4- Una misión del Olimpo

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El despertador sonó justo a las siete de la mañana, Sean se levantó con un ligero dolor de cabeza sin saber por qué, quizá por el poco sueño que había tenido la noche anterior, tenía que comenzar con el entrenamiento de Reyna, él era su guardián después de todo, sin mencionar que el mejor,  y ella era la diosa más importante en ese momento.

Se duchó y vistió rápidamente, bajó al comedor poco después a desayunar, y la cafetería estaba casi vacía a excepción de un par de chicas que comían en una de las mesas, lo cual era extraño, a esas horas ya debía de estar llena de adolescentes pidiendo desayuno a la señora Haart…

Al terminar, sean se dirigió a dejar la bandeja en su lugar, donde encontró a la cocinera empacando un par de cosas.

─Disculpe, señora Haart ─preguntó Sean a la mujer─. ¿Sabe dónde están todos?

─Uh, sí… En el patio, cariño.

─Gracias ─contestó él dándose la vuelta para llegar al exterior, esta situación era demasiado extraña para la academia.

Al llegar, Sean notó la cantidad de hombres que estaban detrás de los árboles viendo hacia el claro donde entrenaban los guardianes, intentó pasar pero el camino estaba totalmente colmado de adolescentes curiosos y por ende, cerrado.

─Muévanse, joder… ─ordenó en un tono bajito Sean.

─Hermano, este espectáculo nadie quiere perdérselo… ─se quejó uno de los chicos.

─¿De qué demonios hablas? ¡Es suficiente! ¡Se mueven y me dejan pasar, maldita sea! ─gritó Sean al sentirse casi que aplastado por la multitud de personas aglomeradas quienes al verlo y ver que se trataba del guardián de primer nivel de Reyna le abrieron un pequeño espacio, espacio que Sean finalmente pudo aprovechar para colarse y ver la causa de tanto embrollo, aunque cuando vio al fin lo que sucedía, deseó no haberlo hecho.

Reyna estaba sentada en césped estirando y de vez en cuando levantaba su trasero al aire para tomarse la punta de los pies, tenía ropa deportiva ajustada a su cuerpo, y con su larga cabellera recogida en una alta cola de caballo desenfadada, le daba un toque real y sexy con las primeras pequeñas gotas de sudor en su cuello debido al sol. Sean no pudo evitar pasar su lengua por sus labios… Era hermosa… De eso no había duda.

Por unos minutos él se quedó tonto mirando la escena, incluso se sintió tentado en sacar su teléfono y tomar una foto, pero se resistió, de igual manera, los otros chicos ya habían hecho el trabajo por él, les pediría las fotografías luego…

«¿En qué demonios crees que estás pensando?» se reprendió él mentalmente.

─¡Bueno, basta ya! ¡Se van todos de aquí! ─gritó Sean, grito que hizo girar a Reyna y percatarse de la compañía, sus mejillas se sonrojaron como nunca antes le habían visto y paró su ejercicio físico.

Los chicos empezaron a gruñir pero se retiraron a sus labores, dejando así a Reyna y Sean solos en el claro de entrenamiento.

─Lo siento, no sabía que me miraban… ─susurró ella muy bajito, repasando a Sean con la mirada, se veía guapísimo, con su ropa deportiva, pantalones de correr y una playera negra sin mangas que daba astibo de su gran cuerpo, se estremeció ligeramente, sólo le apetecía besarlo y tocar esos músculos para asegurarse que eran de verdad.

─Claro… ─masculló Sean incrédulo, Reyna le lanzó una mirada envenenada que él ignoró─. De acuerdo, empezaremos con un trote suave de quince minutos y luego un par de ejercicios… Después con algunos movimientos básicos de defensa personal… ¡Ya!

Sean dio un aplauso indicándole que empezara y ella obedeció, agradecida de tener en qué pensar y alejarse de la humanidad de Sean.

Exactamente quince minutos más tarde, Reyna había acabado las rondas de trote y estaba sudorosa, con la respiración un poco irregular, algo que no pasó desapercibido para Sean.

La Reencarnación De AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora