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Es la noche de la graduación de Harry de la escuela secundaria.

Y mi corazón está pesado cuando Kristina me cuenta sobre la fiesta
que están teniendo.

De inmediato, mis pensamientos derivan hacía con quién pasará la
noche Harry. A quién besará, tocará y susurrará sus pensamientos en la
oscuridad.

De la forma en que lo hizo conmigo.
Antes de que mi padre nos atrapara. Y todo volviera a ser malo de
nuevo.

Harry no ha estado alrededor en meses. Apenas me mira.
Hay una parte de mí que quiere creer que es sólo porque las horas
de trabajo de su padre fueron reducidas, y Harry tuvo que conseguir un
trabajo él mismo.

Ha estado ocupado con el trabajo, la escuela y la vida. Yo sé eso.
Pero también sé que pronto se irá a la universidad. En solo unos
pocos meses.

Y me preocupa que esto sea todo.
Que realmente voy a perderlo para siempre esta vez.

—Deberíamos aparecer —bromeo.

Kristina me mira en el reflejo del espejo, donde se está ajustando su
diadema y repasando los labios.

—Lees mi mente —dice con una sonrisa torcida—. Ya es hora de que
empieces a vivir un poco, Pepper.

* * * * *

La fiesta está en pleno apogeo cuando llegamos.
Tengo un nudo en la garganta mientras recorro toda la casa en busca
de Harry. Casi espero encontrarlo ligando con otra persona, pero eso no
es lo que sucede.

En su lugar, lo encuentro en el patio trasero, bebiendo de un vaso
mientras mira hacia la oscuridad.
Su perfil en la luz de la luna es inquietante, y nunca se vio tan triste
como lo hace ahora. Sin pensar mucho en ello, me muevo hacia él.
El sonido de mis pasos atrae su atención hacia mí.

—¿Pepper?

Parece sorprendido y ligeramente irritado.

Ignoro el impulso de salir disparada y dejarlo en paz, envolviendo
mis brazos alrededor de mi pecho de forma protectora.

—¿Estás bien? —pregunto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —gruñe
—. No deberías estar aquí.

Yo miro al suelo, y mis ojos están vidriosos. Intento desvanecer los
sentimientos dentro de mí y mantener mis lágrimas controladas.

—¿Me odias? —pregunto, mi voz vacila mientras intento
desesperadamente mantener la compostura.

—¿Que si te odio?

Su voz es suave ahora, llena de arrepentimiento. Y no puedo mirarlo
así, porque sé que realmente lloraré.

Así que me alejo y miro hacia la luna.

—Simplemente desapareciste —le digo—. Y te echo de menos. Pero
lo único en lo que puedo pensar es que realmente ya no deseas estar cerca
de mí.

Siento su calidez detrás de mí primero, y luego la fuerza de su cuerpo
cuando él tira de mi espalda hacia su pecho, sus labios flotando cerca de
mi oído.

—No podría odiarte, incluso si lo intentara, Pepper —susurra en mi
oído—. Y créeme, lo he intentado.

Me vuelvo en sus brazos y lo miro con un millón de preguntas en mis
ojos. Pero le planteo la única que importa.

—¿Por qué?

Su respuesta es besarme. Tirar de mí contra su cuerpo y probarme
como si finalmente se estuviera dando permiso a sí mismo.

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