***

Pasan dos días exactos hasta que decido superar lo que sucedió. Y no es que ya han pasado dos días y ya no me da vergüenza recordar lo que sucedió; sigo molesta porque alguien me hizo algo horrendo, sigo triste porque todo mi trabajo fue en vano, tenía una gran oportunidad de ganar, sigo sintiéndome humillada porque jamás volvería a repetir una experiencia como esa, nunca en mi vida había deseado que la tierra me tragara tanto como en ese momento.

En el instituto la gente me reconocía, hablaban de mí, pero muchos me apoyaron y eso fue lo que me impulsó a dejar de sufrir tanto por el asunto.

Mamá se enojó demasiado por haberme fugado del instituto y tuvimos una gran discusión.

"Apuesto que mi padre sabría qué decir en estos momentos", le dije.

"No necesitas a tu padre, sólo mírate; eres su viva imagen", replicó ella.

"¡Al menos él me apoyaría!", le respondí muy enojada.

"¿Apoyarte? ¡Claro, todo lo que hecho para tú felicidad no es apoyo! Todos los años de trabajo a tiempo completo para que nunca les haga falta nada no cuenta como apoyo. Pero sí contaría como apoyo que dijera: tranquila nena, todo estará bien, cumplirás tus sueños y cagarás arcoíris si lo quieres. ¡Pues no! ¡Necesitas superarlo! ¡Es un estúpido concurso, no tu vida entera!" y así zanjó la conversación dejándome sola en mi habitación y cerrando con un portazo.

Luego decidí superarlo. Estaba siendo ridícula, mamá tenía razón. A veces me dejo llevar por mis emociones y eso jamás será lo correcto, no cuando hay que usar la cabeza y razonar.

Adrien no me devolvió la llamada, no envió un mensaje y nunca lo vi conectado a ninguna red social. Me estaba preocupando, así que decidí llamar a Isabelle para saber noticias de él, ella me invitó a tomar un té a su casa y es ahí hacia donde me dirijo en este instante.

Me demoro unos quince minutos en ir caminando desde mi casa a la suya. A pesar de que estamos en primavera el cielo luce triste y hay una humedad en el aire. Visto unos botines—sin tacón—, jeans ajustados, un gran suéter gris con algunos agujeros en la espalda, se puede ver mi brasier de encaje negro, así que decidí cubrirme un poco con mi chaqueta de cuero.

Cuando llego allí, toco la puerta con mis nudillos, unos segundos pasan antes de que la bella Isabelle aparece ante mis ojos con ropa informal y poco maquillaje en el rostro.

—Hola, querida. Entra, por favor—ella se hace a un lado y yo doy un paso adelante.

—Hola—murmuro cuando ya estoy adentro—. Gracias por invitarme, Isabelle.

—No es nada, Zoë. Sabes que me encanta tenerte aquí.

Sonrío en respuesta y me quito la chaqueta para dejarla en el respaldo de una silla del comedor. Ella me invita a sentarme en el sillón de color verde esmeralda, en la mesa de centro hay dos tazas, una jarra con agua, un plato con diversas bolsas de té y endulzantes, además de unas galletas.

— ¿Cómo está Adrien?—no puedo aguantarme a preguntar.

—Eh, bueno—ella toma una respiración profunda y me pregunta con un gesto si puede servir el agua, asiento con la cabeza y espero a que continúe— él ha visto días mejores, las cosas son difíciles para mi hijo en estos momentos.

— ¿Qué? ¿No le está yendo bien en la escuela de hockey?—pregunto confundida.

Isabelle deja la jarra de agua hirviendo de vuelta y luego me ofrece una bolsa, elijo té negro sin molestarme en revisar alguna etiqueta.

Encuéntrameحيث تعيش القصص. اكتشف الآن