-Ya sé que lo sabes, pero por favor, no te separes de mí. Aquí las cosas son distintas. Tengo bastantes enemigos.

Aya arqueó las cejas y él rio. Después ella alzó las cejas varias veces, como señalando el edificio y después se llevó las manos a los ojos.

-No, ella no está aquí — dijo -. No sé donde está.

Aya se tocó los labios.

-Por supuesto — contestó -. Voy a buscarla. Quiero verla.

Aya se mordió el labio inferior sonriendo y ambos salieron del coche. Un tipo con traje los esperaba en la puerta y los condujo hasta la parte trasera donde había bastante gente. Todos eran conocidos de Hell y de, en general, cualquiera que fuese mínimamente influyente en la ciudad. Saludó a todos lo mejor que pudo evitando mostrar lo que le fastidiaba estar en medio de toda aquella panda de mamarrachos; la mitad de ellos había apostado por que Max le partiese el cuello. Los Capobianco no estaban allí y no pudo evitar sentirse incómodo. Estar lejos de sus amigos tanto tiempo era un fastidio. Había quedado con ellos el día anterior y no se había dado cuenta hasta entonces de lo solo que había estado el último año. A excepción de Aya, por supuesto.

Los vestuarios se encontraban justo al final, al doblar un estrecho pasillo. Hell no quería a ningún estúpido entrenador. Los boxeadores del Rojo no solían tenerlos, aunque no estaba de más tener a alguien que te dijese que te tranquilizases y que sacases tu lado agresivo. Para eso, estaba Aya.

-Necesito un cigarrillo — dijo mientras ella le colocaba las vendas alrededor de las manos y negó -. Ya lo sé, pero quiero un puto cigarro. Cuando acabemos, vamos a ir al local del norte. Quiero comprar un par de gramos, ¿vale?

Aya trazó una línea imaginaria desde sus labios hasta el ojo derecho.

-El éxtasis es diferente. No quiero consumirlo demasiado, solo en caso de emergencia. No dejes que lo tome.

Aya asintió y ambos se pusieron de pie. El espejo reflejaba la delgada y pequeña figura de Aya y la espalda ancha de Hell en la que aparecía tatuado "La mía Famiglia". Aya puso las manos a la altura de sus hombros. Dio un silbido.

-Me siento mal cada vez que hago esto, ¿sabes?

Y seguidamente, dio un golpe contundente contra la mano derecha de Aya. Ella no se inmutó a pesar de la fuerza del impacto y dibujó una mueca de enfado.

-Te he dado fuerte — dijo antes de repetir el golpe en la mano izquierda, esta vez con más fuerza.

Ella puso los ojos en blanco y le dio una bofetada.

-Con eso no vas a provocarme — rio Hell antes de que volviese a pegarle -. Esto es agresión.

Aya puso los brazos en jarra.

-Lo voy a hacer bien, si es lo que te preocupa. No voy a contenerme por ser Max. Conozco mis prioridades.

Antes de que acabara de decir esto, tocaron a la puerta. Hell se sentó en el banco y encendió un cigarrillo sin que lo viese mientras ella abría la puerta. No solo se sorprendió de quién había llamado, sino que hasta tosió con el humo del cigarro, algo que no le había pasado desde los quince.

Aya lo miró sorprendida y le preguntó con los ojos qué hacer, si lo dejaba pasar o si le daba una patada y lo echaba. Hell tomó la iniciativa.

-Max — dijo sin saber exactamente qué tono poner -. Pasa.

Maximus Black era alto y desgarbado. Tenía un rostro inocente e infantil que hizo que Hell se removiese inquieto solo de pensar que tenía que golpearlo. Tenía ojeras alrededor de los ojos. No había dormido y parecía realmente un zombie.

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz