—¿Y mi tarea cual será señor? —se apuraba en consultar el cabo González, quien se mostraba expectante por la tarea que le sería encomendada.

—Usted mi amigo, se quedará por hoy aquí conmigo, cotejaremos el asesinato perpetrado en la hacienda con ese caso de hace dos años atrás —le indicaba fríamente—, tengo serias sospechas de que ambos están relacionados, y nuestra tarea será encontrar ese eslabón perdido.

—¿Aún cree que los casos están ligados señor? —Meza conocía los pormenores del caso de los Marmolejo Tapia, pues lo habían estudiado ya, además de realizar nuevas diligencias, aunque no tanto como lo aparentaba el teniente, por ello mantenía sus dudas respecto a qué tan ligados estaban, sin embargo, si el teniente tenía esa hipótesis era por algo. La experiencia estaba de su lado y mucho no podía hacer ante eso.

—Mientras no tenga claro lo que ocurrió en esa granja, no estaré tranquilo sargento, hay algo aquí que no estamos viendo y no pretendo dejarlo sin esclarecer. Tengan una cosa clara, si mis sospechas son ciertas, esto resultará ser solo la punta del iceberg.

—Si usted lo dice —murmuraba Meza, todavía sin convencerse.

—No lo digo yo sargento, lo dicen las escasas pistas que hasta ahora tenemos en ambos casos, además, durante mi conversación con Amelia hace unos días, la joven se encargó de dejarme aún más dudas, lo que me molesta más todavía. Si allá afuera hay un potencial asesino en serie, debemos capturarlo antes de que esto se salga de control. Señor González, durante la mañana revisaremos los expedientes de ambos casos, durante la tarde iremos a la abandonada granja de los Marmolejo Tapia. Ustedes —decía mirando a Meza y Rojas—, ya saben qué hacer.

—Precisamente hoy tengo una nueva entrevista con otro de los asistentes a la fiesta —lo ponía al tanto en el momento el sargento—, espero tener nuevos antecedentes.

—¿Qué averiguó sobre ese raro dibujo? —se reclinaba en su asiento, entrelazando sus dedos.

—Hasta ahora nada, no tiene sentido alguno por el momento, pero sigo investigando.

—¿Raro dibujo? —preguntaba el cabo Rojas, ignorante de a qué se refería el teniente.

—Señor Meza, ponga al tanto del caso a su compañero, no quiero tener que estar repitiendo las cosas, ¿acaso me vieron plumas? Pues no, no soy un loro parlanchín —manifestaba en su manera tan particular el teniente—. Hágalo antes de su entrevista, no quiero más cabos sueltos de los que ya tengo aquí.

—Tengo tiempo señor, mi entrevistado llegará al mediodía.

Tras impartir las labores del día, los hombres comenzaban su ardua jornada. Los nuevos integrantes sin embargo, se mantenían cautelosos ante cada orden impartida, ante cada mirada o palabra por parte del teniente Espinoza. Por los rumores de pasillo, ya sabían lo complicado que era trabajar bajo sus órdenes, y muchos se sacaban el sombrero ante el cabo Meza, pues llevaba años junto a él. Mucho tiempo no pasaría para que comenzaran a conocerlo y darse cuenta que el teniente tenía una imagen muy lejana a la realidad.

En su círculo de trabajo era un hombre abierto como un libro, siempre dispuesto a ayudar y enseñar, pero con un carácter muy fuerte e intimidante, no se andaba con rodeos a la hora de decir las cosas a la cara, sin necesidad de adornar las frases que de su boca salían, y algo que lo caracterizaba era esa manera tan especial que tenía para decirlo, fuese o no del agrado de quien escuchara. Si no aprendían a la buena, aprenderían a la mala. Media hora después, el sargento y el cabo ya se encontraban en una de las salas de interrogatorio para la entrevista pactada.

—Muy bien señor, Juan Isla —comenzaba Meza al sentarse frente a su entrevistado, mientras que el joven cabo solo observaba parado junto a la puerta—, según mi información usted trabaja en una constructora, y dígame, ¿cómo es que conocía a Sebastián Creta?

El Carnicero del Zodiaco (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora