Colores oscuros

De NancyACantu

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He tenido constantes pesadillas que se han repetido a lo largo de mi monótona y corta vida. A pesar de que es... Mais

Aclaraciones
Dedicatoria
1. Visita al hospital
2. Noche de fiesta
3. Secretos
4. Noche de cambios
5. Despertar amargo
6. Su nombre, mi destino
7. Adoptada
8. Viaje a un nuevo hogar
9. Conociendo a la familia
10. Mascotas
11. Rituales
12. Mintiendo
14. Diana
15. Antes del baile
16. Extraños comportamientos
17.Esclavizada oficialmente
18. Descongelando corazones
19. Una infancia oscura
20. El vampiro de la Luna
21. Pretender es difícil
22. Impulsos incontrolables
23. Besos nocturnos
24. Ojos nuevos
25. Pelea por sangre
26. Buenas noches
27. Primer día de vida
28. Tentaciones
29. Giselle
30. Esperando por ella
31. Blake
32. Una última vez
33. Hogar dulce hogar
34. La espera ha terminado
35. Traición
36. Secretos
37. Decisiones
38. Pelea
39. Dejándote solo
40. La ciudad negra
41. Hospital de memorias
42. Viaje a mis recuerdos
43. En el mundo real
44. Una de la mañana
45. Dos de la mañana
46. Tres de la mañana
47. Cuatro de la mañana
48. Cinco de la mañana
49. Última hora juntas
50. Nuestro final

13. Ojos rosas

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De NancyACantu

Anduve aprisa por los oscuros y largos corredores de la mansión con el único objetivo de encontrar a mi secuestrador. Aún tenía ese sentimiento de acoso picándome en el cuello; ese que me tocaba para ocultar lo que no había pasado la noche anterior. 

La conversación con Rossette me había afectado; así que me sentía como una fugitiva de una gran prisión. Sabía que no tenía la culpa, pero al mismo tiempo, entendía que ayer debía de haber sido mordida para evitar que algo peor me ocurriera. El comprender que no muchos seres humanos sobrevivían aquí si un vampiro las desechaban, me llenaban de pavor. 

Divagando por la oscuridad, me puse a pensar en muchas cosas: era seguro que Alexander estaba muriéndose de hambre; así que era algo inevitable que ocurriera hoy. Entender que debía de hacerlo para sobrevivir me llenaba de un poco de valentía y me hacía querer ceder sólo por ahora.

Tragué saliva sabiendo lo que me esperaba y, aumentando mi miedo, seguí argumentando en silencio mi necesidad inmediata de ver a aquel vampiro al que no le interesaba mucho, pero que ocupaba para no morir en cualquier momento.

Giré por otro pasillo con ello en mente y con la esperanza de ver algunas escaleras que me llevaran al siguiente piso. 

No sabía realmente mi paradero, pero al menos mi lógica fue más fuerte. Por lo que pude ver durante el día, su habitación estaba en el última planta de la esa gran mansión, así que si seguía subiendo, debería de poder llegar hasta él. 

Ante mis pensamientos, aseguré mi éxito y di crédito a meterme por consiguiente, en lugares desconocidos para mí. Paso a paso, el pasillo me envolvió y segura de que encontraría pronto alguna otra escalera para seguir, imité mis acciones una y otra vez.

Los minutos pasaron volando, terminando por obvias razones por perderme en la total oscuridad. El largo pasillo sin fin podía apreciarte tanto atrás como delante de mí. Insegura por no encontrar esa puerta oscura, caminé más lento, mirando a todos lados con un ceño suspicaz.

No quería llamar la atención con mis pasos fuertes, pero estaba lista para correr de ser necesario. No sabía si Alexander me rescataría de nuevo, pero no quería darle la satisfacción de volver a hacerlo. Tomé con fuerza mi mano para darme más valor y enfrentarme así a esos corredizos infectados por vampiros deseosos de mi sangre.

¿Cómo rayos iba a salir de ese gran lío en el que me habían metido? No solo me habían convertido a ser, obligatoriamente, la esclava de Alexander; sino que iba a tener que dejar que el me mordiera de nuevo, esta noche.

Sabía que no era lo que quería porque dolía y mucho. ¿Pero habría otra manera? ¿Y si hacía algún trato con Alexander? Me mordí el labio sabiendo que no daría su brazo a torcer. Con lo poco que lo conocía, sabía que le gustaba ganar y tener la última palabra en todo.

