Conocí a un chico

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Entregó los vestidos restantes antes del tiempo estimado. Estaba volviendo al taller, pero antes decidió pasar a El Paraíso, podía pasar sin desviarse demasiado del camino.

Cuando llegó encontró que su lugar de observación  favorito estaba desocupado, aparcó su auto ahí, sin embargo no se bajó, solo se quedo mirando detenidamente la cabaña que había del otro lado de la calle. Natasha amaba ese lugar desde pequeña, no porque sirvieran el café mas delicioso del mundo, ni por la comodidad de los asientos, ni por el buen servicio, ni siquiera por el hecho de que le traía buenos recuerdos de su padre. No,  amaba  ese lugar por algo que era intangible, irreal, era algo que solo podía estar en su mente y era lo que las personas llamamos inspiración.

Era una de esas cabañas que uno podría imaginarse cerca de un lago, rodeada por  árboles de distintos tipos, donde hay columpios y niños que juegan en ellos, sin dejar de reír, disfrutando del juego, disfrutando la vida, explotando ese momento, que posiblemente con el tiempo sea solo un recuerdo lejano.

O al menos eso era lo que imaginaba Natasha, ese podría ser un buen final de su novela, le gustaban los finales felices.

Antes de marcharse echó un último vistazo, la madera de los columpios había sido sustituida por metal, los niños habían desaparecido, la inscripción sobre la puerta cambio de ¨Hogar, dulce hogar¨ a ¨Cafetería El Paraíso¨ y el agua del lago se convirtió en asfalto, todo volvió a la realidad. Entonces pisó el acelerador y continúo el camino hacia el taller.

Llegó justo a la hora de cerrar. Las secretarias ya estaban apagando las computadoras, y las señoras  Esperanza e Isabela, encargadas de la limpieza ya habian llegado, y se preparaban para dejar todo… menos desastroso. Nat las saludó amablemente y se dirigió hacia Carley que se veía muy alegre, incluso más que de costumbre. En cuanto se dio cuenta que Natasha se estaba acercando le sonrió ampliamente.

-Nat tengo que hablar contigo, pero no lo puedo hacer aquí, ¿Te parece si te invito a comer pizza?

-Bueno si hay pizza de por medio, claro que me encantaría escucharte– le dedicó una sonrisa picara

-Hay veces que me gustaría estrangularte

-Yo igual te quiero – dijo Natasha mientras iba a buscar a su madre.

La encontró hablando con Isabela, la interrumpió hábilmente para no incomodar  la conversación que mantenían, solo mencionando que saldría con Carley y que cuando llegará tendrían que hablar de algo. Nat no habia olvidado los bonitos tenis que habia visto aquella mañana.

Salió a la calle y encontró a Carley esperando cerca del auto mientras trataba de controlar su cabello que se le revolvía en la cabeza, como si quisiera escapar. Ambas entraron al auto, en cuanto cerraron las puertas Nat le ofreció un cepillo y una liga que siempre llevaba para  emergencias en la guantera.  Ella lo tomo y se peinó con habilidad y rapidez. Cuando terminó devolvió todo a su lugar, y se alejaron por la calle.

Carley eligió de la lista de reproducción la canción Valiente, y la cantó con demasiado entusiasmo, entonces Nat se dio cuenta de lo que sucedía, su amiga quería hablarle de algún chico, se quitó esa idea de la cabeza, era un tema que casi nunca tocaban, era como invocar al demonio a la mitad de la misa. Si de eso se trataba Nat no dudaría en estamparle su mano en media cara.

Nat no sabía porque le desagradaba ese tema, ni siquiera odiaba a los hombres, eso sería algo absurdo, sabía que algún día terminaría enamorándose, y tampoco era una eterna solterona que nunca había tenido novio, por supuesto que había tenido novios  -al menos tres- y había besado demasiadas veces, y sin  embargo aún seguía esperando ese primer beso.

Nat iba tan distraída al igual que Carley que se pasaron el lugar en el que se encontraba la pizzería, tuvieron que tomar el retorno para volver.

Entraron y se sentaron cerca de una gran ventana, donde se observaba a los transeúntes pasar, pidieron una pizza pequeña de peperoni.

-¿Qué me querías decir? – Nat inició la conversación

-Un chico me invitó a salir – se llevo ambas manos a la boca como si hubiera revelado un oscuro secreto.

Nat abrió la boca, pero la cerró de inmediato. Por su mente pasó la posibilidad de golpear su pequeña nariz, pero ¿Por qué perder la razón? Inhaló aire con olor a pizza y lo soltó lentamente.

-Y bien ¿Cómo se llama? ¿Cómo se conocieron?

Natasha escuchó atentamente el relato de su amiga, que no fue tan largo como imaginó, al parecer el susodicho portaba el nombre de Alexander, ellos se conocieron en el hospital cuando Carley fue a visitar a su abuelita que había tenido un pequeño accidente – ella aclaró que ya se encontraba mejor – y el estaba visitando a su hermano menor que había caído en coma. Al final acordaron que se verían el domingo por la tarde para comer.

-Es un chico maravilloso – dijo Carley mientras se llevaba una rebanada de pizza a la boca

-Solo llevas un día de conocerlo ¿Es poco tiempo no crees? – dijo Nat y tomó un poco de su bebida

-Por eso vamos a salir, para conocernos mejor.

Terminaron de comer y siguieron hablando durante un poco de tiempo mas, como lo dijó, Carley pagó la cuenta. Salieron y subieron al auto, Nat llevo a Carley a su casa que quedaba lejos y luego regresó a su casa, el trayecto iba tranquilo hasta que la canción Comatose de skillet comenzó a sonar, le gustaba bastante, pero esta ocasión le provocó un sentimiento  de melancolía sin ninguna razón. Llegó a su casa, apagó el auto y la música se interrumpió, dejando un profundo silencio que Natasha no supo cómo interpretar.


La chica de los tenis rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora