Capítulo 7: Evocaciones

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Julia comenzaba a burlarse de ella. Alexia se lo dejó pasar.

—Supongo que soy una buena actriz. —Se encogió de hombros.

—Y, anoche, después del accidente, ¿dónde fuiste? —No iba a dejar de formular la pregunta y si era necesario la torturaría hasta que confesara algo coherente.

—Intenté terminar lo que había empezado, pero no funcionó —dijo sin dar más rodeos.

La cara de su tía cambió y de repente apareció en su semblante algo parecido a la aprobación.

—Fue una pérdida de tiempo —agregó Alexia.

—¿Qué hiciste?

—Salí a caminar, para intentar quitarme el mal humor, y enseguida me di cuenta que no sería suficiente ni por asomo. Empecé a pensar en que quizás lo que serviría era lastimarlos más. Una pequeña venganza. Usé un embrujo... ¿Cómo se llamaba? —le pidió ayuda a Julia—. El de la hoja, para encontrar personas.

—Estela del encuentro.

—Sí. Lo usé para dar con sus casas y la habitación del hospital. Pero lo único que conseguí fue verlos dormir por la ventana. Si tan solo me hubiese molestado en leer alguno de tus libros sobre...

—¿Y eso te llevó cuatro horas? —inquirió Julia al darse cuenta de que, en realidad, no había hecho nada.

—Estuve pensando mucho y camino lento.

Julia puso los ojos en blanco.

—Deberías volver y demostrar que no eres una inservible. Dales el susto de sus vidas, sino lo haré yo, y esto no terminará bien.

—Qué extraño. ¿Vas a defenderme?

—No seas estúpida. No es por tí, es por ellos. Alguien tiene que ponerlos en su lugar de vez en cuando, y yo no pienso perder la oportunidad. Sobre todo ahora que Bina no está para arreglar las cosas diplomáticamente.

Alexia se preguntó qué era lo que «diplomáticamente» significaba para Julia.

—Antes tampoco arreglaba mucho —comentó Alexia, recordando la bruja que había aparecido desollada tres años antes en una ciudad muy similar a Mistrás.

—Nada que no le conviniera. Era una maldita inoperante que no miraba más allá de su culo.

Aquella era la primera vez que Alexia la oía hablar mal de Bina. Se resistió a opinar. No podía fiarse de que Julia estuviese intentando que pusiera en palabras el rencor que le tenía a la Maestra para tenderle una trampa.

—Supongo que puedo ayudarte a solucionar el problema —dijo Julia pensativa.

—No metas ideas en su cabeza —dijo la abuela, que hasta el momento se había limitado a mirarla de reojo—. La forma en la que hablas de...

—Ahí tienes —le dijo Julia a Alexia—. Otra igual a Bina, solo que con menos poder. Se pasó la vida agachando la cabeza, escondiéndose. Dejó que su hija se fuera con ellos y después se murió.

Julia hablaba con saña, con la única intención de provocar a su madre. Halia debió de intuirlo porque se quedó en silencio fulminándola con la mirada. Y en el medio de las dos estaba Alexia, que quería con todo su ser que Julia le contara esa historia sobre la hija que se fue; pero eso no le era suficiente para animarse a preguntar directamente.

—Pero ella no quiere que hable de eso. Así que lo dejamos ahí —concluyó Julia.

Alargó la mano, por encima de la mesa, en dirección a la biblioteca. No hizo falta que pronunciara palabra para que un libro saliera volando de los estantes de la otra habitación y aterrizara justo sobre su palma. Cuando el libro pasó por enfrente del abuelo, casi rozando su nariz, este dio un respingo. Deslizó su mirada hasta Julia, y por un instante, sus palabras parecieron provenir de la lucidez.

—¿Podrías tener más cuidado? —refunfuño—. ¿Nunca nadie te enseñó a no tirar cosas dentro de la casa?

—Ya cállate, viejo.

—Julia —gruñó Halia a modo de reprimenda.

—No tiró nada, abuelo. Quédate tranquilo —intentó calmarlo Alexia, a tiempo que le echaba otro vistazo disimulado a la abuela y reconfirmaba que estaba disgustada.

Julia le tendió el libro por sobre la mesa. No esperó a que Alexia lo tuviese entre sus manos para soltarlo, por lo que la chica tuvo que atajarlo antes de que se le cayera sobre el plato.

Era un libro de bolsillo azul con la cubierta desteñida por el roce. Estaba descuajeringado, algunas de las páginas sobresalían de las tapas y, cuando Alexia abrió el libro, tuvo que sostenerlas para que no se deslizaran hacia el piso. La unión de las hojas estaba cortada casi en su mitad, por lo que las dos partes se mantenían juntas solo por el lomo deteriorado. Era una edición nueva en comparación con la mayoría de los libros de la biblioteca privada de la familia, que habían sido acumulados por generaciones de brujas que las precedían. Alexia supuso que debía haberlo comprado Julia, la abuela o, quizás, su madre. No, su madre no. Ella no leía, no practicaba y no creía.

—¿Evocaciones? —inquirió Alexia luego de leer el título.

—Evocaciones —asintió su tía—. Elige bien. Demuestra que sirves para algo. Y ni se te ocurra molestarme si la cagas.

Mientras contemplaba el libro, Alexia sintió como se le subía la sangre a la cara. Podría imaginarse haciendo lo que el libro indicaba y triunfando, dejando a Julia con la boca abierta, obteniendo una satisfacción después de tanto tiempo. Desechó la fantasía con rapidez. Sabía que no sucedería. Cuando se dio cuenta, le estaba clavando las uñas a la cubierta del libro de la impotencia.

Julia se levantó y llevó la vajilla a la bacha del lavaplatos. Desapareció sin decir nada más. Lo único que dejó atrás fue su gato que la vigilaba desde arriba de la encimera sin inmutarse. Ella se había creído la mentira esa vez, pero no iba a darle un voto de confianza y sacarle la custodia de aquel animal.

—¿Debería? —le preguntó Alexia a la abuela.

—No —respondió cortante—, de ninguna manera.

—Pero...

—Cosas malas le han sucedido a personas de esta familia por mezclarse con ese tipo de gente. Ni siquiera deberías haberte acercado a ellos. Julia dijo que era un niño, Alexia.

—Una mierda de niño.

—Y tú lo lastimaste.

—¿Es por eso que estás enojada? ¿Es porque los ataqué? ¿O es porque volví a ellos luego? —eligió seguir con la mentira. ¿Qué más daba? Al fin y al cabo, prefería que se creyera eso antes de que supiera de su visita a la Academia.

—Tienes que alejarte de ellos. No obtendrás nada bueno si continúas con esta pelea. —Y, sabiendo que eso no sería suficiente para amedrentarla, agregó—: Si lo haces, vas a ser la única que sufra las consecuencias... Tú y él —señaló al abuelo.

Alexia observó al abuelo, que permanecía con la mirada perdida en la pared de la cocina, y sintió pena, pero decidió ocultarla.

—Entonces, ¿no vas a enseñarme? —Arqueó las cejas desafiante.

—No. Y espero que tampoco lo aprendas por tu cuenta.

—La clase de hoy se suspende —le informó Alexia levantándose de la mesa.

—Tú vas a volver a matarme —comentó la abuela derrotada. Nunca tuvo la suficiente autoridad para oponerse a ninguna de sus hijas y tampoco lo estaba logrando con Alexia.

 Nunca tuvo la suficiente autoridad para oponerse a ninguna de sus hijas y tampoco lo estaba logrando con Alexia

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