Destino La Habana "Destination Havana"

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    De nuevo en mi viejo puesto, sentado sobre la escalerilla de acceso a la aeronave, comencé a tomar apuntes y a realizar cálculos de navegación, por lo que pudiese pasar. En el aire nos agrupamos cuatro aviones, todos con destino Canarias. Normalmente, estamos acostumbrados a ver las islas dibujadas en el mapa, cerca de la península, pero cuando volé hasta ellas, me di cuenta de que estaban mucho más lejos de lo que jamás hubiese imaginado. En vuelo como siempre, con algún problema; en esta ocasión el piloto y el copiloto discutían enfervorecidamente para variar. Llevaba la radio encendida permaneciendo en comunicación con el grupo de aviones, aunque no escuchaba más que gritos e insultos provenientes de la cabina; menos mal que el interruptor del micro permanecía apagado.

¡Nuñez, Nuñez! Ven aquí. Ayúdame a sepáralos, que estos se matan –voceaba el mecánico dirigiéndose hacia mi puesto, a la vez que se tambaleaba de un lado para otro debido a las sacudidas del avión.

Vamos a la cabina, que estos dos son capaces de estrellar el avión. A ver si tú, que eres más diplomático, consigues tranquilizarlos; yo lo he intentado por todos los medios y mira el palo que me han pegado. –El mecánico señaló una pequeña brecha que tenía en la frente, justo encima de la ceja derecha.

Los dos corrimos a la cabina y allí encontramos a los dos hombres agarrándose por el cuello. La verdad es que ya estaba tan acostumbrado a este tipo de escenas que ni siquiera me alteré. El aparato deba bandazos de un lado a otro; entre golpe y golpe cogían un momento los mandos y gracias a eso nos manteníamos en vuelo. Una de dos: o terminamos estrellándonos en el mar o cuando bajemos el comandante que debe de ir en uno de los otros aviones nos mete a todos en una prisión militar. Intervine intentando que se calmaran.

¿Pero qué es lo que ha pasado? –pregunté para desviar su atención, a ver si hablando de lo sucedido se comenzaban a tranquilizar.

No soporto más a este tío, es tonto del culo, se cree que por que está al mando sabe más que nadie y tiene derecho a hacer lo que le venga en gana. El otro día nos tuvo dando vueltas durante casi una hora sobre la casa de sus suegros y todo para que le vieran. Hace un momento hemos pasado por unos terrenos de mi padre y le he pedido que hiciese una pasada, para ver si el vecino de al lado había corrido los mojones que marcan las lindes y se ha negado.

Yo no recibo órdenes de nadie –contestó el piloto y tranquilamente se sacó un cigarrillo de la pitillera, se lo llevó a la boca encendiéndolo con una cerilla. Después como si se encontrase discutiendo en una partida de cartas en el bar, se levantó de su asiento y se marchó de la cabina.

¿A dónde vas? –preguntó Martín.

Coge tú los mandos que yo voy a mear. –Es normal que el piloto o copiloto abandonaran alguna vez la cabina para orinar; en un vuelo tan largo era inevitable; todos utilizábamos la trampilla por la que se lanzan las bombas para aligerar la vejiga.

Pues ahora no me da la gana. Cuando te pedí que me dejases echar un vistazo a las tierras de mi padre no quisiste y ahora me quieres dar órdenes. Me niego ¿Sabes lo que te digo? Que me voy a tomar un trago.

Los dos salieron de la cabina de mando dejando al aparato fuera de control; la cara del mecánico palideció; durante un segundo ninguno dijimos ni hicimos nada.

¡Coge los mandos Nuñez que nos la vamos a dar!

Y así fue como piloté por primera vez un avión. Cogí los mandos con una mano y lo estabilicé ligeramente; después me senté en la butaca del piloto y los agarré con firmeza. Parece que no es tan difícil, pensé, pero de inmediato el aparato comenzó a escorarse; para cuando me daba cuenta de que un ala se estaba cayendo y conseguía reaccionar ya era tarde y el avión realizaba un movimiento brusco hacia el lado contrario. Entonces comencé a ponerme algo más tenso, pero poco a poco conseguí nivelar el vuelo. Una vez el aparato mantuvo un rumbo fijo, la cosa fue más sencilla. La verdad es que se parecía bastante a montar en bicicleta.