Capítulo 5: Sin salida

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Cuando se aseguró de que no se escuchaba ningún ruido en el pasillo ni en la habitación contigua, Helena le sacó lentamente las manos de la boca a Alexia.

—No tendrías que estar aquí. Nos prohibieron contactarnos. Si alguien se entera, nos encerrarán hasta el juicio.

—Ya lo sé —respondió Alexia con voz casi inaudible—. No quiero causarte más problemas. Juro que no te hubiera molestado, si no fuese por algo importante. Antes de que hagas que me vaya, dame un segundo para contarte lo que vi. —Su voz había adquirido un tono de súplica tan decadente que sintió vergüenza de sí misma.

—¿Alexia, estás bien? —Helena estaba confundida.

—Sí —dijo ella esforzándose por parecer convincente, al tiempo que se acomodaba el pelo en un intento de peinarse para no parecer recién salida de la cama—. ¿Por qué lo preguntas?

Helena frunció el entrecejo. No hizo falta que la examinara demasiado para darse cuenta que Alexia había intentado tapar su cara demacrada con un kilo de maquillaje. Algo le sucedía, llevaba rastros de ello en su cuerpo, pero Helena eligió no mencionarlo por el momento.

—Porque te comportas como si yo fuese una desconocida o como si hubiéramos peleado.

Alexia sabía que Helena estaba resistiendo la tentación de leer su mente. No le sería un trabajo muy difícil, en ese aspecto, ella era tan indefensa como un niño pequeño. De todos modos, Helena jamás lo intentaría, porque no consideraba justo robarle la intimidad de su mente, y porque ya lo había hecho una vez. Ambas estaban en la cuarta hora de una clase de historia antigua de la magia, poco memorable y muy aburrida. Helena, que para el momento recién estaba aprendiendo a controlar su poder, divagaba rompiendo las barreras que cercaban las conciencias de sus compañeros desprevenidos, cuando sin quererlo llegó hasta Alexia. En lugar de un muro protector al que tenía que esforzarse por destruir, se encontró con un campo abierto por donde podía caminar libremente. Se quedó allí solo un instante. Lo único que vio fue una imagen de sí misma riendo hasta llorar. Sus ojos brillaban y eran más azules que de costumbre, sus labios más rojos y en sus mejillas se formaban dos hoyuelos demasiado redondos para ser reales. Nunca antes se había visto a sí misma tan hermosa, ni siquiera los días que tenía la autoestima en las nubes. Tenía todos los defectos que ella se encontraba siempre, pero en esa imagen eran armónicos y no constituían un problema. Le pareció increíble como la perfección significa cosas diferentes según los ojos que miren.

Helena se había puesto colorada. Arrepentida, se precipitó a salir de ahí. La culpa de haberse inmiscuido en la cabeza de Alexia la siguió una semana hasta que se lo confesó avergonzada. No dio detalles, y si Alexia le hubiese preguntado qué fue lo que vio, habría respondido cualquier cosa menos la verdad. Fue ese día en el primer año en la Academia que le prometió no volver a leerle la mente nunca más, sin importar lo que sucediera y Helena siempre cumplía con sus promesas.

No se le hizo tan difícil. Los pensamientos de Alexia no eran más que susurros ininteligibles que se perdían en el mar de voces que captaba Helena sin siquiera proponérselo. Solo oía su vocecita débil, por casualidad, cuando las de todo el mundo estaban calladas, cosa que ocurría muy poco, por no decir nunca.

—No peleamos, pero estás enojada conmigo —Alexia agachó la cabeza como si estuviese recibiendo una reprimenda—. Yo no maté a Bina, te lo juro, aun así es mi culpa que esté pasando esto. Si yo no hubiera peleado con ella todo el tiempo, no nos hubiesen acusado a nosotras...

—Alix, nunca pensé que tú la habías asesinado. —Helena le tomó la mano—. Dudar de esa verdad es también dudar de mi cordura. Estuviste todo el tiempo en el cementerio conmigo mientras Bina moría. ¿Cómo voy a suponer que no fue así, si sé que no estoy loca y la memoria no me falla?

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