—¿No recuerdas nada después de esa fiesta? —preguntó el señor Vicens.

—Nada. De hecho, cuando desperté, pensé que había sido el día siguiente.

Josi la abrazó, compungida. El señor Vicens le pidió que tuviera cuidado de no lastimarla. Los tres guardaron silencio por un momento.

Verónica miró a su hermana una vez más. Se le notaba cierta madurez en la mirada, pero seguía siendo la misma chica tímida y callada. Debía tener veintitrés entonces. Enredó un dedo en el poco cabello de Josi y esta sonrió.

—Lo sé. No te gusta.

—No es así, me encanta. Te ves bien.

—Cuando me lo corté me regañaste mucho.

—¿En serio?

—Tal vez sea mejor llevarte a casa, cariño —interrumpió su padre.

—Sí —convino Josi—. Vas a tener una enfermera y todo lo que sea necesario.

—Ya la he contratado, no vas a tener que hacer nada más que descansar y recuperarte.

Verónica advirtió un tono apremiante en la voz de su padre. Su postura parecía tranquila, no así su mirada, que era intensa. Sus ojos ambarinos siempre tenían un extraño brillo hipnótico que obligaba a verle a la cara, hasta que no se podía soportar. La gente siempre lo miraba y terminaba bajando el rostro en una postura sumisa, de manera automática. Su padre tenía ese poder.

—¿La has contratado sin preguntarme primero?

Ciertamente Verónica era la única persona (en el mundo, tal vez) capaz de plantarle cara de esa manera, su padre tenía un talento especial para hacerla enojar así.

—Por supuesto. Tu salud me preocupa. Tu habitación está disponible para que la ocupes. Solamente iré a firmar tu salida y...

—Papá.

Él se tensó, endureció la mirada y habló como con furia contenida. Sin compasión.

—No aceptaré ningún pero, Verónica. Es por tu bien. Vas a regresar a casa y te recuperarás allí.

❀ ❀ ❀

CARLOS ESCUCHÓ DESDE la entrada. No podía creer que Josi se había presentado con su padre sin pensárselo siquiera. De haber llegado tarde no habría podido hacer nada por evitar que se la llevara. Y él lo miraba con tal desprecio que casi logró hacerlo flaquear y huir despavorido. Lo vio agacharse para murmurar algo al oído de Josi quien se acercó a él con odio.

—¿Cómo te atreves a venir aquí? —le dijo ella. Carlos se quedó aturdido y no contestó—. Debería darte vergüenza. ¿Sabes por lo que tuvimos que pasar?

—¿Qué dices?

—Tuvimos que preguntar en casi todos los hospitales para saber en dónde estaba.

—Josi. ¿Qué demonios?

—Yo la escuché —dijo, ahora sollozaba—. Escuché el... estábamos platicando por teléfono cuando pasó. ¡Y tú ni siquiera nos dijiste!

—Te hablé.

—¿Sabes qué? No mereces estar aquí. Será mejor que te vayas.

Carlos no podía salir del asombro. Josi nunca le había hablado así, con tanto desprecio. Era como si su padre la hubiera trasformado en zombie con solo murmurar a su oído. Tal vez era eso. Y, sin más, Josi le atrancó la puerta en la cara. Carlos caminó hacia atrás con brusquedad y dejó caer la mochila donde llevaba la ropa de Verónica.

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