35. Hoy es noche de...

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—No como carne —contesté.

Ella arrugó la frente.

—No te he hecho de carne —dijo—. Son de lentejas. —Pasó a mi lado en dirección hacia la cocina—. Creo que te he dejado un poco de puré de papa.

—¿Me has preparado hamburguesas de lentejas? —le pregunté incrédula.

No era el plato más elegante del mundo, ni el más caro, pero las lentejas debían remojarse con varias horas de anticipación y probablemente le hubiera llevado un buen rato prepararlas.

Ella sacó de la heladera un tupper y lo abrió. Se veía cansada.

—La próxima vez sólo las compraré —dijo, como si se avergonzara de admitirlo.

—Lo siento.

Ella encendió el fuego y colocó las hamburguesas sin mirarme.

—¿Qué cosa sientes? —preguntó como si no supiera de qué estaba hablando.

—Por llegar tarde —le respondí. Miré su ropa de nuevo: su blusa amarilla, sus pantalones vaqueros y los pasadores que había enganchado de manera aleatoria en su cola de caballo, ahora desordenada por haberse colocado el casco—. Te ves bonita.

—Dime algo que no sepa —respondió y esta vez sí se le notó el mal humor. Apoyó la mano en la encimera y volvió para verme—. ¿No se te ocurrió avisarme que estabas llegando tarde? Pasé toda la tarde preparando la cena. Me he quedado como una tonta sentada en la cocina esperándote.

—Tuve un accidente.

—¿Y antes de eso estabas llegando a tiempo? —cuestionó—. ¿Recuerdas el cumpleaños de Alana, cuando prometiste ayudarme con el pastel y lo olvidaste, así que tuve que prepararlo yo sola?

Lo recordaba, aunque quise decirle que no. Mi instinto de supervivencia me advirtió que no lo hiciera.

Bajé un poco la cabeza y miré mi zapato, el que no había sido descuartizado.

—Lo siento. Sabes que no lo hice adrede. Sólo olvidé colocar la alarma.

Ella resopló.

—Sé que no haces esas cosas adrede, Andrea. —Dio vuelta las hamburguesas—. Pero aún así las haces. Te olvidas que tienes planes conmigo o llegas tarde, no me escribes ni un mensaje para avisarme que estás bien o si te ha pasado algo. Parece que soy lo último en lo que piensas y eso me hace sentir muy estúpida por estar tan pendiente de ti.

Me volvió a mirar y esta vez hubo tristeza en sus ojos.

—No es así —le contradije, un poco molesta—. Sabes que no es así. Simplemente me cuesta acostumbrarme a esto. —Arrastré los pies hasta llegar a la butaca que estaba junto a la mesa de desayuno y me subí. La casa se sentía más vacía con el eco de mi voz—. No es como antes, que sabía que podía ir a verte en cualquier momento. Ahora con suerte puedo estar contigo una hora fuera del instituto.

—¿Y crees que a mí me gusta esto? —respondió de espaldas a mí. Sus hombros se tensaron y apagó el fuego antes de voltearse para mirarme—. Si crees que es difícil estar conmigo, sólo dímelo. No te quiero aquí por obligación.

Rodé los ojos.

—No estoy aquí por obligación.

—Pues eso parece.

—¿Crees que me habría tomado un viaje de dos horas para verte sólo por obligación? —le pregunté perdiendo la paciencia—. Lo siento ¿De acuerdo? El tren llegó con demora y casi pierdo mi pie con la bicicleta. Tengo miedo de no poder jugar en el torneo y sé que he arruinado la cita ¿Podrías tenerme un poco de paciencia? Lo estoy intentando. De verdad lo estoy intentando. —Me pasé la manga de la chaqueta por el rostro para secar algunas lágrimas—. No sé por qué todo me debe salir mal siempre.

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