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Había montado alguna vez en tren, pero sin duda éste era el viaje más largo que había hecho. Pasé muchas horas observando a los pasajeros; por primera vez me invadió una sensación de libertad, me encontraba solo, lejos de mi casa, de mi pueblo y de mi familia. Cada pocos minutos el tren realizaba una parada; pasábamos más tiempo parados que en marcha. En una de ellas se subió un joven un tanto extraño, su pelo era negro, pero la escasa barba que portaba era de un color anaranjado brillante; su aspecto no era lo único extraño, también se comportaba de forma incoherente. Parecía querer sentarse, pero no paraba de caminar por el estrecho pasillo del vagón. Tan pronto dejaba la maleta en una punta como la recogía rápidamente y continuaba caminando con ella. Era como si no se decidiese, no sabía si bajarse del tren o continuar el viaje. Se detuvo junto a mí. Me hice a un lado para dejarle sitio. Intentó colocar la maleta en el portaequipajes que había sobre nuestras cabezas. Levantó el maletón que parecía pesar un montón y después de hacer varios intentos se dio cuenta de que era demasiado grande, así que lo tuvo que dejar de nuevo en el suelo. Después se sentó y me miró fijamente.

¿No irás a Málaga, a la escuela de aviación? –soltó apresuradamente. Se le veía bastante nervioso.

Sí, tengo que presentarme mañana por la mañana.

¡Que mala suerte! Ya nos podía haber tocado la marina.

¿Mala suerte? –Entonces me callé, no quise meter la pata, aunque no entendía por qué se quejaba; yo estaba deseando llegar a Málaga; de hecho llevaba soñando con este día desde los catorce o quince años.

La aviación no tiene futuro, esos aviones son demasiado endebles y cualquier golpe de viento los puede echar al suelo. La marina tiene buenos barcos de hierro, que navegan dando la vuelta al mundo.

¿Y por qué te has apuntado a la escuela de aviación?

Ójala pudiese haber elegido, pero no hubo manera, no quedaban plazas y mi padre me apunto aquí. Sólo espero que no tenga que subir en uno de esos cacharros. No sé, lo mismo me montan en uno nada más llegar y nos estrellamos.

No, no te preocupes, yo tengo un amigo que está terminando de estudiar y por lo que me cuenta si te apuntas a telecomunicaciones es probable que no tengas que volar.

Pero yo he oído que a todos los estudiantes le hacen montar en avión.

Bueno tienes razón: a los dos o tres meses puede que nos den una vuelta en uno de ellos; seguro que así se te quita el miedo. – Elías se quedó callado durante unos instantes y su rostro palideció, estaba claro que lo de volar no era lo suyo.

Desde el tren los paisajes eran magníficos, uno podía tirarse horas mirando por la ventana sin darse cuenta. A finales de octubre las hojas de los árboles comenzaban a amarillear y el paisaje se teñía de multitud de colores, rojizos, anaranjados, varias tonalidades de verde y amarillo; recordaba a algunos cuadros de Van Gogh. Me pasé el día hablando con mi compañero de viaje; más tarde, para la hora de cenar, compartimos la comida que llevábamos: pan, queso, chorizo y morcilla de calabaza. En cuanto oscureció comenzó a llover profusamente y las ventanillas se empañaron por completo; para conseguir ver algo teníamos que limpiar un círculo con las manos. Así al menos veíamos los pueblos por los que pasábamos, aunque algunos de ellos no tenían iluminación en sus calles. Después de cenar, con la tripa llena y el traqueteo del tren me era casi imposible mantener los ojos abiertos. Todos los pasajeros dormitábamos en nuestros asientos; yo llevaba la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y dormía plácidamente aunque me despertaba a intervalos, debido a algún pasajero que abandonaba el tren. Cada vez éramos menos; no eran muchos los que hacían el trayecto completo y a esas horas de la noche tampoco subían nuevos pasajeros.

Destino La Habana "Destination Havana"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora