La Captura

223 8 2
                                    

La prueba de vuestra fe obra paciencia.

En la capilla, Honorio se encontraba sentado en compañía de uno o dos mas, entre quienes se encontraba la hermana Cecilia. Los débiles rayos de una sola lampara alumbraban el escenario muy débilmente. Todos los presentes se hallaban silenciosos y tristes. Sobre ellos pesaba una melancolía mas profunda de lo común. Alrededor de ellos se oía el ruido de pasos y de voces y un confuso murmullo de actividad vital.

En forma repentina y rapida se oyeron pasos, y Marcelo entro. Los ocupantes de la capilla saltaron sobre sus pies con exclamaciones de gozo.

-¿Donde esta Polio? -pregunto Cecilia con vivo interés.

-Yo no lo he visto. dijo Marcelo.

-¡No lo ha visto! -y volvió a caer sobre su asiento.

-Pero ¿qué pasa? ¿Ha debido volver ya?

-Ha debido volver hace seis horas, y eso me tiene loca de ansiedad.

-No hay peligro dijo Marcelo en actitud de consolarla-. El sabe cuidarse. -Procuro hacer que no se notara su preocupación, pero sus miradas traicionaban sus palabras.

-¡Que no hay peligro! dijo Cecilia-. Ay de mi, nosotros sabemos ya todos los nuevos peligros que hay. Jamas ha sido tan peligroso como ahora.

-¿Que te ha hecho atrasarte tanto, Marcelo? Te dábamos por muerto.

Marcelo contesto, -Yo fui detenido cerca de la Vía Apia. Tuve que soltar la carga y correr al río. La turba me siguió, pero yo me arrojé al río y lo pasé a nado. De allá tomé una ruta en circunvalación entre las calles del otro lado, después de lo cual volví a pasar y así he llegado hasta aquí sano y salvo.

-Has escapado milagrosamente, pues han ofrecido un rescate por ti.

-¿Lo habíais sabido vosotros?

-Desde luego que si, y mucho mas. Hemos sabido de los redoblados esfuerzos que ellos están haciendo para aniquilarnos. Durante todo el día nos han estado llegando noticias de dolor. Mas que nunca tenemos que fiarnos solamente en El que puede salvarnos.

-Todavía podremos frustrar sus planes -dijo Marcelo con aire de esperanza.

-Pero ellos están vigilando nuestra entrada principal -dijo Honorio.

-Entonces podemos hacer nuevas. Las grietas son innumerables.

-Ellos están ofreciendo recompensa por todos los hermanos prominentes.

-¿Y qué, pues?. Cuidaremos a esos hermanos, guardándolos mas que nunca.

-Nuestros medios de subsistencia están disminuyendo gradualmente.

-Pero hay, tantos osados y fieles corazones como siempre. Quien tiene temor de arriesgar su vida ahora. Nunca faltara la provisión de alimento mientras permanezcamos en las catacumbas. Pues si nosotros logramos escapar de la persecución, traeremos el auxilio a nuestros hermanos; y si morimos, recibiremos la corona del martirio.

-Tienes razón, Marcelo. Tu fe pone en vergüenza mis temores. ¿Cómo pueden temer a la muerte aquellos que viven en las catacumbas? Se trata solamente de unas tinieblas momentáneas y luego todo pasara. Pero en el día de hoy hemos oído decir mucho que hace desesperar nuestros corazones y ahoga nuestros espíritus hasta hacernos desmayar.
-Ay de mi -continuo Honorio con voz doliente-, como se ha diseminado la gente, y las asambleas han quedado desoladas. No hace sino unos pocos meses que había cincuenta asambleas cristianas dentro de la ciudad, en donde brillaba la luz de la verdad, y las voces de las oraciones y las alabanzas ascendían hasta el trono del Altísimo. Ahora han sido abatidas, y el pueblo ha sido dispersado y arrojado fuera de la vista de los hombres.

El mártir de las CatacumbasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant