Los alumnos ya llegaban con sus coches, y pude divisar a Alba fumándose un cigarrillo junto a Tate y Mason frente al coche del chico. Me acerqué abrazada a mí misma.

—¡Jackie! —gritó Alba cuando me vio a lo lejos.

Me acerqué a ellos y mi amiga me abrazó como si fuera un reencuentro después de años sin vernos. Los otros dos me saludaron con una sonrisa y un asentimiento de cabeza.

—¿Estás bien? Tienes mala cara. —dijo Alba sin soltar mis hombros.

—¿Te importaría llevarme a casa? No tengo dinero para el metro.

—Claro, claro. —se giró hacia sus amigos. —¿Me prestas el coche? Vuelvo en veinte minutos.

Mason me miró mientras le tendía las llaves a la castaña.

—Gracias. —le dije.

Cuando me subí al copiloto me di cuenta de que mi frente sudaba y eso que hacía un frío terrible. No me encontraba bien, la ansiedad volvía a sus andadas como hace siempre. Me quedé mirando a Tate y a Mason mientras Alba circulaba marcha atrás.

En sus ojos podía ver la preocupación que aún sentían hacia mí, pero ya no me la demostraban ni me decían nada porque yo no les dejaba.

Alba no abrió la boca hasta que paramos en un semáforo en rojo.

—Tate nos ha contado que Jenna te ha estado ayudando.

—No le quedó de otra. —contesté. —La había metido en un aprieto sin querer y si me ha ayudado ha sido por compasión.

—Si no fueras tan antisocial hubieras conocido a Jenna hace mucho tiempo. —dijo. —Tate nos la presentó el año pasado, y si la conocieras sabrías que no hace nada por compasión. Ella es asi de buena gente.

—Lo es.

—¿Has hablado con tu madre?

—Sí, dice que Leonardo quiere hablar conmigo. —suspiré.

—Tienes dieciocho años, Jackie. —dijo y la miré. —No podemos hacer nada para salir de nuestras jaulas, al menos no aún. Así que aguanta lo que puedas hasta que seas lo suficientemente mayor y puedas valerte por ti misma. De mientras te toca aguantar... Todos sabemos que Leo es una mala persona.

—De mientras, estoy esperando el día en el que lo atropellen y nos deje en paz.

Yo miraba al frente pero pude ver a Alba mirándome con tristeza.

El camino hacia casa fue silencioso de nuevo, hasta que estacionó frente a mi fachada y apagó el coche.

—Gracias. —le dije quitándome el cinturón. —Siento que tengas que llegar tarde por mi culpa.

—Soy yo la que ha querido traerte. —sonrió.

Me la quedé mirando y fue inevitable aguantarme las lágrimas. Observé sus ojos marrones y su sonrisa, sonrisa que se borró poco a poco cuando vio mi estado. Recordé de nuevo aquella noche terrorífica, recordé aquel miedo que sentí cuando me di cuenta de que estaba muriendo frente a mí, los días que estuve con ella en el hospital mientras se recuperaba, las veces que me he arrodillado para pedirle perdón.

—¿Qué te pasa? —preguntó alargando su mano hacia mi hombro. —¿Jackie?

—Esta noche he soñado con todo aquello otra vez. —dije entre el llanto.

—Joder... —hizo una mueca preocupada. —Anda, ven aquí.

Se quitó el cinturón para poder alargar su cuerpo hacia mí y yo me aferré a ella como una niña pequeña.

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