PRÓLOGO

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La gran casa estaba totalmente fría y desolada, no había risas y el ambiente cálido se había ido con los finales de otoño tan rápidamente como el caer de las anaranjadas hojas al ser arrancadas por el viento. Ahora cada espacio de aquella construcción era llenada únicamente con ruidos tan cotidianos como el sonido producto de las pisadas, el agua de las llaves corriendo, los interruptores de luz y el abrir y cerrar de las puertas acompañados de suspiros pesados y llantos nocturnos.

Todo se había tornado gris. Solo quedaba uno de aquella pequeña familia digna de envidiar, pero aquel estaba tan apagado que se había vuelto invisible, como si su ser se hubiera esfumado en el ambiente sin dejar rastro de nada.

Eran las nueve de la noche, estaba tendido en aquella cama en donde sus dos seres más queridos solían descansar.

Cada noche iba allí para poder cerrar los ojos e intentar recordar las suaves caricias de su madre y las risas roncas de su padre, mientras amargas lágrimas delineaban un camino sobre sus mejillas. Estaba cansado de su vida, no tenía alientos de nada sin ellos, los amaba como si nada a su alrededor existiera, pero se habían ido y se llamaba cobarde por no poder ir al cementerio a dejarles unas flores, estaba frustrado.

El frío del invierno lo calmaba, pero le era igual de doloroso. A la medianoche se levantó y se fue para su habitación sin alientos, se sentó en su cama y se cubrió con su gruesa cobija, fijó su vista en la ventana y miró la luna, deseando que un destello de luz iluminara su oscuridad.

𝙳𝚎𝚜𝚝𝚎𝚕𝚕𝚘 | 𝕋𝕂Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum