6.

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Sábado; 3:21 a.m.

La música sonaba tan alta en mis oídos que cuando la llamaba ni yo mismo me oía.

Apartando a la gente, me dirigí a la barra para pedir otro cubata. Ya había perdido la cuenta, y también la había perdido a ella.

Bebiendolo de una, me dirigí hacia la salida cuando la vi con otro.

Y en ese momento mi estómago no se revolvió, se calló al suelo.

—Bea.— susurré.

Ahora parecía que todo se había acabado.

—Valentín, no somos nada, puedo hacer lo que quiera.—

Se me calló el mundo a los pies y las lágrimas de los ojos.

[...]

4:30 a.m.

Llamé a su casa rogando que estuviera. Por lo menos para que me diera unos pañuelos.

—¿Quién es?— abrió Zu con el pelo despeinado y medio dormida. Ni hablar de que solo llevaba una camiseta enorme.

—Zu.— sollocé, abriéndome paso yo mismo a su casa.

Ahí pareció dejar todo el sueño de lado.

—Vamos a mi habitación.— dijo callándome y agarrando de mí.

Primero, ella me sacó los zapatos para no hacer ruido y luego subimos las escaleras, guiándome ella.

—Pasa.— susurró, abriendo la puerta y recogiendo rápidamente toda la ropa que había por el suelo.

Me senté en su cama desplomado.

Olía a hombre.

—Zu, ¿has traído a alguien?— murmuré  acumulando lágrimas en mis ojos azules.

—No, es de mi hermano, vivo con él.— dijo de espaldas a mí, buscando una camiseta y pantalones para darme.

—Gracias.— agradecí cuando me dio la ropa.

Solo hizo una mueca.

—Apestas a alcohol y estás borracho, mi hermano me mata.— añadió buscando algo en el cajón de abajo.

Entonces me di cuenta de que ella hizo mucho más por mí que cualquiera.

—Toma. Cambiate e intenta dormir, yo duermo en el suelo.— dijo poniendo sábanas en el suelo, simulando una cama.

—Noooo... No voy a dejar que dueeermas... ahí.— hablé como pude, acercándome a ella.

—Sh, nos puede oír.— puso su mano en mi boca, callándome de nuevo.

—Zuuu, tee...— tartamudeé. —Tee quiero.— envolví mis brazos en su cintura.

No se movió, solo miró para abajo.

Levanté su mentón para ver cómo se relamía los labios.

—No sabes lo que dices. Es mejor que intentes dormir.— puso sus manos en mi pecho, intentando soltarse.

Junté nuestras frentes y miré alternativamente sus ojos y sus labios, ignorando su súplica. Esta vez me tentaban.

Incliné mi cabeza y junté levemente nuestros rostros. Azucena tardó en responder, pero después lo intensificó.

Bea.

Posé mis manos en sus muslos, haciendo que enrredara sus piernas en mi cintura.

Bea.

Me tumbé en la cama, quedando ella encima.

Bea.

Zu se separó de repente, recuperando la respiración y saliendo arriba de mí.

—¿Qué...?— pregunté, siendo cortado.

—Estás llorando.— negó ella, con las manos en la frente. —No estás bien y lo sabía.— se autoconvencía, caminando en círculos por la habitación. —Dios, mañana te vas a arrepentir por mi culpa.— tembló su labio inferior.

—Zu.— la llamé. Parecía que el alcohol abandonó mi cuerpo de repente.

—Voy... voy al baño.— susurró saliendo de la habitación y dejándome solo.

¿Me arrepentiría?












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