Kikimora © [COMPLETA]

Bởi kinomera

714K 68.7K 43.2K

Tras dos orfanatos, varios trabajos y una brillante carrera de periodismo; Sasha Miller se ha mudado a Chicag... Xem Thêm

▘PRÓLOGO ▘
▘ADVERTENCIA ▘
▘El comienzo
▘00_Miedos
▘01_La Torre KRAUS
▘02_Mi suerte
▘03_ Rumpelstiltskin
▘04_Revista Exposal
▘05_Un número
▘06_ Hans Meyer
▘07_CEO
▘08_Ella
▘09_Las Miller
▘EXPOSAL ARTÍCULO ▘
▘10_Luces encendidas
▘11_Si te escuchan
▘12_Naktis
▘13_Solo sangre
▘14_TOC
▘15_Medir el peligro
▘16_¿Cómo?
▘17_Sombras silenciosas
▘18_Soprender
▘19_Mi lado infantil
▘20_Marcas
▘21_Regalos de Navidad
▘22_Año Nuevo
▘23_Cinco muertes
▘24_Vesele Club
▘25_Confianza
▘26_Hölle (Parte I)
▘27_Hölle (Parte II)
▘28_ Maxen Carter
▘29_Todo tiene un precio
▘30_ Decir la verdad
▘31_ Las consecuencias de cruzar
▘32_Bomba de tiempo
▘34_¿Cómo delatarlos?
▘35_Escapar no es una opción
▘36_La verdad
▘37_ Una verdad distinta
▘38_Nuestra suerte
▘39_Kraus
▘40_Mis miedos
▘Epílogo
▘¿El final?
▘AGRADECIMIENTOS ▘

▘33_El principio es el fin

9K 1K 643
Bởi kinomera

—Siéntate de una vez —pidió Michael desde el sofá en lo que yo iba y venía por la diminuta sala de estar.

—¿Estás de acuerdo en que son de la misma persona? —pregunté señalando sus manos.

Tenía los tres pedazos de papel con los mensajes misteriosos. Volvió a ojearlos y asintió acomodándose los lentes de pasta.

—La caligrafía es idéntica y las hojas tiene el mismo tamaño. Parecen salidas del mismo lugar.

—¿Quién puede ser?

—No lo sé.

—¡Sé que no lo sabes! —protesté acomodando mi cabello que era un desastre—. Pregunté quién podría ser.

No respondió.

»¿Alguien que puede salir perjudicado? —continué incapaz de hablar algo coherente—. ¿Los dueños de los clubes? ¿Algún cliente? ¿El asesino de una de las chicas?

Michael se levantó y me agarró de los hombros con fuerza.

—Cálmate —dijo sacudiéndome e intentando hacerse cargo de la situación.

—¿Calmarme? ¿Cómo puedes pedir que me calme? —cuestioné al borde de chillar—. ¡¿Cómo puedes estar tan calmado?!

—Ven —dijo guiándome al sofá—. Siéntate un segundo.

Lo hice porque mi cuerpo se sentía agotado de tanta tensión. Me dejó allí viendo como se dirigía a la cocina y ponía agua a calentar.

Jamás me había sentido así en toda mi vida. Mi cerebro podía articular poco y todo giraba en torno al terror, uno que no conocía.

Siempre me creí capaz de controlar cualquier situación, pero una persona acosándome y dejando notas por todos lados no era algo que se considerara normal. Podía haber estado dentro de mi apartamento mientras no estaba. Un escalofrío me recorrió al imaginar que podía haber estado allí mientras dormía.

Tapé mi cara con las manos y me escondí entre las rodillas buscando protección.

—Toma, bebe esto —dijo Michael sentándose a mi lado—. Un te viene bien para estos momentos.

No respondí. No podía moverme. Estaba congelada por el miedo.

—Sasha —llamó tras varios minutos en los que no me moví—. No sirve de nada que te cierres. No puedo hablar contigo si estás así y no podemos pensar juntos.

¿Qué demonios quería que pensara?

»Ni tan siquiera sabes lo que tiene la caja —señaló haciéndome abrir los ojos contra mis palmas de manera que la oscuridad se mantuvo—. Entiendo como te sientes, pero estás viéndolo peor de lo que es.

Me incorporé lentamente ahogando las ganas de gritar. Michael no era el culpable de esto, yo lo era.

Nadie me obligó a escribir para el Exposal o investigar sobre los barrios bajos de Dunning para descubrir una gigantesca red de prostitución que operaba en Estados Unidos desde los años noventa.

—Quieres que pensemos juntos sobre cómo alguien está acosándome, rondando mi apartamento y mandándome notas extrañas —dije entre dientes para que mi voz no temblara—. Alguien que sabe lo que he hecho para el Exposal, que sabe quién es Kikimora

—Alguien que parece feliz de que estés haciendo lo que haces.

Fruncí el ceño creyendo que su cordura estaba donde mi autocontrol, en el desierto de Sahara.

Mostró las tres notas que me ponían los vellos del cuello como púas.

—La primera solo dice que le gustan tus notas y no tenemos idea de cuándo es o cómo llegó a tu apartamento.

—Está claro cómo.

—Fui yo quien la encontró. Estaba tirada en el suelo de tu estudio y pegada a la pared. Puede haber caído de cualquier lugar y esa persona no tiene que haber entrado a tu apartamento.

Cerré los ojos con fuerza sin querer aferrarme a la diminuta esperanza.

»Incluso si lo hizo, fue desde mucho antes de que supiéramos algo de Dunning o la trata de personas.

—¿Quieres que me tranquilice pensando que estoy en peligro desde mucho antes de haberlo sabido? —ironicé.

—Quiero decir que, si alguien está dejándote notas desde ese momento, quiere decir que no está preocupado o preocupada de que descubras la verdad sino de que no lo hagas.

—¿Qué quieres decir?

—¡Aterriza, Sasha! —demandó—. Piensa y dime si alguien que se viera amenazado por todo esto y supiera quién eres estaría diciendo que le gustan tus notas, que Chicago arderá bajo tus manos o que le gustan tus avances.

Miré los pedazos de papel que seguía sosteniendo.

—¿Crees que es alguien que nos está ayudando?

—Creo que es alguien que quiere llevarnos a algún lugar, solo no sé a cuál.

Fruncí el ceño confundida. Michael relamió sus labios en gesto nervioso.

—¿Pasa algo?

Lo pensó por un momento.

—Cuando nos conocimos, el día de la entrevista —contó haciendo que volviera en el tiempo—. Ese día tenía órdenes claras de que aceptaras sin importar lo que tuviera que ofrecerte.

—Eso que...

—Quiere decir que, si hubieses pedido el doble, te lo habrían concedido —confesó dejándome con la boca abierta—. Alguien proporcionó información a la revista sobre el caso de la chica del río y no sé cómo, pero tu nombre apareció de un día a otro con especificaciones muy claras de los directivos. Tenías que escribir ese artículo.

—Eso fue hace meses. ¿Qué tiene que ver con esto?

—No creo que te escogieran por casualidad o solo por tu manera de escribir.

—Entonces, ¿por qué?

Michael pareció reacio a seguir la conversación así que le presioné con la mirada.

—¿Conoces a alguna de esas chicas?

—¿Qué?

—A las muertas.

—¡Claro que no!

—¿Has tenido algún roce con personas que tuvieran que ver con prostitución, trata, mafia?

—Nunca —aseguré sin encontrarle sentido.

—Y tu familia, ¿ellos podrían haber tenido alguna relación?

Fruncí los labios y el instinto de mentir estuvo a punto de salir. No era momento de cuidarme de exponer el pasado, esto era serio y Michael quien único podía ayudarme.

—Soy huérfana.

—¿Estás segura de que lo eres?

