Acto V - Canio

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No hay voces que rellenen este silencio. Sus palabras se alejan de nosotros, sumiéndonos inconscientemente en un mar de dudas e incertidumbres en el que no nos atrevemos a nadar. ¿Cómo ha podido salir todo tan mal? ¿Dónde fallamos? ¿En qué momento nos equivocamos? Todo estaba escrito, planeado y ensayado. Interpreté mi papel a la perfección y me elevé entre los vítores de mis compañeros. La salvé porque la amaba y parece que, después de todo, no ha servido para nada.

—Será mejor que nos tomemos un descanso.

Fran le da voz e intención a los pensamientos de todos los que están con nosotros. Les miro fascinado. Personas tan dispares unidas por un mismo fin: impartir una justicia merecida. El único problema en todo este asunto es que están demasiado cansados y los ánimos empiezan a crisparse. Ninguno es capaz de pensar con claridad.

Llevo escuchándoles todas estas horas, quieto y en silencio. Observándoles, estudiándoles y conociendo sus más sutiles defectos. Lidia es impulsiva y demasiado pasional. Fran carece de la seguridad que Aída necesita. Ricardo Santos ni siquiera quiere estar aquí. Y el doctor.... Oh, sí, el doctor. Sin duda alguna mi preferido. Las miradas furtivas que le dedica a Aída no han pasado desapercibidas para mí ni para nadie. Anhelantes y soñadoras, deseosas y fascinadas. Una clase de miradas que ningún médico debería ofrecer a sus pacientes.

Sonrío, pues esa debilidad tan lacerante será la que utilice para librar a mi madre de estas ataduras que la mantienen recluida en el silencio infernal. Aída volará y volverá a cantar tan pronto como yo consiga encargarme de todo.

—Sí, descansemos —vuelve alguien a repetir.

—Buena idea —murmura Lidia. ¿A dónde se ha ido su fuerza?— Creo que a todos nos vendría bien un café.

El asentimiento es general y no tardan ni un par de minutos en desalojar la sala.

Con paso lento y cabizbajo, me acerco hasta la mesa y tomo a Aída de la mano. Ella no reacciona al principio y el dolor que adivino en sus ojos me traspasa el alma. Tiene la vista clavada en una de esas estúpidas fotografías con el cadáver de Carlo y apostaría mi propia existencia a que sé lo que está pensando. Exactamente lo mismo que pienso yo. Mi madre es terriblemente predecible.

¿Quién lo ha hecho?

¿Cómo es posible que él esté muerto?

¿Por qué estoy tan feliz?

Cometí el pecado más grande que Dios dispuso para sus hijos mortales. Maté a mi padre, me empapé del hedor de su muerte y escupí sobre su cuerpo inerte. Se lo merecía y eso será lo que me arrebate el cielo. Siempre aspiré a ser un ángel reinando en el infierno.

¿En qué me he convertido?

Estos pensamientos me hacen estremecerme. Todo sigue tan fresco en mi memoria que juraría que incluso puedo oler la sangre que manchaba mis manos en ese momento.

¿Qué es lo que siento dentro de mí? ¿Qué es lo que me devora y me asfixia de un placer morboso e inigualable? ¿Orgullo? ¿Satisfacción? No lo sé, pero no me extrañaría que fuera un poco de todos. Esta es mi obra, mi debut, mi regalo de muerte, mi oda de amor.

Aída...

Le beso tímidamente la mejilla y lentamente se vuelve hacia mí. Donde antes había pena y dolor, ahora sólo encuentro pérdida y confusión.

Aún tengo que esperar unos minutos para que sus ojos me reconozcan y sus labios me sonrían.

—Mamá —susurro.

La Canción del Silencio ✔ [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora