Me sentí torpe, me sentí pequeña, insignificante.... sensación que me era totalmente desconocida. Sebastian me devolvió la mirada como quién mira un banco de un parque. De una forma totalmente indiferente.

Me apresuré en cubrirme los ojos con mis gafas de sol. Necesitaba ordenar mis pensamientos y sobretodo no demostrarle lo mucho que me había afectado conocerlo.

—La dejo en buenas manos, señorita—dijo Logan antes de volver a estrecharle la mano a Sebastian.

Sebastian... Ay joder ¿hasta su nombre tenía que ser increíblemente sexy?

Vi que Logan le decía algo al oído, pero tampoco me importó mucho. Sebastian Moore ocupaba todos mis pensamientos.

Era alto, como me gustaban a mí, de esos hombres que pueden levantarte sin problema con un solo brazo, de esos que hay que besar estando de puntillas, como Liam, aunque Sebastian le sacaba varios centímetros. Iba vestido de traje y corbata, podría haber pasado por uno de los muchos neoyorkinos millonetis que vivían en mi barrio aunque él era diferente a todos ellos, él era increíblemente joven.

¿Cuántos años tendría? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis? De repente me moría de curiosidad por averiguarlo.

Su pelo era castaño claro, y tenía un poquito de barba, de esa que pica cuando la tocas. Tenía la mandíbula cuadrada, y su cuerpo era atlético, se le marcaban los bíceps debajo de la chaqueta...

Marfil, por Dios ¿Qué te está pasando?

Lo seguí cuando me indicó que el coche nos estaba esperando fuera. A pesar de que cuando estaba con mi padre, siempre nos llevaba y nos recogía un chófer, en Nueva York yo solía moverme en taxi o Uber y muy de vez en cuando en metro. Esta vez, en cambio, un Audi de color negro esperaba aparcado en el aparcamiento del aeropuerto.

Sebastian caminó en dirección hacia el asiento del conductor y yo me detuve en el del copiloto. Antes de que abriese la puerta me habló por encima del capó del coche.

—Preferiría que te sentases detrás—dijo sin apenas titubear.

Yo en cambio pestañee un par de veces. Primero, porque no me había llamado de usted, lo que era agradable pero extraño a la vez, y segundo porque no se había ofrecido a abrirme la puerta. No es que fuese una princesita ni nada por el estilo, pero estaba tan acostumbrada al protocolo que existía entre los empleados de mi padre y yo, que me pilló desprevenida. Solo a Lupe se le olvidaba de vez en cuando los formalismos y solo cuando estábamos a solas.

Hice lo que me pedía y me senté detrás. Lo observé desde mi posición y a través del reflejo del espejo retrovisor. No parecía tener problema para orientarse, manipuló los mandos del coche y en apenas tres minutos ya estábamos en la avenida de Gran Central camino hacia Manhattan. Teníamos que atravesar todo Queens, y eso nos llevaría más de media hora. ¿Pensaba hablarme?

—Me gustaría saber qué ordenes exactamente te ha dado mi padre...—dije después de un cuarto de hora de silencio sepulcral.

Sebastian desvió los ojos de la carretera y los fijó en mis gafas de sol por un instante efímero.

—¿Ordenes?

De repente esa palabra parecía haberse convertido en un insulto.

—Bueno... indicaciones, ordenes, mandatos, como quieras llamarlo.

—Tengo la obligación de protegerte y de mantener a tu padre informado sobre cualquier imprevisto que surja mientras estés conmigo.

Mientras estés conmigo... no al revés... claro, era yo quien estaba con él.

MARFIL © (1)Where stories live. Discover now