capitulo 3

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A la mañana siguiente, bien entrado el día, Lilith se despertó sintiéndose en plena forma. No tenía ni idea de dónde diablos estaba hasta que se acordó del incidente que había sufrido en la calle y de cómo Scott Hudson había aparecido de la nada para rescatarla.

¿Estaría en la casa o se habría ido al trabajo? Salió de aquella cama inmensa sin hacer el menor ruido y asomó la cabeza por la puerta del dormitorio. Reinaba un silencio sepulcral.

Cogió una bata de seda negra que con toda probabilidad sería de Scott abrió la puerta que había en el otro extremo de la habitación y se sintió aliviada al encontrarse con un baño. Cerró el pestillo, se quitó el pasador para soltarse el pelo y se desnudó en un santiamén dejando caer la ropa a los pies.

Se moría por pegarse una ducha ¡y por tomar un café! Después de asearse se sentía más persona. Se puso de nuevo la bata de Scott y se quedó mirando con anhelo el cepillo y la pasta de dientes que había sobre la encimera de mármol, junto al lavabo doble. No sabía qué hacer porque no quería invadir su intimidad, pero se moría por lavarse los dientes, así que empezó a abrir armarios hasta que encontró un cepillo de dientes nuevo, aún envuelto en el plástico.

Estaba tan contenta que casi le dio la risa. Tras pegarse un buen cepillado trató de domar el pelo húmedo con el peine de Scott. Entonces se le pasó por la cabeza que quizá le molestaría que usara sus cosas, pero ya era demasiado tarde. «Siéntete como en casa, Lilith».

¡Cómo si un lugar así se pareciera en algo a su casa! Todo era tan lujoso que se sentía un poco abrumada. Suspiró contemplando la bañera ovalada, ¡lo que daría por meterse una hora o dos en esa gran bañera! No era materialista, pero sabía apreciar una bañera de ese calibre.

En su piso solo había una ducha minúscula y era consciente de que no podría pegarse un buen remojón hasta que acabara la carrera y tuviera un piso para ella sola. «Tendrá bañera». En ese preciso momento decidió que sería uno de los requisitos de su futuro hogar.

Se dio media vuelta para no caer en la tentación de meterse en aquella gigante bañera, se ajustó la bata y recogió del suelo la ropa y la toalla, tratando de no imaginarse el fornido cuerpo desnudo de Scott introduciéndose en el agua.

«¡Serás tonta! Deja de fantasear con el hijo de tu jefa, busca tu maldita mochila y sal pitando de esta casa».

Vaciló al salir del dormitorio, pues no sabía hacia dónde tenía que dirigirse. El piso era enorme. Al otro extremo del largo pasillo había varias habitaciones de invitados decoradas con un gusto exquisito.

Avanzó por el corredor y entró en un espacioso salón que la dejó boquiabierta: el techo parecía el de una catedral y tenía unos muebles preciosos de cuero. ¡Madre mía! ¡Jamás había visto un televisor tan grande! La pantalla ocupaba la pared entera, parecía una sala de cine. «¿Qué pinto yo aquí? ¡Qué poco pego en esta casa!».

Sus pies descalzos avanzaron por la aterciopelada alfombra hasta pisar un suave azulejo: había entrado en una cocina que sería el sueño de cualquier chef.

Combinaba la verde hierba con el color crema y disponía de todos los utensilios que pudieras necesitar en algún momento de tu vida y varios que Lilith ni siquiera supo identificar.

Divisó su mochila sobre la isla de la cocina, abrió la cremallera y metió en el bolsillo grande la ropa que le habían prestado, sin soltar la toalla que acababa de usar para secarse porque no sabía muy bien qué hacer con ella. —¿Cómo te encuentras?

Un susurro inquisitivo interrumpió el silencio de la cocina y sobresaltó a Lilith, que se tapó el pecho con una mano temblorosa, mientras el corazón le latía cada vez más rápido.

Una noche en mi camaWhere stories live. Discover now