El primer enigma

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La bala. El trueno artificial del disparo. La sangre. Ese fue el verdadero inicio: la violenta escena de un asesinato y el planteamiento del primer enigma.

La sangre se impregnó súbitamente sobre la pared como una lluvia y luego cayó lentamente por todo el muro, escurriéndose hacia el piso como un puñado de serpientes rojas. El cráneo, antes una cabeza humana de buen aspecto, quedó hecho trizas manchando de sesos rosáceos, de fragmentos de piel y cabello, el solitario lugar.

La víctima yacía desfigurada allí, bajo las paredes con hollín y carmesíes salpicaduras.  Paredes que un día fueron blancas, con partes de pintura desprendida y grietas hasta el techo. Un sitio abandonado, perfecto para cometer un crimen.

La sangre se siguió extendiendo por el piso, parecía contener vida aún, a juzgar por la forma en que cubría con más y más charcos.

El victimario no estaba satisfecho todavía. Hipnotizado por la acción de poderes indecibles, su mano continuaba sosteniendo el arma de fuego. Su tendencia natural a la brutalidad le dio suficiente curiosidad, el frío sadismo para continuar. "No has muerto aún"—murmuraba como un rezo maldito.

No quedaba más alternativa que terminar con el trabajo: la bala incrustada se desprendió de la pared, retrocedió al rifle y volvió a ser disparada contra una pierna haciéndola pedazos. La sangre continuó vertiéndose, el charco quedó amplio como un lago, inexplicablemente espesa y abundante toda la sangre abandonaba el cuerpo hasta secarlo.

Una vez más, la bala volvió a su escondite, y después de unos segundos se proyectó con toda su furia hasta la otra pierna. Cuando parecía que no quedaba más sangre dentro de ese cuerpo destrozado por las balas, continuaba desangrándose hasta que por fin el charco de sangre dejó de extenderse.

— Todo ha acabado, ¡basta de atormentarme! —decía el dueño del rifle, con las suelas de los botines mojadas en carmín. Miraba a su izquierda al hablar, sería difícil saber a quién se dirigía la frase para alguien que no conociera los pensamientos que lo asediaban. A esa hora última, ¿en qué se piensa? En muchas cosas a la vez, en ninguna con claridad. No se piensa realmente: se siente todo el costo de la vida.

La bala volvió al rifle. Lo miró con codicia a través de la boca del arma, dispuesta a devorarlo como un depredador a su presa, como él durante tanto tiempo lo hizo. El asesino no tomó su propia vida: la bala lo hizo por él, bajo las órdenes de otro ser. El proyectil maldito se incrustó en su pecho. Él cayó de espaldas, su amplio cuerpo perfectamente alineado con el otro cadáver. La sangre del asesino brotó profusamente y se fusionó con la de la víctima. La bala volvió a esconderse en el rifle, donde espera a acabar con más miseria humana.

Desde el marco de la puerta, alguien observaba la escena con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios. El jovial rostro contrastaba con las hoscas cabezas desfiguradas de los fallecidos. Su sonrisa blasfemaba contra los difuntos, se regocijaba con altivez elevando el mentón y observándolos desde arriba, pero la felicidad en esa expresión se sentía algo artificial: apenas duró unos segundos y se desvaneció de las comisuras con un parpadeo y una mirada seria, totalmente insensible, desde unos ojos grises tan hermosos como espeluznantes.

Sólo alguien comandaba por encima de él. Una figura fantasmal lo acompañaba, una silueta a la que no se le veía el rostro ni facciones humanas. La sombra era negra como el vacío y en sus bordes se veía un halo que oscurecía todo a su alrededor, era desagradable observarla e incluso a su acompañante humano le daba sensación de vértigo y esquivaba mirar de forma directa al ente.

Avanzaron hacia los cuerpos. El rifle y la bala se desvanecieron con un gesto de la maligna sombra. La sangre en las paredes se oscureció y se secó. El volumen del charco rojo se volvió a un nivel normal, luego de haber retornado a los cuerpos. Los cadáveres se regeneraron sin recobrar completamente la vida; parecían dormir, sólo que con un color verduzco en la piel. Sus abdómenes palpitaban levemente como si estuvieran respirando. El nuevo convidado a la cena de la muerte, el único vivo, debió atreverse a hacer una pregunta, dudó en un primer momento intentando suponer y luego se decidió, en un tono pausado que no enfadara al ser abismal:

— ¿Qué debo hacer ahora?

La sombra respondió con una voz profunda, gutural y ultraterrena como el estertor de un moribundo:

— Terminar el ritual. Tú sabes qué hacer: lo que tu propio sentir te está indicando...

El siervo del ente se acostó entre los cadáveres sin titubear, percibiendo todo el frío y la humedad, como si calara en la ropa hasta su piel y huesos. Todavía creía sentir la sangre desvanecida como un espíritu reciente del que las losas guardaban la memoria.

Esperó a dormirse, pues era necesario que así fuera. No tenía sueño, pero hizo un esfuerzo, recordando la razón por la que había vendido su alma.

Nota de la autora:

Sé que este primer capítulo es confuso, pero lo hago intencionalmente porque la historia se basará en el misterio. Así que ten paciencia, todo se sabrá en su momento. Mientras, siéntate cómodamente y disfruta de esta lectura. Y aunque te lo advertí antes, lo repito: como efecto secundario esta novela puede causar unas cuantas pesadillas y visitas al psiquiatra (bueno, espero que no tanto XD), pero en compensación habrá momentos más sentimentales y reflexivos

¡Gracias por llegar hasta aquí! Sigue con el próximo capítulo...

Segunda muerteOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz