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-Harry Styles

Hoy es 23 de marzo.

Han pasado cerca de tres meses desde que fuimos a casa de mi abuela por el cumpleaños de Jaz y las cosas han seguido manteniéndose en un buen ritmo. A principios de este mes fuimos a un parque por el cumpleaños de los mellizos y había bastante gente.

También visitamos a la abuela dos veces más en febrero y hace menos de una semana, y aunque no pudimos ir a tomar el café que dijimos que iríamos a tomar, tuvimos otros momentos más de nieta y abuela que disfruté de igual manera. Mi papá está en proceso de abrir otra sucursal de la librería mientras que mi mamá sigue llenándose de trabajo a más no poder. De igual manera, Jaz y yo también hicimos variedad de cosas y más cuando cayó la fecha de nuestro segundo y tercer mes como novios.

Me gustaría extenderme más respecto a lo que hice estos tres últimos meses, pero es muchísimo y tampoco es tan interesante como lo parece. Regresé a la escuela -a mi segundo semestre en la universidad- y retomé mi rutina diaria de ir a la facultad, después pasar a la cafetería y tener un rato con Jaz ahí mismo. Nuestros horarios coinciden un poco más este tiempo, por lo que aprovechamos para hacer otras cosas en lugar de ir a la cafetería.

Sin embargo, este semestre, Jaz no tiene clases los jueves. Aunque, eso no significa que se libra del trabajo en la librería. Realmente le gusta ir a trabajar.

Hoy es jueves, por cierto, él está en la librería y yo aquí, en plena clase de teoría, en la universidad, y siento que la cara se me caerá por el sueño. Justo cuando mi cabeza comienza a cabecear, el celular se enciende por una llamada entrante.

Es curioso. Rara vez en mi vida recibo alguna llamada, a menos que sea de urgencia. Las únicas personas a las que acepto que me llamen son a mis papás, a Jaz, los mellizos y... ya. No soy alguien fanática de las llamadas, honestamente.

Veo la pantalla y leo el nombre de mi papá ahí.

Sé que no debería de preocuparme. Es solo una llamada. Mas eso no evita que comience a acelerarme el pulso y presentir que algo va mal. Mi papá nunca me llama, no a menos que salga sola a muy altas horas de la noche, cosa que sucede cada mil años. Y son siempre mensajes los que intercambiamos, no llamadas.

Le pido permiso a la profe de salir a responder y me lo da. Estando a fuera, atiendo y lo primero que escucho es la respiración entrecortada de mi papá.

—¿Hola? —No me responde. Y es ahí donde empiezo a pensar que realmente algo malo está pasando. Él siempre es el primero en hablar o responder de inmediato—. ¿Papá? ¿Está todo bien?

—Ossena, escúchame bien. Si puedes hacerlo, toma asiento. —La seriedad de su voz me hace obedecer al instante. Me siento en la banca que está afuera de mi aula e intento controlar mi respiración.

—¿Qué está pasando, papá? —vuelvo a preguntar. Y aunque quiero que me conteste, al mismo tiempo no lo quiero. Que lo haga significa que tendré la noticia. Sea buena o mala.

—En lo que llevo de vida siendo tu padre, siempre ha habido ciertas palabras que nunca desearía tener que decirte por lo mismo de no lastimarte. Pero llegó el día en el que tengo que decir una de esas palabras.

Toma una pausa y aprovecho para cerrar los ojos y dejar descansar la cabeza contra la pared.

Entonces me dice lo inimaginable:

—Tu abuela ha fallecido, Ossena.

Y el mundo se me viene encima.

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