Capítulo 1 - Aquel sonido

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Escrito por: Eduardo A. Bolaños Vargas

Siempre a las 9 de la noche se apagan las luces de la sección de pediatría del Hospital General. No es que los doctores desaparezcan pero el ritmo de trabajo se reduce considerablemente porque el sueño y el descanso alivian un poco el dolor que nubla las ilusiones de los niños.

En una noche normal y tranquila se pueden oír los típicos pitidos del monitor cardíaco, uno que otro quejido de los niños y pasos de las enfermeras que hacen la guardia.

Ocasionalmente se escucha también el andar pesado y amodorrado de uno de los guardas de seguridad, encargado de esa sección del hospital.

Pero casi siempre las noches de pediatría son tranquilas, gracias a la idea que hace unos años tuvo un médico visionario de colocar esta especialidad en el tercer y último piso del antiguo nosocomio, alejado del ajetreo eterno de la sala de emergencias.

Pediatría por las noches es tan anormalmente tranquilo que cualquier ruido normal, como la caída de un plato o el crujir de una cama puede resultar en un alboroto. Una frágil tranquilidad, podría decirse.

Eso fue lo que experimentó Francisco una semana después de haber empezado su labor como guarda de seguridad del hospital. Cuando no había logrado acostumbrarse al ruido de los gatos en el techo y al zumbido de algunas máquinas de cuidados médicos. Una frágil tranquilidad, sin duda.

Cierta noche escuchó un ruido fuerte en el cuarto número uno y fue a averiguar. Se trataba de un aparato que normalmente se usa para cuidar, durante unos días, a los bebés que nacen de forma prematura. La tapa de esta incubadora se había levantado del todo y sostenida por sus ejes horizontales arremetió con fuerza contra el resto del mueble de madera.

Francisco recorrió el cuarto buscando alguna corriente de aire que pudiera ser la causante de este pequeño incidente. Al no encontrarla concluyó que algún travieso la abrió y volvió a su cama sin que los otros niños se dieran cuenta.

La incubadora estaba vacía porque había llegado esa misma tarde al hospital y estaba de paso en el cuarto mientras la colocaban en el lugar que le correspondía. Así que se limitó a cerrarla y salió de nuevo al pasillo para continuar vigilando.

A las tres de la mañana Francisco se sentó en su escritorio para gozar de un café. La noche era espléndida y la luz de la luna menguante atenuaba las sombras que las lámparas fluorescentes generaban en el pequeño recinto de los encargados de seguridad.

Se sirvió una generosa cantidad de la bebida y encendió un cigarrillo. En ese momento entró un mensaje de texto en su teléfono celular. No se extrañó porque su novia insómnica tiene la costumbre de mandar mensajes pasados de tono a cualquier hora de la madrugada.

Pulsó la opción de leer mensaje y apareció lo siguiente: "PRESIONE EL NÚMERO 1". El número remitente era el 111-1111.

No le dio importancia, cerró el mensaje y puso el teléfono a un lado. La pantalla parpadeó y se apagó por un segundo. Luego se encendió y continuó trabajando con normalidad.

Aspiró profundamente su cigarro y se levantó para buscar el periódico del día anterior.

El UnoWhere stories live. Discover now