Desafío 68: Resultados

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— ¿Qué pasó en la fiesta de Rebeca? — preguntó preocupado mientras tomó mi rostro con ambas manos, lo sabía a la perfección, yo intentaría esquivar su mirada. No sé lo iba a contar, la vergüenza me lo impedía. — No... paso nada. — respondí avergonzada.

Y la verdad... era que ocurrió de todo, me dejaron en ridículo por mi forma de vestir. Lo sé, tal vez fui una estúpida que creyó la amabilidad de Rebeca, esa chica odiosa y la misma que me dejó en ridículo frente a todos, lo hacía porque era muy buena pensé en mi ingenua cabeza. ¡¿Qué tonta fui?!, ¿por qué lo hizo al frente de todos?, No entiendo o sí.

— ¿Qué pasó?, Lo vas a decir Emilia. — se acercó más a mí, quedando solo a centímetros nuestros rostros, gracias Dios, primero tengo que lidiar con la fiesta y ahora con... El chico que me gusta. — Yo... no-no — trate de hablar pero jure que casi me basaba, solo que no se dio porque retrocedí torpemente cayendo sentada en el suelo. El miedo, lo mal que me sentía y lo torpe que era, hizo que no fuera posible.
— No quieres besarme, creí que te gustaba al menos un poco. Lo lamento, sé que somos amigos, y también lo muy opuesto de nuestros gustos, formas de ser. ¡Diablos! ¡¿Tienes novio, te gusta otro chico?! — me levanta de un jalón, no tan delicado pero tampoco el más lindo. Digamos de mala gana, él está molesto y no sé como responderle. — Louis, lo lamento. No es lo qué piensas — contesto sacudiendo mi pantalón, relamiendo mis labios de los nervios, lo que hace que sonría nervioso. — En la fiesta de Rebeca me humillaron, se burlaron de mis calcetines porque eran de diferentes colores y tenían dibujos de colores muy llamativos. Y lo peor es que no hay evidencia, nadie tomo o grabó videos. Estaba feliz de asistir a esa fiesta, bailar, divertirme, resultó lo contrario. — confesé sin llorar, recordando todas las caras de burlas y risas a mi alrededor.


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— ¿Qué rayos llevas en esos zapatos, calcetines? — pregunto incrédula una chica de cabello rosado haciendo que todos se rían y me sienta una hormiga. — Solo son unos zapatos deportivos y mis calcetines favoritos, los hizo a mano mi abuela para mi cumpleaños. — respondí sincera. A la vez que acomodaba mi vestido blanco. Lo estaba dejando pasar por alto.— Dile a tu abuela qué tiene muy mal gusto, o tal vez no vea bien. ¡Son estupendamente horribles!. — hablo Rebeca, palabras qué hicieron que llore al instante. Sin pensarlo dos veces salí corriendo de ese lugar. La noche fue una total tortura, todos gritaban cosas estúpidas, se burlaban.

Lloré porque mi abuela murió hace dos años atrás, los calcetines que eran mis favoritos y me gustaban un montón fueron creados por esa hermosa mujer. Me lastimó mucho su perdida, a toda la familia. Y que se burlen duele, no podía seguir en ese instituto porque desde la fiesta que fue el viernes, las burlas seguían durante toda la semana.

— Yo... no lo sabía. Tampoco pude asistir. — comento triste y me abrazo por varios segundos. — No importa, ya tomé esa decisión. No quiero estar en ese ambiente. — le informe seria. La verdad se resumía en cuatro palabras: Ya no nos veremos.
— No te puedes ir, me gustas mucho, eres hermosa. A mi no me importa lo que ellos piensen de ti, me encanta tú forma de ser original, tú forma de vestir tan poco usual pero qué te queda de maravilla y tal vez solo sienten envidia: no todos pueden tener su propio estándar de belleza o ser ellos mismos, tú eres un ejemplo a seguir. Yo te amo, no vas a permitir que nuestra amistad se vaya a la nada y que nos alejemos por unos adolescentes tontos. A partir de hoy no dejaré que nadie se burle de ti, no lo voy a permitir. — confesó mientras sus ojos brillaban al verme, sentí mariposas, Louis era el chico más bello que he conocido: amable, romántico, inteligente. Nunca se burló de mí, y nos conocimos porque chocamos el primer día de clases gracias a mi torpeza.

Un chico popular guapo e inteligente, su mejor amiga una chica inteligente con su forma tan inusual de vestir y sus calcetines favoritos: los de colores diferentes y dibujos con colores muy llamativos, regalo de su abuela.

Dos meses después:

— ¡Por qué mandaste hacer unos iguales a los míos, son tan hermosos! — exclame feliz mientras me lanzaba a besar a mi novio Louis. Si, ambos teníamos sentimientos mutuos.
— Te amo, me encantas, quería compartir algo único entre los dos. A parte de que son una muestra de lo importante que eres para mi y lo es toda tu familia. — afirmó, abrazándome. Estaba vestido con una camisa celeste, bermuda negra y converse blancos. Los calcetines que llevaba puesto eran los mismos que mi abuela me dio de regalo en mi cumpleaños. Debía recalcar miles de veces, todo, todo, le quedaba de maravilla. Era un cien de diez.
—Yo también te amo mucho... Se ven tan lindos en ti, de verdad eres un ángel que ilumina mi vida. Te ves hermoso, pero recuerda que eres mi novio y esos calcetines son nuestro mayor símbolo de amor. Te amo, gracias por evitar que me vaya de este instituto y gracias por hacer que sea más fuerte — le respondí mientras lo volvía a besar.
— Tú también te ves hermosa, divina, única, con ese vestido amarillo y, los calcetines en tus converse blancos. Te amo, eres una gran persona y no quiero alejarme nunca de ti. — susurro en mis labios, se escucharon felicitaciones por parte de compañeros y aplausos. Yo estaba feliz.

