09 | Primero un sueño y luego una pesadilla

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"Prometieron que los sueños pueden hacerse realidad, pero olvidaron mencionar que las pesadillas también son sueños"


Samantha

01 de septiembre, 2018

La casa de Logan estaba situada en una zona alejada del centro del pueblo, a unas veinte calles de la mía, en un complejo cerrado al que yo no había entrado hacia mucho tiempo. Lo cierto es que ese sitio solo lo habitaban las familias que podían permitírselo y de esas había muy pocas que yo realmente conociera.

Me sequé el sudor de las manos contra los vaqueros y respiré hondo antes de llamar a la puerta. Lo cierto es que había estado dándole vueltas a mi reunión con Logan toda la mañana y no dejaba de temblar de los nervios. Normalmente era muy torpe a su alrededor, así que me daba algo de pánico pensar en la cantidad de tonterías que podría llegar a hacer o a soltar estando tanto tiempo a solas con él.

Esperaba tener el autocontrol suficiente para no hacer el ridículo.

Fue Logan quien me abrió la puerta. Iba vestido con una camiseta negra de manga corta, pantalones grises de chándal y zapatillas de deporte. Me dio la impresión de que acababa de ducharse porque su cabello, que normalmente tenía un tono castaño claro, ahora parecía bastante más oscuro y se encontraba revuelto, como si se hubiese limitado a pasarse las manos por él unas cuantas veces y dejarlo ser.

Aun así, se veía guapísimo. Como siempre.

—Hola, Sam —saludó—. Venga, pasa.

Esperó a que entrara y me despojara del abrigo y la bufanda, colgando ambas prendas en el perchero del recibidor. Por suerte, ahí dentro estaba encendida la calefacción, por lo que no me molestó quedarme solo con el suéter que llevaba.

Logan me hizo un gesto para que lo siguiera y los dos nos encaminamos al salón. Noté la falta de ruido, lo que no debía de ser muy habitual en esa casa cuando sabía que el castaño tenía un hermano pequeño viviendo con él. Con diez años, Theo Anderson era un auténtico terremoto.

O eso decían las malas lenguas en el supermercado.

—Mis padres han acompañado a Theo a un partido de béisbol —comentó, como si me hubiese leído el pensamiento—. Estamos solos, así que podremos trabajar tranquilos.

Llegamos al salón, un espacio bastante amplio, de paredes blancas decoradas con complicados cuadros llenos de colores, dos sofás grises en forma de ele, una mesa de centro, una chimenea apagada y un mueble sobre el que había un televisor, una consola y varias cajas repletas de videojuegos.

Más allá de todo ello, estaba el comedor. Logan me ofreció sentarme en uno de los seis puestos disponibles y advirtió que se iría un momento a por sus cosas. Mientras tanto, saqué mi propio portátil, mis cuadernos y la copia de Crimen y Castigo con la que había estado preparándome.

Ese pobre libro, destartalado, con el lomo a punto de desintegrarse y lleno de notas adhesivas, pedía a gritos que lo dejase en paz. Lo había leído al menos unas siete veces desde que me lo había comprado y ya no daba abasto.

Al volver, Logan dejó sobre la mesa un ordenador y una copia de la novela—la de él estaba en mejores condiciones, por supuesto—y se sentó en la silla contigua a en la que yo estaba. Noté su rodilla chocando con la mía momentáneamente mientras se ubicaba y aunque él no pareció notarlo, a mí la piel se me puso de gallina.

Autocontrol. Debía tener autocontrol.

Como si tú supieras lo que es eso.

—Me tomé la libertad de crear un documento compartido, para que podamos trabajar al mismo tiempo —me informó, sin dejar de mirar a la pantalla—. Está configurado en letra times doce, pero puedes cambiarlo si quieres.

El arte de fingirWhere stories live. Discover now