—¿Sí?

—Me pasó con mi marido cuando lo conocí. Él iba detrás de mí y yo, sin saber muy bien por qué, lo rehuía. Y eso que me encantaba estar con él. No sé qué demonios me pasaba. Menos mal que él tuvo paciencia conmigo.

Sonreí, divertida, pero la sonrisa se apagó un poco cuando recordé de qué iba la conversación.

—El problema es que yo sí sé por qué lo rehúyo —murmuré.

La expresión de la señora Myers se volvió casi compasiva cuando me analizó durante unos instantes antes de asentir lentamente con la cabeza, como si me entendiera a la perfección.

—¿Quieres un consejo, Mara? —murmuró—. No dejes que una mala experiencia marque cómo vives tu vida.

Aparté la mirada y la clavé en mis manos. Ni siquiera me había dado cuenta de haber estado jugueteando con la bandeja todo este tiempo por los nervios.

—Ojalá fuera tan fácil —le dije en voz baja.

—Lo sé —me aseguró, separándose de la barra—, pero pocas cosas que valgan la pena lo son. Y ahora, déjate de tanta cháchara y ponte a trabajar. A ser posible, sin tirar más bandejas.

Sonreí y asentí con la cabeza.

Era extraño, pero Lisa no había aparecido ese día. Solo me quedaban diez minutos de turno y no sabía nada de ella. Seguramente tenía un examen. O se había quedado en casa con Holt. Fuera lo que fuera, seguro que después me encontraba un mensaje-disculpa suyo.

Y, como si hubiera sido invocada, unos pocos segundos más tarde escuché la campanita de la puerta y levanté la cabeza. Lisa entró a toda velocidad y vino prácticamente corriendo hacía mí, que la miraba con una mueca de sorpresa.

—¡Necesito tu ayuda! —exclamó nada más llegar a mi altura, al otro lado de la barra.

—¿Qué pasa? —pregunté, algo asustada.

—¡Tengo un examen en diez minutos!

—¿Y quieres que te ayude a copiar? —sugerí, confusa.

Me dedicó una mirada punzante. Ella nunca copiaría en un examen.

Rebuscó en su bolso rápidamente y sacó unas llaves que no había visto en mi vida. Cuando las plantó en la barra delante de mí, enarqué una ceja.

—¿Qué es esto?

—Unas llaves.

—Gracias, Lis.

—No hay de qué.

—Ahora solo necesito que especifiques un poco más a qué viene que las pongas ahí.

—Yo... necesito que me hagas un favor que no te va a gustar pero es un poco urgente y no sé a quién más pedírselo.

—Sí, claro —dije enseguida, sin pensar—. ¿Qué tengo que hacer?

—Llevarle estas llaves a mi hermano.

Mierda.

¿En serio? ¿Tenía que ser a él? ¿No podía llevárselas mejor al grinch? Seguro que me lo pasaba mejor.

Mi cara debió cambiar completamente, porque Lisa puso su cara de cachorrito más efectiva y entrelazó los dedos bajo su barbilla, como si me suplicara.

—Por favor, Mara, es urgente.

—¿No puedes dárselas tú cuando termine?

—Yo no voy a volver a casa hasta mañana. Y supongo que Aiden agradecerá poder entrar en la suya esta noche.

Tardes de otoñoМесто, где живут истории. Откройте их для себя