Capítulo 4 - Inesperado

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Los ruidos que el hombre había escuchado hace unos minutos se intencificaban, y ya su mujer los había oído; estaba más tensa que nunca. Nada haría que ambos negaran que los habían encontrado, era imposible, y el que dijera lo contrario no tendría el perdón del otro por mucho.

El tiempo seguía volando con el viento que desordenaba sus sucios y grasosos cabellos, y desafortunadamente no había mucho. Nada se paralizará sólo porque ellos estaban en apuros, todo lo contrario, las menecillas del reloj  seguirían andando con normalida; aunque para ellos corría a la velocidad de la luz. Estaban en la misma posición, no había cambiado nada; esto no era una pesadilla de la cual en un parpadeo podían despertar, ya que por muchos parpadeos que dieran la realidad en la que estaban no iba a cambiar.

Los largos pasos contra la tierra se hacían más audibles cada segundo, y el hombre llamado Paúl podía divisar las atorchas que un gran grupo de personas exhibía en la oscura noche, caminando exactamente hacia su dirección. No habían opciones de escape alguno, no podían correr por una razón muy notable: Con su esposa en trabajo de parto era casi imposible moverse desde el punto en el que se encontraban postrados. Una de sus esperanzas, era quedarse inmóvil como una estatua de yeso para que, con suerte, pasaran desapercibidos; por último, si corrían se percatarian de su presencia no deseada, y los perseguirian hasta asesinarlos. Lo último era muy obvio, no se harían pasar por personas invisibles.

La joven mujer ahogaba un grito con cada contracción que producía su delgado cuerpo, suspirando repetidas veces teniendo como apoyo la mano de su marido; la apretaba con tal fuerza que él también ahogaba varios quejidos.

—Margot—dice el hombre con preocupación.

Ella levanta la vista para poder apreciarlo mejor, nota la corriente de nervios que su esposo atravesaba, y le dedicó una mirada de compasión. A pesar de que estén en el momento más dificil y terrorífico de su vida, siempre habían estado el uno para el otro; así uno estuviera peor, siempre trataban de hacerse sentir mejor mutuamente, esa era una de las razones por las que su relación era tan especial.

Miró hacia el frente por las espaldas de Paúl, a lo lejos distinguió una aglomeración de personas las cuales solo estaban a pocos metros de ellos, trayendo consigo varios artefactos que no pudo reconocer.

—Están aquí, ya vienen...—fue lo único que ella pudo articular, antes de que sus ojos se nublaran y su cabeza callera hacia atrás en el pasto. Desmayada.

Paúl giró su cabeza en un movimiento brusco, teniendo en sus narices a un equipo de tailandeses más altos de lo normal, más fornidos de lo habitual y definitivamente más blancos de lo que deberían ser. Con una característica muy rara: tenían los ojos de colores, todas las personas con las que había interactuado tenían ojos marrones, él incluido. Dejó de respirar un microsegundo, mientras su cerebro procesaba todo atropelladamente; ellos  los observaban a él y a su esposa desmayada con una pizca de pena, les daba vergüenza que un par de "Lams" demasiado creyentes en ellos mismos se atrevieran a ser tan ingenuos e inmensamente desafortunados.

El hombre que encabezaba el grupo de personas sostenía un rifle  entre sus manos, Paúl no supo como entender la extraña actitud de esos hombres y mujeres; esperaba ansioso que los quemaran vivos con las antorchas, los degollaran con los cuchillos y les dispararan en el pecho, o hacerles cosas mucho peores... como castigo por haberse escapado. Pero para su grata sorpresa eso nunca sucedió.

Paúl y su esposa permanecían quietos frente a la imponente figura del Líder,  manteniéndose encima de sus tobillos aún sosteniendo sus manos a pesar de que uno de ellos estuviera inconciente; temiendo por sus vidas y por la que aún no había visto la luz del día... o bueno, la oscuridad de la noche, solo deseando lo mejor.

Otnemyr - La Sociedad Secreta de SagordWhere stories live. Discover now