Los recuerdos de la historia que la señora Miller me contara sobre mi madre, afloraron. Me dejó en la puerta de su casa, proporcionó mi nombre, era de origen ruso y desapareció para siempre.

—Puede que mis padres biológicos estén vivos, pero no lo sé y no me importa —acepté.

—Quizás esa es la conexi...

—Me da igual si lo es —interrumpí incapaz de hablar del tema en voz alta—. Alguien posiblemente quiso que yo tomara el trabajo. Eso no quiere decir que tenga que ver con mi familia o mi pasado. Me suena imposible que alguien pudiera querer desde ese momento que encontrara la verdad en Dunning cuando solo por la chica del río era imposible.

—Pero todo lo que has ido investigando te llevó hasta aquí.

—Nadie puede medir tantos pasos por adelantado y manejar a tantas personas por meses —señalé lo obvio— y, si pudiera hacerlo, ¿para qué? ¿Para que descubriera la verdad sobre la trata de personas y cómo todas las chicas asesinadas fueron posiblemente víctimas de sus clientes pervertidos? —cuestioné dejándome pensar en voz alta y liberando así la tensión—. Si fuera así, ¿para qué mandarme notas? —pregunté arrebatándolas de sus manos—. ¿Por qué atemorizarme cuando está todo hecho?

Michael sopesó mis palabras antes de hablar:

—Quizás hay más.

—¿Más?

No podía haber más.

«(...)Te mereces otro regalo».

La frase en la última nota vino a mi mente.

Alcé la vista a la aterradora caja que seguía abierta en una esquina.

—¿Qué crees que sea? —quise saber cuando la curiosidad comenzó a reemplazar al miedo.

—No tengo idea —dijo viendo en la misma dirección.

Me puse de pie y quedé frente a ella. Inocente e indefensa en el suelo, pero capaz de hacer que mi piel se pusiera de gallina.

Michael tenía razón. No sabía qué había dentro, no podía dejar que el miedo me venciera sin saber lo que enfrentaba.

Me senté en el piso y puse las manos sobre las dos pilas de papeles que cabían a la perfección dentro de la caja. Eran varios paquetes, cada uno envuelto en plástico transparente para protegerlos.

Tomé el primero con el corazón en la garganta y batallé para abrirlo. No tenía idea de lo que podía ser. Tenía miedo, uno que se disipó y fue reemplazado por la confusión cuando detallé la primera hoja del paquete.

Un contrato de trabajo.

El papel era viejo, incluso estaba algo amarillento y en la parte superior izquierda había un logo de un barco y una sirena unido al nombre de lo que debía ser una empresa: Sprendimas.

La fecha de emisión del contrato databa de 1990. No había nada extraño. Términos de trabajo, cláusulas, el nombre la persona contratada. Cuños y firmas reales. Parecían originales. Solo el olor a viejo era imposible de reproducir.

Hojeé uno tras otro. Unos cincuenta contratos de personas distintas, en cargos variados y todos del mismo año.

El paquete de hojas que estaba debajo correspondía al año 1991.

—Es una empresa de transporte marítimo —dijo Michael que observaba por encima de mi hombro con el teléfono en la mano y me veía confundida con la vista pegada al logo del barco y la sirena—. Aquí dice que operan desde finales de los años setenta y mueven su carga de un continente a otro con la mejor efectividad del mercado.

—Marítimo —dije para mí antes de alzar la vista consternada—. ¿Contenedores?

El asentimiento de Michael me dejó sin aliento. Así trasladaban a las personas desde Europa según las historias de nuestras testigos, en contenedores.

No era posible.

—Ayúdame —pedí con la adrenalina corriendo por todo mi cuerpo y dejando a un lado los paquetes abiertos en el orden en que los había encontrado.

Michael obedeció y entre ambos comenzamos a rebuscar.

Había más contratos en los mismos años y no solo eso sino transacciones y recibos de mercancía firmados por personas que estaban registradas en los contratos.

No había manera que aquello no fuera original. Muchas hojas estaban algo comprometidas por la humedad, pero se notaba el esfuerzo por conservarlas.

—No tiene sentido —dije abriendo otro de los paquetes—. Si esta es la vía que usaban para entrar personas de manera ilegal, ¿de qué nos sirven los papeles? La policía solo vería documentos oficiales de hace treinta años que han sido adquiridos sin autorización. No hay nada turbio en esto.

—Tendríamos que encontrar la conexión.

—¿Cómo? ¿Metiéndonos a investigar en la empresa? Mucha de esta gente está muerta —señalé consciente de la fecha de nacimiento en varios contratos—. Las que están vivas no aceptarán que estuvieron involucradas para asegurar sus últimos años de vida en la cárcel.

—En caso de que esto sea real —aclaró Michael.

—También puede ser una farsa —acepté—. No hay manera de garantizar que alguna de estas transacciones donde aseguran estar recibiendo mercancía legal, realmente estaban recibiendo mujeres que...

—Sasha —interrumpió mi compañero en un susurro.

Estaba con los ojos fijos en unos pocos papeles que al parecer había sacado de un sobre de aspecto igual de antiguo que lo demás.

—¿Qué es?

Tendió lo que se veía un documento similar a los otros. En la parte superior estaba el mismo logo, había una fecha del mismo período y debajo estaba un listado de nombres y apellidos ordenados alfabéticamente.

En las páginas siguientes había fichas que correspondían a los nombres de la lista. La primera mostraba una foto muy de la época. Una chica joven de cabello castaño y lacio. El nombre Aleksandra Antonova se leía en la parte superior derecha y debajo la fecha nacimiento, 16 de septiembre de 1974. Apenas 16 años.

La planilla marcaba otros datos importantes que garantizaban su estado de salud. Además, se podían leer sus medidas corporales, pechos, cintura, caderas, algo que no era normal en un examen médico básico.

El resto de planillas correspondía a la lista, todas mujeres, veinte en total.

—¿Crees que estas sean las chicas que entraban? —cuestioné viendo que había varios sobres, todos con fechas de principios de los noventa—. ¿Se arriesgarían a tener estos datos en papel?

—En los noventa todo se resguardaba en papel.

—Tráfico ilegal de personas escrito en papel —solté con sarcasmo abriendo otro sobre.

—Eran mercancía, si iban a venderlas debían dar información sobre ellas.

—Menuda estupidez —murmuré para mí en lo que estudiaba las listas.

La fecha del primero marcaba agosto de 1990, tal cual Clarisse y Petra declararon entrar a Estados Unidos en la que fuera la primera camada. Bajé la vista buscando sus verdaderos nombres, esos que dejaron atrás una vez iniciaron aquella oscura vida.

Allí estaban.

—Son las listas —corroboré viendo de reojo a Michael—. Tenemos a la empresa que las transportaba ilegalmente al país, al menos la que lo hizo en esos tres primeros años.

—Estas pruebas pueden servir —dijo pensativo—. Debo consultar al fiscal, pero estoy convencido de que sí.

—¿Significa que podríamos hacer que investigue a... —agarré uno de los contratos donde se veía el nombre— Sprendimas? —terminé detallando el barco y la sirena que resultaban tan familiares.

—Podríamos escribir sobre el tema —habló Michael—, aunque también podemos solo entregarlo a la policía ya que la investigación está abierta y sonando. No podrían ignorarlo.

—Pero podría encubrirlo —dudé—. Si hacemos algo, hay que hacerlo bien. No estoy dispuesta a que más información de valor desaparezca y que estos degenerados terminen salvados como hasta ahora.

Dejé a Michael con la bendita caja y me puse de pie ignorando el dolor en las piernas. Necesitaba un café cargado para aguantar revisando los papeles ya no tan misteriosos. No importaba la cafeína a las once de la noche, no iba a dormir y lo sabía, no con todo lo que estaba sucediendo.

—Sasha, tienes que ver esto —llamó cuando estaba a punto de poner el café.

