El Autolavado "Hot waters"  queda en la avenida central, rodeado de todos los demás locales a los que suelen asistir las personas adineradas. A sus alrededores está el club de entretenimiento más grande de la ciudad, un restaurante que para ir debes hacer reservación con un mes de antelación, un estadio de tamaño monumental y varios centros más. Así que en efecto, Hot Waters está bien ubicado. Es un nombre peculiar él que tiene, ¿eh? Quiero suponer que es por el aire ardiente que tiene el lugar, ya que las asistentes y meseras van con un uniforme ligero que deja poco a la imaginación, aunque todas los lucen orgullosas ¿Y por qué no? si las hace sentir bien no hay nada más que decir. 

Los chicos solo usan una bermuda dependiendo el color de cada fila, la mía es roja acompañada una franela gris y dentro de la mochila que llevo para cambiarme al salir llevo una gorra desgastada para cubrirme del sol, es un accesorio opcional que decido usar para evitar los molestos reflejos del sol y poder trabajar con más eficiencia.

Termino de tomar la coca-cola que mamá asegura acabará conmigo y me incorporo para echar la lata en el cesto de basura que queda al lado del garaje.

Muchos tienen una fijación por el café, otros con cigarrillos y unos cuantos con las cosas dulces, yo por la Coca-cola.

Es curioso, porque sabes que es algo que tarde o temprano tendrás que dejar de consumir porque es tóxico para ti, pero es lo que provoca esa leve adicción, ese enganche, como cuando te dicen no uses el celular cargando porque resulta peligroso y aún así lo haces, y cuando sabes que algo te hace daño, pero no lo sueltas, nos gusta sostener lo insostenible y lo único que hacemos es posponer lo inevitable, ya que algún día debemos arrancar eso de raíz. Aplica para bebidas, comidas, acciones y personas.

Sonrío porque otra vez mi mente se ha ido lejos poéticamente.

Reviso el viejo reloj en mi muñeca dándome cuenta que ya casi van a dar las nueve. Me lo quito para guardarlo en la mochila y evitar que se me dañe en el trabajo, cuando estoy colocándome las correas de la mochila escucho la inconfundible bocina del auto de Dorian.

Troto hacia donde ha aparcado sin apagar el coche y me monto en el lado de copiloto.

—Te dije a las ocho y media y ya son las nueve, animal —reclamo en saludo. Rueda los ojos y pone la música a alto volúmen mientras acelera.

—Tuve que salir y dejar a Cristal en la cama, no me quería dejar venir —vocea para que pueda escuchar por encima de la música.

—¿Otra vez te acostaste con la chica de servicio, Dorian? —gruño en desaprobación.

—Estaba ahí limpiando mi habitación con ese uniforme diminuto, moviendo el culo sin descanso y no soy de palo, hombre.

—Sabes que si tus padres se enteran podrían despedirla —vuelvo a hablar.

—Eso no parece importarle, sabes que trato de mantener la distancia, pero ella siempre dice "será la última vez, Dorian" —habla fingiendo voz de chica—. Y bueno, tengo que aceptar que eso de hacerlo clandestinamente tiene su toque excitante, deberías probarlo —ríe.

Mi mente viaja a la señorita Clenton y sus insistencia estos últimos días por llevarme a la cama, pero no me siento como dice Dorian, no le veo nada de excitante a la situación.

—A todas estas ¿no es menor que tú? —cuestiono alejando esos pensamientos.

—Solo por un año —se encoge de hombros—. Ya le advertí que sería la última vez, me gusta y entre los dos está presente esa chispa desde el momento uno en que nos vimos, además de que tiene unos movimiento que me ponen muchísimo, pero su abuela ha tenido que dejar de trabajar por lo enferma que está y necesita que su hija permanezca reemplazandola, no quiero que mi papá vaya a despedirla— termina de hablar con un tono más serio y eso me hace relajarme.

30 Días en detención ©Where stories live. Discover now