Suspiré dándome por vencida, pero mientras viajaba en mis pensamientos por la respuesta que me atormentaba, un escalofrió recorrió cada parte de mi espalda. Sentí un frío tan helado recorrerme que pude darme cuenta que alguien estaba persiguiéndome. Mi corazón palpitó como loco, mi sexto sentido lo sabía. Alguien me observaba.

Tragué saliva temerosa y aunque desprotegida, me atreví a girarme para observar si estaba en lo correcto. ¡Y vaya que lo estaba! Casi al fondo del pasillo, más allá de la oscuridad, unos ojos yacían clavados en mi cuerpo. Siguiéndome desde lo más lejos, imitaba cuidadosamente cada movimiento que daban mis pequeños pies ya convertidos en gelatina.

El temor invadió mis pensamientos y, sin meditarlo claramente, aceleré mi caminata hasta convertirla en un trote que le advertía a mi acosador que quería huir de él.

La tensión invadió el pasillo con mi respiración acelerada. El corredor era alumbrado por velas tenues, por lo que todo se me hacía más lúgubre de lo que debía de ser. Las pocas ventanas del pasillo me mostraban el cielo nocturno y las estrellas tintineando a lo lejos me advertían que estaba en el peor lugar para estar perdida. Mis latidos aumentaron y entendí a la perfección que estaba en un peligro inminente.

Corrí despavorida hacia la nada, escuchando detrás de mí aquellos pasos que sonaban divertidos al perseguirme, con algunos susurros que me hacían enloquecer.

Queriendo escapar, maldije una y mil veces a Alexander. Él era el culpable del que todo esto me estuviese sucediendo a mí. Él era el responsable de que estuviese en esa mansión, de tener que mentir, sentirme fuera de lugar y ahora, de que me persiguiesen, corriera e intentase escabullirme.

Seguí huyendo aún teniendo al responsable de mi sufrimiento en mis pensamientos. Jadeaba de cansancio y miraba alguna que otra vez hacia atrás. Aquellos ojos que me seguían de cerca, sonreían. Podía percibirlos. Algo estaba haciendo mal. Respiré con cierta fuerza y, mirando hacia adelante, me pude dar cuenta del porque de su risa. Un callejón sin salida me esperaba al final del pasillo.

¿Por qué rayos habían construido algo así en una mansión? ¿Para qué lo querían? No tenía sentido pensar ahora, no había escapatoria alguna. Tenía miedo de voltear detrás, ya que sabía que alguien estaba parado en medio del pasillo, esperándome con una sonrisa.

El muy maldito me había atrapado. Ya no podía hacer más que enfrentarle.

Volteé, temblando del miedo. La silueta negra, parada en la mitad de la nada, me sonrió mostrando aquellos colmillos blancos que brillaron con la luz de la luna. Mi sangre se fue en picada, seguro que ahora estaba más pálida que él.

—Buenas noches, Nicole —dijo con una voz juguetona.

Me mantuve callada mientras me aferraba a la pared del maldito callejón que me había clausurado mi salida de escape. Pensando en que hacer.

—¿Sabes? Tengo hambre —dijo de pronto, mientras sus ojos rosas habían cambiado a ese color característico que cada vampiro poseía a la hora de la cena.
—¡No puedes! —Titubeé, intentando defenderme—. No debes morderme.
—¿Y por qué no? —Sonrió—. Alexander no te mordió anoche... así que tengo todo derecho de reclamarte, ¿no lo crees?

Me inmuté al oír su última frase. ¿Cómo lo sabía? ¿A caso no respetaban a las mascotas de sus semejantes? Mordí mis labios, intentando decir cualquier cosa para ampararme.

Pero fue entonces ahí cuando recordé lo que me habían dicho, cuando me di cuenta de la terrible decisión que había hecho aquella noche.

«Cada mes, debes de ofrecer un poco de sangre. Es la prioridad de toda mascota. Para poder así afianzar el lazo que los une».

Me dio otro escalofrió. Alexander no me había marcado como suya la noche anterior; así que eso me convertía en una mascota pública.

—No, espera —Intenté justificarlo con lágrimas a punto de desbordarse de mis ojos—. No es así.

El vampiro, que se había acercado, me mostró una sonrisa victoriosa.

—Yo te voy a cuidar muy bien, te lo prometo —soltó, ya más cerca de mí.

No pude respirar muy bien cuando vi su cabello rubio ennegrecido por la oscuridad y aquellos ojos brillantemente rojos amenazándome. Sus pisadas en la madera resonaron con tanta fuerza pero a la vez debilidad que me hacían querer desvanecerme. ¿Así iba a acabar la noche? ¿Sería mordida por otro vampiro? Me puse rígida mientras bajaba la cabeza, dándome por vencida, esperando que aquellos blancos colmillos que había visto en el pasillo, atravesasen mi piel sin delicadeza.

