2. Armas secretas reales

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El ritual tenía que haber funcionado

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El ritual tenía que haber funcionado. El rey Casio lo sentía en el hormigueo vibrante de energía que lo recorría de arriba abajo. Su cuerpo se sentía más liviano, y el mundo, que parecía tener más colores que lo habitual, brillaba ante él.

Al día siguiente ajustó sus estrategias de batalla, guiado por una certeza inusitada, pero no le mencionó al consejo lo ocurrido la noche anterior. Cuanto más lo pensaba, más empezaba a dudar que la visita del hada hubiese sido real.

Con quien sí lo compartió fue con Nora, su hechicera de cabecera, quien lo había acompañado al bosque luego de mencionarle el antiguo ritual de cambio de suerte. Al visitarla en su estudio lo recibió el aroma fresco de las hierbas. En el medio de velas y pociones que poblaban la mesa yacía el libro que describía al árbol de las hadas, sobre el que ella estaba inclinada. Lo había encontrado perdido en un rincón de la biblioteca del castillo, mientras organizaba los materiales para prepararse para tomar el puesto de asesora real.

Al escucharlo entrar, Nora levantó la vista y suprimió una exclamación de sorpresa antes de hacer una reverencia. 

Casio la había elegido entre más candidatos como su hechicera porque, a pesar de su poca experiencia, era dedicada y bondadosa. Al igual que él mismo, Nora era joven y le faltaba práctica, pero Casio confiaba en que podrían progresar juntos. La ayuda que le había prestado en esto fortalecía su convicción de que ella era la persona correcta.

—Tenías razón —le dijo a Nora—. Las hadas existen. Pero no son todas pequeñas. Ojalá hubieras podido verlo... Era casi tan alto como yo, pero no era exactamente como un ser humano normal. Era más esbelto, como si estuviera hecho de un material más refinado que nosotros. Y etéreo, pero sólido. Pude tocarlo —agregó, mirándose los dedos—. Era tan suave. No tenía idea de que pudiera existir algo así en el mundo.

A juzgar por la expresión intrigada de Nora, ella tampoco tenía idea. No había pestañeado ni una vez mientras Casio contaba su historia, como si temiera perderse de algún detalle si lo hacía.

—Estoy segura de que he sentido la presencia de seres feéricos, pero nunca vi uno. ¿Qué le pidió a cambio?

—Nada. Quizás espere hasta después de la batalla para reclamar su pago. ¿Qué crees que me pida?

—No sé —respondió ella, llevándose una mano al mentón—. Lo que le he pedido a las hadas ha sido siempre a pequeña escala, cosas como encontrar un objeto perdido. Supongo que, por un cambio de suerte, el precio que se debe pagar es grande.

A Casio no le importaba. Si con eso conseguía defender su frontera, habría valido la pena. También anticipaba la hora de reencontrarse con el hada, y asegurarse de que no lo había soñado.

Esa noche, mientras estaba inclinado sobre la mesa ordenando los nuevos planes de batalla, una brisa hizo temblar la llama de las velas. Casio creyó captar algo por el rabillo del ojo, y por pura costumbre puso la mano en el mango de la daga que llevaba en el cinturón, pero al levantar la vista se encontró con el mismo chico hada del día anterior, asomado a través de la ventana con sus enormes ojos curiosos, un cabello de un verde claro imposible, y vestimentas de una seda semitransparente que envolvía su cuerpo como el viento.

El príncipe de las hadas (completa)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz