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Recostado contra el marco de la puerta, Alhaitham espera que Shahed se aleje de la oficina antes de encerrarse en ella. Su deseo está a punto de cumplirse cuando una voz familiar viaja por el pasillo hasta llegar a sus oídos.

—Shahed... ¡cuánto tiempo sin verte!

Por unos segundos, a Alhaitham se le escapa el alma del cuerpo y le regresa. Shahed es un Haravatat al que pocos conocen en la Akademiya. Tiene en común con Alhaitham que le gusta mantener un bajo perfil. No es nada raro que se le vea salir de la oficina del escriba. Lo raro es que Kaveh lo conozca tan bien que lo salude como si se tratara de un viejo amigo. Pero antes de que su preocupación aumente sin motivo, Alhaitham recuerda que es Kaveh, el hombre que habla con las aves, casi adopta zorros del desierto y se ofende porque arranquen una flor sin pedirle permiso a la planta.

Está a punto de perderse detrás de la puerta de la oficina, cuando Kaveh ya está detrás de él.

—Es muy temprano para irse. ¿Te ibas a escapar?

—¿Hablas conmigo?

—No, con el fantasma detrás de ti.

Kaveh pasa a su lado como una ráfaga de viento, casi empujándolo, y se adentra en la oficina sin invitación. Casi de la misma manera en que se coló en su vida. Alhaitham creía que a esta hora seguiría en cama recuperándose de una terrible resaca, pero Kaveh tiene la facilidad de desafiar todos los pronósticos dentro de su esquema racional. La persona que tiene enfrente dista por mucho de la que encontró en el piso dormido junto a una botella vacía apenas unas cuantas horas antes.

—Tienes tanto tiempo libre que puedes pasear por los pasillos de la Akademiya.

—Estoy en todo mi derecho de hacerlo —Kaveh entorna los ojos y recorre la oficina del escriba, una que conoce muy bien y que hasta detalles suyos tiene—. Pero no estoy en eso hoy. Estaba depositando una queja formal.

—Oh...

A Alhaitham no le importa quedarse corto de palabras. Además, Kaveh está muy distraído para notarlo. Alhaitham creyó que su amenaza de quejarse ante la Akademiya eran palabras de borracho sin ninguna posibilidad de convertirse en realidad. Otro error de su parte. Kaveh casi siempre dice la verdad, sobre todo cuando está ebrio.

—¿La llenaste bien?

Kaveh resopla con una mirada desafiante.

—No va a pasar por tus manos. Y sí, contrario a lo que piensas, sé cómo se llena un formulario.

—Tengo mis dudas. He rechazado unos cuantos.

—Sólo por llevarme la contraria y lo sabes. Menos mal que ya no eres el Gran Sabio en funciones. Eso me garantiza que se va a investigar este circo a fondo.

Alhaitham asiente para disimular un poco que se le está yendo el control de las manos. Cada vez que Kaveh se acerca a su escritorio, aumenta la frecuencia de sus latidos. Cuando los dedos de Kaveh juguetean con los papeles que están ahí, jura que su corazón se detendrá en cualquier momento. Es una costumbre suya, Kaveh no puede estar quieto y las pocas veces que lo visita reorganiza libros, folletos, lápices, lo que esté al alcance de sus manos. Lo hace inconscientemente.

—Bueno... te ayudé a que pasara tu horario laboral más rápido. Ya podemos irnos.

—¿Quién dijo que quiero irme contigo?

Kaveh se detiene en la puerta. Ni siquiera se molesta en voltear a mirarlo.

—Ya deja de hacerte el interesante. ¿Qué vas a querer de cena?

Alhaitham aprovecha el momento para guardar los libros en la gaveta bajo llaves, organiza los papeles que estaba revisando antes de que llegara Shahed y se apresura a salir de la oficina antes de que Kaveh lo cuestione. Éste acaba de arruinar sus planes de lectura para la noche porque no hay forma posible de sacar el nuevo material sin que se dé cuenta.

El coleccionista de rumoresحيث تعيش القصص. اكتشف الآن