Sentí sus manos acariciar mis brazos. Sentí mi vista nublarse. El helado tacto me hizo tener un escalofrió que me hizo recordar el tremendo dolor que se sentía ser degustada. Respiré con cierta fuerza, recobrando la poca valentía que me quedaba. ¡No dejaría que hiciese aquello! Ni siquiera Alexander.

—¡Aléjate de mí! —Grité furiosa mientras intentaba empujarlo.

Mi grito viajó por el pasillo silencioso hasta el más allá. Quien había estado próximo a morderme no se había movido ni un poco, pero se río. Supe que se había acabado cuando entendí que no tenía la fuerza para moverlo. Los ojos del vampiro me fulminaron en un rojo color. Volvió a acercarse, pero esta vez molesto.

—¡Por favor! No me toques —Bramé desesperada.
—¡Deja de moverte!

Me estremecí, pero no dude en mover mis manos para hacérselo más difícil. El vampiro no perdió tiempo y me tomó de ambas muñecas para evitar que me agitase más. Mis ojos y los suyos se conectaron casi al instante. Dejé de menearme. Esos ojos eran terriblemente rojos. Como el líquido en mis sueños.

Me sentí desfallecer cuando le vi mofarse de mí. Ahora si que no podía hacer nada para salvarme. Grité de nuevo pero esto pareció que le divertía ya que esbozó una guasona risa.

¿Esto era todo?

Sus ojos escarlata se acercaron en cámara lenta hacia mi cuello. Aguanté la respiración con la vista en el pasillo.  Escuché su boca abrirse y sentí su respiración tocarme. Temblé como gelatina. No quería que sucediera de nuevo

Pestañeé una vez. Más lágrimas recorrieron mi cara y entonces, allá a lo lejos, pude ver quien llegaba. Con un paso tranquilo, pero con una cara de muy pocos amigos, Alexander rugía a quien se había paralizado a unos cuantos milímetros de mí.

Fue tan rápido pero a la vez tan lento. El que intentó morderme me miró furioso y antes de desaparecer en el aire, susurró aquellas palabras que me llenaron de miedo.

—Serás mía, te lo prometo.

Me dejé caer en el suelo de madera, con el corazón en la boca. Aquella situación me había dejado sin fuerza ni ganas de pelear. Observé el largo pasillo oscuro mientras los zapatos bien pulidos de Alexander se acercaban a mí. Temblé por milésima vez comprendiendo que ya no estaba en mi lindo departamento y mi oscuro pero solitario mundo de mi vida ordinaria.

Esta era mi realidad ahora.

Alexander no dijo nada, pero sentí sus helados dedos que me hicieron dar un brinco en el piso. Solté un chillido lleno de miedo, pero me dejé hacer. Me elevó hasta su pecho y no pude evitar enterrar mi cara en su camisa, ahogando así mi llanto sin cesar.

Caminó en silencio por el pasillo, llegando pronto a su habitación. Aún estando ya solas y a salvo, me fue difícil respirar.

El pareció entenderlo, por lo que esta noche no hizo ningún comentario burlón ni desinteresado sobre el periódico o mi vestido. Tan sólo me dejó suavemente sobre su cama y me dejo hacerme una bola sobre el colchón. Mi cabello castaño acaparó la almohada de pluma y nos quedamos así por mucho tiempo.

El silencio entonces se hizo incómodo, pero aún así no lo miré. Saber que estaba sentado al otro lado de mí, me hacía sentir intranquila, pero a la vez, protegida. Aunque era un vampiro como todos los demás, él no había intentado hacerme nada desde el callejón y suponía que al igual que los demás, tenía hambre.

—Perdón —le escuché decir aquello de pronto.

Le miré sorprendida. Aunque él no lo hacía, tenía una mueca de vergüenza en su rostro. Esto le estaba costando. Me reí un poco silencio. Vaya disculpa más torpe.

—Es tu culpa —respondí cuando pude hablar.

—¿Mi culpa? —Esta vez, sí volteó a verme—. ¿Es mi culpa que siempre te metas en problemas?

Le miré con una cara seria. Claro que era su culpa.

—Sabes a lo que me refiero.
—Esclareceme. —Se acercó, retándome—. ¿Fui yo el que te dijo que te fueras de aquí? ¿No, verdad? 
—Tu me trajiste aquí en primer lugar —Chillé—. Yo no quería esto.

