Parte 3

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Enver se encontraba emocionado. Hoy era su primer día en la universidad. Eso solo significaba una cosa: lluvia de deseos por doquier. Ahora que la disposición azarosa consistía en robarle un beso al genio, los universitarios eran los mejores para cumplir esa tarea.

Las hormonas desperdigadas por el campus solo buscaban una única cosa, contacto físico, y Enver buscaba cumplir con los deseos de las personas. La ecuación era tan sencilla como sentarse en un pupitre, atender una interesante clase sobre álgebra y esperar entablar alguna conversación con alguien.

—¿Está libre? —preguntó una chica, refiriéndose al asiento junto a Enver.

Él sonrió al verla y le cedió el asiento a gusto.

¿Quizás ella sería su próxima seleccionada?

Como la consigna a cumplir era que alguien le robase un beso, él no podía interferir en ningún aspecto. Eran las personas las que debían de acercarse a él en primer lugar, y no al revés. Si él hacía el primer contacto, la disposición no se cumpliría.

Los días pasaron y Enver continuó hablando con Anne. Era una jovencita de cabello castaño claro que le llegaba hasta la cintura, y unos ojos grandes y hermosos de color miel que hacían que su mirada fuera cautivadora. Anne era una persona encantadora, con una sonrisa que iluminaba su rostro, una voz suave y melodiosa y una actitud amable y gentil que siempre la hacía destacar.

Desde el primer momento que se hablaron, Anne demostró una genuina curiosidad por la vida de Enver y siempre se mostraba interesada en escuchar lo que tenía que decir. Ella era una chica amable y generosa que no dudaba en ayudar a los demás. Su presencia era tranquilizadora y reconfortante.

A menudo compartían sus opiniones sobre diferentes temas y encontraban que tenían mucho en común. Con el tiempo, Enver comenzó a sentir una conexión especial con Anne, algo que no había experimentado antes con alguien más y la química entre ellos era innegable, aunque para un genio, Anne no resultaba una muchacha muy común.

Ella no era del tipo que «avanzaría» así nada más hacia otro punto más elevado de la relación, y como Enver le había tomado mucho cariño con el correr del tiempo, realmente quería cumplir los tres deseos para ella.

Ya conocía su historia, sus gustos, sus problemas, sus virtudes, sus defectos... y realmente sentía deseos de ayudarle con aquello que más le aquejaba.

La salud de la madre de Anne era crítica y ella no tenía los medios para costearle un tratamiento en un mejor hospital. Trabajaba toda la noche y estudiaba durante el día para poder tener una mejor vida y poder ayudar a su madre y sus dos hermanas pequeñas. Pero nunca era suficiente...

Enver podría ayudarla con todo eso, e incluso más, pero ella era la que tenía que avanzar y robarle un beso.

El tiempo siguió su curso, su amistad siguió fortaleciéndose hasta el punto de que Enver dejó de ver a otras personas y empezó a dejar de cumplir deseos para concentrarse exclusivamente en Anne.

Hasta que una noche, en especial, finalmente se dio...

Eran pasadas las nueve de la noche y salían de ver una película de terror en el cine. Una excusa perfecta para que sus brazos se entrelazaran en la caminata de vuelta.

Anne había manifestado un fuerte deseo por comer helado, pero el puesto que había en el cine ya había cerrado, así que tuvieron que caminar por la ciudad nocturna para encontrar un sitio abierto.

Fue al doblar una esquina cuando todo cambió. Las risas que habían compartido se habían apagado y solo los acompañaba un silencio total, cortado únicamente por el sonido de sus pasos. Ambos caminaban juntos, sin hablar, pero cada uno perdido en sus propios pensamientos. Anne se detuvo de repente al ver la heladería en la calle de enfrente. Enver se volteó hacia ella, sin comprender lo que estaba sucediendo todavía, y entonces, Anne le sujetó del rostro con ambas manos... y sus labios se chocaron esa noche.

El último deseoWhere stories live. Discover now