5

6 1 0
                                    

El comienzo de algo grande, ocurre
en el momento más inesperado.

—————

—Me van a expulsar antes de que termine la semana —murmuré en algo parecido a un balbuceo.

La mujer a mi lado bufó. Seguramente estaba cansada de mí, pero había algo, no era plenamente consciente del qué, y ese algo me hacía buscar molestarla de manera inconsciente.

Agitó su cabello, que el día de hoy iba suelto y crispado. No comprendía por qué se hacía ese tipo de peinados tan elegantes y liosos, si al fin y al cabo cuando llegaba al hospital tenía que ponerse una cofia o por lo menos una simple redecilla.

—Bueno, hoy es viernes —murmuró concentrada en el camino—; si no te expulsan hoy sabremos que es ganancia.

Dejé salir un suspiro cansado.

—Además, estoy dispuesta a justificar tus faltas las veces que sean necesarias —añadió con autosuficiencia.

—Pues entonces voy a reprobar de cualquier modo —contraataqué automáticamente—. Si no asisto ni aprendo ni trabajo. Y esa, será toda culpa tuya.

Lo cual en realidad era una vil mentira, ya que ni siquiera necesitaba asistir a clases para saber todo lo que se supone que ahí me enseñaban, cosa que mi madre tenía muy en cuenta.

—Ya basta, niña —reprendió, aparcando en el lugar de siempre—. Baja ya que perderás otra clase por inmadura.

Revoloteé los ojos, irritada, por lo cual mi madre posicionó una mano en mi nuca para acercarme a ella y depositó un beso en mi frente. Me despedí de ella y bajé del auto con la mochila en manos.

Casi que corriendo me interné dentro de la edificación, odiaba el frío, pero allí dentro era muy cálido.

Nuevamente había perdido una clase gracias a mi madre, pero en esta ocasión había sido porque ella se quedó dormida, por lo tanto ambas íbamos tarde a nuestros respectivos oficios.

Saludé a la prefecta sin muchos ánimos de conversar y finalmente después de un largo pasillo llegué ante la puerta de mi salón. Sin detenerme a pensarlo toqué la puerta con mis nudillos, y como si me hubiese estado esperando, la puerta se abrió en seguida.

Básicamente quedé con la mano en alto frente a mi cara, el calvo profesor de ecología me miraba con una ceja en alto, porque aparentemente a todos los maestros de esa escuela les gustaba ese gesto en particular.

Bajé la mano con lentitud, ante las atentas miradas de todos.

—No sé si me he confundido, pero pensé que la clase iniciaba a las 7:00 —habló él en voz firme.

Apreté los labios en una fina línea, mientras el rostro muy blanco del maestro esperaba frente a mí.

—Mi madre ha llamado para justificar la falta —respondí con calma.

—Espero que tu madre te explique también el tema —declaró alejándose de la puerta—. Pasa y siéntate, que sea rápido.

No pude evitar pensar que mi madre podría explicarme mucho mejor un tema de lo que haría él, sin embargo contuve cualquier comentario al respecto y me adentré en el salón, cerrando la puerta a mis espaldas.

Poco a poco las miradas indiscretas se fueron apartando de mi cuerpo. Analicé mi alrededor, buscando mi habitual asiento, pero cuando mis ojos llegaron a él, encontré un trasero sentado en la silla de al lado.

Rodé los ojos, pero igual caminé en esa dirección, hasta sentarme en el sitio que se había vuelto costumbre para mí. Dejé la mochila sobre mis piernas, y recargué los codos en la mesa.

Inverosímil Where stories live. Discover now