1. Infiltración.

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Rafa. Otro montón de catástrofes. Como si lo viera.

Al despuntar el alba nosotros habíamos llegado los primeros a la sede de la asociación para tratar un asunto que nos estaba llevando de cabeza en los últimos días. Desde que aquel follón de los rusos acabó, nos habíamos visto envueltos en un caso no tan extraño y paranoico como el anterior, pero que de todas formas se las traía. Y habíamos quedado ese día del mes de junio para hablar sobre ello. Los planes, las ideas, comenzaban a circular desde la boca de unos hasta los oídos de otros. Lucas, Sandra, Juanma, Galindo, Guillermo, Mónica y yo intercambiábamos opiniones respecto al caso. Hasta que llegó, cómo no, la idea graciosa de turno. La más fácil pero la más absurda.

―¡No! ¡No, no, no y un millón de veces NO!

―Venga, Rafa, es muy fácil...

―No sigas insistiendo, Lucas. Otro disparate más como este y Sergio se pondrá hecho una fiera. Ya ha tenido bastante paciencia. Por no hablar de Laura. Está que trina en los últimos meses. Y yo sé por qué.

Yo sabía por qué. A Laura le gustaba Javi, a Javi le gustaban Marta (y yo estaba convencido de que también alguien más, aunque no sabía quién, aunque me olía que seguía siendo Laura) y seguro que a Marta le gustaba algún otro, a juzgar por el humor de perros que también tenía Javi últimamente, lo cual se traducía en un follón de inconmensurables proporciones en ADICT. Ahora era Laura la que echaba broncas a diestro y siniestro. Como la semana anterior. Habíamos entrado a su despacho y Lucas le había dicho:

―¡Tenemos algo! ¡Tiburones! ¡Son tiburones!

Algo absurdo. Yo sigo sin saber de dónde sacó Lucas aquella absurda idea. Pero claro, era Lucas. Y habíamos ido a contárselo a Laura porque ella jamás había echado una bronca a nadie por irle con alguna tontería. Laura siempre había opinado que la investigación de todas las vías, por absurdas que fueran, podría llevarnos a esclarecer cualquier asunto. Pero aquella vez miró fijamente a los ojos a Lucas.

―¿Tiburones?―preguntó, como sorprendida.

―¡Claro que sí! Fíjate bien, los tipos esos roban los tiburones. Ya sabes, los cazan y los almacenan y el colmillo y las aletas, todo eso, ya sabes, está muy revalorizado―dijo Lucas. Entusiasmado, el chaval. Como siempre. Pero Laura le miró con mala cara.

―¿Tiburones? Ah, sí. Tiburones. Colmillos. ¿Eso crees?

―Así es, Laura.

Y Laura se levantó del sillón y empezó a dar vueltas. Ups, me dije, temiendo la explosión inminente.

―Estaría de acuerdo, excepto por una cosa―dijo Laura.

―¿Por qué?― preguntó Lucas.

―¡Que no – hay – tiburones – aquí – imbécil!―gritó Laura―. ¡Los tiburones están en tu sagrado culo, cataclismo andante! ¡Largaos todos de aquí y dejadme en paz! ¡Fuera! ¡YA!

Y eso había ocurrido. Tiburones. Menos mal que no habíamos ido a Javi porque seguro que nos hace un pareado acojonante en el sentido literal del término. Y ahora, en esa reunión, Lucas me proponía dardazo e infiltración. Lo que me faltaba por oír de Lucas. Suplantar a la flota de un buque de guerra atracado en el puerto de Cartagena desde hacía unos días. ¿Y todo para qué? Para evitar que entraran a robar. ¿A robar qué? Ni lo sabía ni me importaba qué se podía robar en un barco de esos. Tiburones no, desde luego. No teníamos ni idea, pero un par de días después de hablar con Laura teníamos algunos indicios. No muy esclarecedores, pero algo podíamos sacar en claro. Y es que en las últimas tres semanas se habían producido una docena de robos por aquella zona y la policía estaba en jaque. No tenían ni idea de quién podía ser. Algún profesional. Pero lo que proponía Lucas para cazar in fraganti a los ladrones era algo delirante.

ADICT II: TornadoWhere stories live. Discover now