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Karen_Smith25

Como cada mañana se posó frente al gran espejo aposentado en la pared de su habitación. Tenía cinco minutos escasos para llevar a cabo su práctica antes de marcharse hacia el instituto para fingir ser una humana normal y corriente, ocultando sus poderes ante el resto.

A su alrededor se encontraban varios caramelos mágicos bien alienados para fortalecer sus poderes. Sabía que en un futuro no necesitaría ningún tipo de ayuda complementaria y deseaba que fuese lo antes posible.Cerró los ojos con suavidad concentrándose en su vestimenta de aquella mañana: pantalones negros, una blusa violeta, calcetines morados con dibujos y sus zapatillas favoritas.

Cuando los abrió lentamente, sonrió ante el éxito que veía ante sus ojos, pero dicha sonrisa se apagó rápidamente cuando miró hacia sus pies y se encontró que cada uno tenía un color diferente: si no era capaz de hacer algo tan básico, ¿cómo sería capaz de salvar al mundo?

Con un suspiro entristecido, se colocó la mochila y caminó rumbo a clase, dispuesta a sobrellevar un nuevo y aburrido día.

***

LizbethPrtielesSanch

Título: Mis calcetines de la buena suerte

─ ¿Dónde están mis calcetines de la buena suerte? Tienen que aparecer, por favor, por favor...─ suplico a Dios mientras volteo mis cajones sobre la cama.

Encuentro un chicle a medio mascar, los espejuelos de mi padre y una cucaracha muerta, pero de los calcetines no hay rastros.

¿Qué puedo hacer? En verdad los necesito. Aunque vuelvo a mirar el cielo, no muevo los labios. Ya he comprendido que la religión y la superstición no compaginan.

Meto el cadáver del chicle en el interior de mi boca. ¡Oh, no! Estoy mascando la pata del espejuelo. Por suerte mis dientes no la emprendieron contra la cucaracha.

Camino sobre la alfombra, me meso los cabellos y tiro una patada al vacío. Mi pie choca con un espejo y lo destroza en diminutos fragmentos.

─ ¡Maldición! Otros siete años de mala suerte– vocifero sin apenas creer lo que acaba de acontecer─. Dios, en verdad necesito mis calcetines.

El silencio me hace comprender que debo buscarlos por mí misma. Luego de seis meses detrás de Emilio, me ha invitado a salir. ¡A mí!, una chica común con dos brazos y dos piernas. En quince minutos pasará a recogerme y no estaré lista.



─ ¡Mis calcetines!─ grito y aprieto los puños mientras busco a mi madre por toda la casa.

─ ¡Qué!─ responde con un maremoto atrapado en la garganta.

Seguramente mis alaridos habrán despertado sus malas pulgas.

─Mis calcetines de la suerte. Los anaranjados con bolas verdes, por favor.

Pongo ojos de carnero degollado. Suele funcionar con mi padre, pero mi madre es un hueso duro de roer.

─Dentro de la lavadora─ indica con un ademán.

─Estaban limpios. Los lavé...

─Hace dos meses─ interrumpe ella sin titubear─. Basta de protestas, cuando llegas a casa el perro sale corriendo y el gato se sube al tejado. Al menos, ellos tienen a donde ir. Tu padre y yo nos vemos obligados a tragarnos el mal olor. Ya no lo aguanto. Hueles peor que tu primo Alex.

¿Alex? Nadie es capaz de apestar más que Alex. El espejo roto me está cobrando mis culpas. Mi madre me odia. Soy una adolescente no deseada.

─Dámelos así─ insisto perdiendo el poco control que me queda.

─Ni pensarlo. Te enfermarás. Ponte unos secos.


Tres golpes a la puerta me recuerdan que mi preciado tiempo ha caducado.

─ ¡Alana, te buscan!─ interviene mi padre sin mover el trasero del sofá.

Si está viendo el futbol, le da igual que exploten una bomba atómica a su lado.

Corro cien metros planos para colocarme los pendientes y una pulsera. Todo está listo menos mi calzado.

Por suerte, han marcado un gol en contra del equipo de mi padre. Mientras él llora y mi madre le consuela, los calcetines se han quedado sin vigilancia.

Los pies se retuercen cuando me los pongo, arman una huelga y se rehúsan a caminar, pero les obligo entonando una risa malvada.

Aunque mi vida es una hecatombe, al salir a la calle y ver la sonrisa de Emilio, recupera el sentido.

De repente, su expresión deja de ser afable. Sus labios se pierden en una mueca indefinida. ¿Qué sucede? ¿Tengo mocos en la cara?

─Usas medias de diferente color─ me informa en un susurro.

Vuelvo la mirada a mis pies. Uno de ellos luce mi querido calcetín naranja, el otro está enfundado en una prenda amorfa de color verde. Por supuesto que sé a quién pertenece. Es de Alex. ¡De Alex!

Al fin he entendido que la mala suerte no puede ser sorteada. Mi pie derecho apestará al menos durante siete años. Es la maldición del espejo roto.

Dejo plantado a Emilio y regreso a mi habitación a morirme de pena.

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