Frank se acerca para darme un casto beso en la mejilla y con ello un fuerte abrazo, el cual le correspondo. Cuando lo veo pulsar el botón del ascensor, busco la llave de mi casa y al encontrarla abro la puerta.

Pero cuando estoy a punto de cerrarla, las puertas del ascensor se abren y Thomas sale de este. Frank le da el permiso correspondiente, a lo que Thomas agradece de mala gana y sigue su camino.

Cuando las puertas del ascensor vuelven a cerrarse, suspiro y agradezco que Frank se haya ido en paz y que no le haya respondido la grosería a Thomas.

Voy a cerrar la puerta de mi casa por completo y justo en ese momento, la mano de Thomas contra mi puerta impide que la cierre.

Su mirada se apodera por completo de la mía y un gemido por la impresión tan repentina me abandona.

— ¡Oh, por Dios! —Chillo— Que susto, Thomas.
—¿A quién le dijiste idiota? —Dice tajante y palidezco.

Pensé que no me había escuchado...

—A nadie.

Él asiente y luego de analizarme con la mirada, espeta:

— El hombre que acaba de irse... ¿Quién es?
— ¿Qué te pasa? —Chillo— Eso no es de tú incumbencia.
— ¿A no? —Arquea una de sus hermosas cejas y empujando la puerta lentamente, se adentra a mi casa— Estoy... Sabes, me estoy volviendo loco con todo esto, Lucey.
— ¿Qué...? —Pierdo la voz ante su cercanía— ¡Thomas, aléjate! Debes irte, sal de mi casa.
— ¡No! —Gruñe— No me voy. ¿Y sabes por qué?

Niego con la cabeza, al mismo tiempo que siento como mi vista se nubla y toda mi piel se eriza.

Oh, rayos, aquí vamos de nuevo. Ese sentimiento descontrolado...

— Porque muy, pero muy en el fondo de tú ser. ¡Mueres porque yo esté justo aquí! —Dice y marca una línea con la punta de su zapato y con ello cierra la puerta de golpe.

Un respingo me abandona nuevamente ante esa última acción y me hago pequeña, mi corazón se acelera y no puedo evitar sentirme acorralada en mi propia morada por la mayor y más grande tentación de toda mi existencia.

— ¿Dime qué está mal, Lucey...? Dime que está mal ante el hecho de que esté justamente aquí, donde solo quiero estar y donde tú quieres que yo esté.
— Está mal... ¡Claro que estás mal! —Musito en un hilo de voz, arrastrando las palabras, sacándolas ajuro de mi sistema— Debes irte.
— Si dices eso una vez más... Sí, me iré, lo juro, pero directo a tú boca.

Mis labios se abren al instante, al quedar sin aliento por lo que él a dicho.

¡Es un atrevido!

Pero un atrevido que me ha vuelto loca de la noche a la mañana.

Y sin poder evitarlo cierro los ojos, ladeo la cabeza hacia un lado y con ello mi cabello, despejando mi cuello y dejándolo al descubierto. Mi piel se eriza por completo y mi pecho se contra al igual que mi espalda me insita a arquearla hacia adelante. Y lo hago, sin resentimiento, sin importar nada.

Lo hago.

Pues este sentimiento es más que alucinante, esta sensación es más fuerte que yo.

Con mis ojos aún cerrados y tan apretados como para hasta sentir dolor, siento como una lágrima vaga de ellos a mis mejillas y mordiendo mi labio inferior y, sintiendo ese cosquilleo en mi estómago, susurro:

— Vete, por favor.
— ¡Que conste que te lo advertí!

Gimo cuando siento sus manos rodear mi cuello y jalar de mi cabello hacia atrás para segundos después, besar y mordisquear mi cuello con loco desenfreno.

Hasta Que El Destino Quiera ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