Me acerqué al desastre que teníamos montado frente a la puerta y un Michael que se había quitado las gafas y mostraba en alto una hoja totalmente distinta a las que había visto antes.

No era un documento original sino una copia, de esas que producían las fotocopiadoras de hace treinta años. No se entendía igual y algunos pedazos estaban bastante claros a consecuencia del tiempo. Lo que si se leía era el logo fuerte y minimalista que conocía a la perfección: KRAUS.

Una vez más mi corazón comenzó a bombear a toda velocidad y las manos incluso me sudaban cuando arranqué el papel de sus manos para asegurar que estaba viendo algo real. Era un contrato de trabajo, uno fechado de 1990.

—¿Qué hace esto aquí? —cuestioné confundida.

—Eso no es todo —dijo ofreciéndome otro documento, uno de los antiguos contratos de la empresa de transporte marítimo—. Este está a nombre de la misma persona.

Era verdad. Ambos contratos fechados en el mismo año, con días de diferencia y a nombre de la misma persona.

—Eso significa que...

—Que esa persona trabajaba para ambas empresas —intervino Michael.

—Y si Sprendimas, la empresa que transporta contenedores desde Europa, tiene que ver con el tráfico de las chicas, es muy posible que KRAUS también.

No necesitaba de su asentimiento para saberlo y ya mi corazón ni se escuchaba. Un silencio absoluto se apoderó de mi interior.

Si era real significaba que llevaba meses trabajando para la empresa que estaba detrás de aquel sucio negocio.

No era posible. KRAUS no tenía razón para hacerlo. Sus contratos eran millonarios sin necesidad de trata de personas o prostitución, incluso tenían sus negocios con políticos para sacar más dinero aún. No había una razón para que...

Algo hizo clic en mi memoria y me transportó meses atrás.

Miré el curioso logo del barco y la sirena que tan familiar me pareciera. Lo había visto en KRAUS, en la oficina de Max, adornando uno de sus bolígrafos. Era un emblema mucho más simple que podía haber evolucionado, pero hasta la forma que en aquel momento fui incapaz de identificar, ahora era fácil de leer como una sirena.

El dorado elegante y exquisito se balanceaba frente a mis ojos con el recuerdo vivo de aquel momento.

Todo estaba relacionado, todos estaban involucrados.

—El problema es que son copias —dijo Michael llamándome a la realidad—. No podemos hacer nada con unas copias.

Le observé fijamente con el recuerdo de mi primera semana en la torre KRAUS. Tragué en seco antes de contestar:

—Pero yo sé donde pueden estar los originales.


_____  _____


Nota de Autora:
¿Me creen si digo que hace una hora fue que noté que era viernes?

Si no me creen, pues es la verdad...

Tarde pero cumpliendo...

¿KRAUS está involucrado en todo el asunto?

¿KRAUS y quien más?

No voy a dar rodeos. El 14 de febrero la historia cumple un año de publicada y será cuando publique el final. Hasta ese día habrá actualizaciones cada viernes...

Solo decirles que quedan tres semanas para eso...

Tic...

Toc...

💋

Đọc tiếp

Bạn Cũng Sẽ Thích

20.2K 1.1K 25
El tiempo pasa rápido cuando no esperas nada de nadie. "Mi padre me rompió el corazón, es por eso que me enamoro de todos los chicos que me demuestr...
326K 27.5K 55
[PRIMER LIBRO SAGA "VINCULADOS"] Con ilustraciones. En un frío invierno, Adira perdió a toda su familia sin poder decir adiós en un fatídico incend...
124K 7.7K 27
Ella vive obsesionada con él. Él vive obsesionado con todas menos con ella. Ella haría cualquier cosa por él. Él no haría nada en absoluto por ella...
87.1K 10.9K 45
LIBRO 1 DE LA TRÍLOGIA WHITTEMORE Ralph es conocido en España como uno de los pintores más jóvenes, atractivos y talentosos del país, pero detrás de...