podría ser, pero creo que tu hermano está en lo cierto. 

—¿Crees que hay alguien más detrás de todo esto?

—No encuentro ninguna otra explicación.

Nos volvimos a quedar en silencio y continué pensando. En el hipotético caso de que aquello que Harry decía fuese verdad, ¿quién podría ser?

Seguimos nuestro camino pero, a medida que avanzábamos, percibí un cambio en el paisaje. Los árboles eran cada vez más altos y aquel suave verde pálido en sus hojas se fue oscureciendo. Aquellos eran los abetos que siempre había visto en la montaña que se divisaba desde la ventana de mi habitación. Me detuve y presté toda la atención posible a mi alrededor. Sentía más frío.

—Creo que nos hemos perdido —susurré, y Harry se paró en seco.

—Estamos siguiendo el mismo camino que antes.

—Pero los árboles no son los mismos.

Los miró, analizando el silencio y el verde del bosque. De repente me miró fijamente con unos ojos más intensos que nunca. 

—Melissa dijo que el bosque cambiaba de lugar.

Harry se apresuró a buscar el mapa de Melissa en el bolsillo, y sacó también una brújula. La calibró y esperó atentamente a que la aguja señalase el norte, pero fue inútil, porque no dejó de dar vueltas.

—Claro que no funciona, no hay magnetismo en el bosque —refunfuñó para sí mismo—. Estamos jodidos.

La mirada y el color en los ojos de Harry me produjeron otro escalofrío y pensé en que no solo habíamos entrado en el verdadero bosque de Greenwood, sino que nos habíamos perdido en él sin saber cuándo ni cómo íbamos a volver. 

Continuer la Lecture

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