Alexander se aproximó a mí. Tenía la cara tan cerca que me hizo enloquecer. Volteé de nuevo hacia la ventana.

—¿Por qué no lo hiciste ayer? —Solté entonces intentando hacerme una con las sabanas. Esto era vergonzoso.
—¿Qué? ¿Morderte? —Preguntó asombrado—. ¿Lo deseas tanto?
—¡No! No es eso... —dije aquello con un tono fuerte sin importarme lo cerca que lo tenía de mi espalda—. Es solo que ya me explicaron por qué debías de hacerlo y ya descifré que pasaba si no lo hacías —dije ahora más bajo, invadiéndome el recuerdo de lo que había ocurrido en el pasillo.
—¿Y por qué crees que estas ahora en mi cama? Tengo a acabar lo que no terminé ayer.

Aquel susurro enojado me hizo tensarme. Sabía que era lo mejor, pero lo cierto es que tenía miedo. No quería que sucediese, pero ya lo había visto venir. Tenía que hacerlo ahora o nunca. Sino, podría volver a correr peligro y eso, era todo lo que no quería. Si volvía mañana al comedor sin agujeros, los vampiros no dudarían en moverse. Y no tendría tanta suerte cómo hoy. Tal vez mañana más se enterarían de que no había sido reclamada hoy y bueno, yo no quería morir.

—¿Me dolerá? —Farfullé aún sin mirarle a los ojos.
—Si no te mueves...
—¡La primera vez me dolió! —Me enfrenté a esos ojos celestes, quejándome de lo que había pasado hace un par de días atrás—. Fuiste brusco y horrible. Pensé que me iba a morir.
—Si no quieres, no lo hago. —Soltó de repente, ahora en un tono burlón—. Pero, bueno, no te voy a proteger todo el día, sabes... tengo cosas que hacer.

Volvimos a conectar nuestras miradas. Alexander tenía una sonrisa socarrona. Yo mordía mis labios sabiendo que ahora él estaba arrinconándome para que se lo pidiera. Bajé la mirada avergonzada. Él estaba intentando que le gritase que lo hiciese.

—Si dejas que lo haga, nadie podrá tocarte.

Observé aquellos ojos que se hacían de repente rojos, mientras esperaba por mis indicaciones. Respiré con fuerza mientras bajaba la mirada y apretaba mis labios. Lo sabía, tenía hambre. Mi respiración comenzó a acelerarse. Entendía que si me mordía no tendría que preocuparme mañana, pero no quería. Era tan difícil.

—Hazlo rápido —dije al final, dándome por vencida.

Escuché una sonrisa traviesa de su parte, antes de que yo cerrara mis ojos con fuerza. Esperé en la oscuridad a que lo hiciera de nuevo, a sentir ese terrible dolor en mi cuerpo; pero en vez de aquello, sentí una presión sobre mis labios. ¿Qué estaba? Abrí mis ojos al instante.

Alexander me estaba besando.

¿Qué? ¿Qué le pasa? Intenté alejarlo, pero sus fríos labios no se separaron y entonces me abrazó. Dejé de respirar. Pasmada por lo que sucedía. ¿Por qué estaba haciendo aquello? El beso se intensificó, sus brazos me atrajeron a él y mi cuerpo se hizo blando. ¿Qué estaba pensando? Mi cuerpo se inclinó a desconectarse y dejar de funcionar. Me dejé hacer con los ojos aún abiertos porque parecía como si una fuerza extraña me impidiese pensar y moverme.   

Me sonrojé e intenté llamar su atención con un leve golpe en su pecho. Alexander, riendo, dejó mi boca abandonada en un hilo de saliva. No pude decir nada, porque pasó de mis labios hacia mi cuello que lamió y besó con gusto.

Recuerdo que me arrancó un gemido y entonces, sacó sus colmillos y los enterró lentamente sobre mi piel. Pegué un pequeño chillido. Por sorpresa mía, él dolor no fue tan fuerte como lo recordaba; pero aun así se oyeron varios quejidos de mi parte. Sentí mi sangre escurrirse y como la lengua fría de Alexander pasaba por ella y la comía con gusto.

Me aferré a su espalda, arañándosela. Caímos juntos entonces en la cama. Teniéndolo encima mío, sentí una vez más como todas mis energías salían disparadas fuera de mi cuerpo. Alex no se detuvo cuando dejó que todo se empapara en sangre y yo me desmayaba de un momento a otro.

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