—Nadie me lo dijo nunca porque nunca lo hablé con nadie, Esme... es la primera vez que lo hago, mis amigos lo sabían, pero yo nunca quise hablarlo, se los conté y ya. Mamá quiso que lo hablemos, pero yo no quise...

—¿Por eso la llamas Beatriz? —El chico asintió—. Leo... cuando eras niño y estabas enfermo, ¿quién cuidaba de ti? Y cuándo te golpeabas, cuando caías, cuando tenías miedo en las noches, ¿quién te protegía? —inquirió Esme intentando hacerlo razonar.

—Lo sé, Esme... ellos fueron todo siempre, los mejores padres que pude tener... Pero me duele, me duele mucho y no puedo evitarlo, me duele y no sé cómo manejarlo. No sé quién soy y no me gusta en lo que me he convertido. Me duele no poder abrazar a mi mamá y decirle que la amo como lo hacía antes, me duele porque quiero hacerlo, pero no puedo, porque tengo resentimiento, y enfado... y odio... Odio a la mujer que me dio la vida y me dejó tirado, ¿por qué ella no me quiso, Esme? ¿Por qué? —inquirió sacándose los miedos y mirando a los ojos a la chica. Ella le limpió las lágrimas con dulzura.

—¿Leticia? —preguntó entonces al recordar a la extraña mujer del supermercado.

—No lo sé, no sé quién es esa señora y no quiero saberlo, no quiero saber quién es Leticia y no quiero saber quién es ese niño que... es...

—Idéntico a ti —sugirió Esme y Leo solo asintió.

—No puedes juzgar a alguien si no sabes su verdad, Leo. Yo no puedo entender que una madre abandone a un niño, pero no sabemos qué la motivó, por qué lo hizo... no sabemos qué fue lo que pasó...

—¡No la justifiques! —exclamó Leo.

—No lo hago, solo... —Hizo una pausa para elegir las palabras adecuadas y continuó—. Leo, yo siempre he visto la adopción como un acto de amor, ¿sabes? Amas tanto a tu hijo que te das cuenta de que estará mejor en brazos de otra persona o de otra familia que le dará lo que tú no puedes darle... ya sea amor, un techo, una familia, dinero, lo que sea... ¿Qué hubiera sucedido si ella hubiese decidido abortarte, Leo? ¿Habrías preferido eso?

—No... bueno, no lo sé —sugirió encogiéndose de hombros, estaba confundido, nunca había pensado de aquella manera.

—Pues yo no lo hubiera preferido, eres un gran chico, no me imagino que no estuvieras aquí, privándole al mundo de esas melodías que logras sacarle a la guitarra —dijo la chica con dulzura y una sonrisa tierna, Leo sonrió, nadie le había dicho eso nunca—. Además, es un acto de amor de quien recibe también, Leo. ¿Cuánto amor te dieron tus padres? ¿Puedes valorarlo, puedes calcularlo? ¿Alguna vez te faltó algo?

—Nunca, ellos siempre fueron cariñosos y aunque no tuviéramos mucho dinero ellos lo hacían todo por mí... —dijo con melancolía.

—Y lo siguen haciendo, Leo. He escuchado a tu mamá hablar con la mía y decirle lo preocupada que está por ti, tiene miedo de que tomes un mal camino y te pierdas... Ha venido hasta este pueblo pensando que era la mejor manera de sacarte adelante, te ha inscrito en mi escuela porque creía que con una educación religiosa podrías... encontrar alguna salida... Ha hecho todo lo que cree correcto —añadió—. Si se equivocaron y te mintieron, Leo, fue solo porque querían resguardarte de este dolor que sientes ahora. No sé si hicieron mal o bien, solo sé que no fue con mala intención —agregó.

—Nunca había pensado así, Esme... —dijo Leo mirándola a los ojos.

—Gracias por confiar en mí —susurró la muchacha.

—Gracias a ti por escucharme y aconsejarme. No sé cómo me siento ahora mismo, no sé cómo me sentiré mañana o si podré calmar todo lo que tengo dentro, pero hablarlo y llorarlo me ha hecho bien, me siento más liviano —susurró.

—Ahora será mejor que regresemos, me da miedo estar aquí —admitió Esme y miró alrededor. Leo sonrió.

—Héctor me ha estado enseñando, algo ya he aprendido, estamos bien, además no estamos lejos de la costa —dijo y se levantó para regresar al timón, Esme lo siguió.

—Bien, eso me hace sentir más tranquila —dijo la muchacha con una sonrisa dulce.

—¿Quieres guiar hasta la costa? —preguntó Leo.

—¿Yo? ¿Estás loco? —inquirió.

—Ven aquí —dijo él tomándola de la mano y llevándola hasta el timón. Luego se colocó tras ella y colocó sus manos sobre las de ella. Esme se estremeció y Leo cerró los ojos al aspirar el perfume a rosas de la chica—. —Hueles bien —dijo muy cerca de su oído.

—Ya lo dijiste una vez —murmuró nerviosa.

—Volvamos —añadió el muchacho—. Ves, no es tan difícil —agregó un poco después.

—Ambos deberíamos tomar el timón de nuestras vidas, ¿no lo crees? —dijo la muchacha y el chico rio.

—Eso es cierto, pero eso sí que es más difícil —admitió.

—Lo sé —afirmó ella con suavida.

Esa noche, cuando Leo llegó a la casa y antes de dormir, dio un beso a su madre en la mejilla. Beatriz sonrió ante aquel acercamiento, hacía meses que su hijo no le daba un beso.

 Beatriz sonrió ante aquel acercamiento, hacía meses que su hijo no le daba un beso

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Ni tan bella ni tan bestia ©Where stories live. Discover now