Prólogo

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Observé el edificio con atención. La fachada era de estilo victoriano, decorada con banderas que mostraban el motivo del recinto: Una libélula. Tenía un patio espacioso, con un cerezo que coronaba su centro. Desde el exterior, calculé que deberían haber unas siete plantas. Desde luego, el instituto Dragflyers merecía todos esos títulos por su estética.

Suspiré, en ese instante, era un torbellino de emociones.

Había recibido una beca para estudiar allí durante un curso gracias a las habilidades artísticas de mi madre, pero temía que un lugar tan lujoso y prestigioso fuese demasiado para mí. Encogí los hombros y traté de camuflar mi inseguridad en la medida de lo posible.

Entré al instituto por la puerta principal e inmediatamente sentí como todas las miradas se clavaban en mí. Hice una mueca. ¿Debía saludar? ¿Reaccionar de alguna forma? Afortunadamente, el timbre del instituto fue mi salvador. Suspiré aliviada.

Lo primero que debía hacer era encontrar el despacho del director, pero la orientación nunca fue una de mis cualidades más destacadas, así que decidí buscar a alguien que me pudiese acompañar.

Paseé por los pasillos durante varios minutos en busca de algún alumno que no estuviese en clase, pero no localizaba a nadie, al menos, que estuviese dispuesto a ayudarme. Me adentré en la zona más retirada, y a unos instantes de perder la esperanza, le encontré a él.

Era un chico de mi edad, su faz era pálida y de mejillas hundidas, adornada con sus ojos negros y profundos que llamaron mi atención. Estaba sentado en el suelo mirando al vacío, con un cuaderno entre sus brazos. Me acerqué a él y crucé los dedos y esperé que  pudiese sacarme de aquella incómoda situación.

- Disculpa... - dije, con voz de hilo - ¿Podrías decirme dónde está el despacho del director? 

Sus ojos oscuros me inspeccionaron, mientras que yo me mantenía totalmente rígida. Tras un par de segundos, se levantó y me hizo un gesto con la cabeza, seguido, se giró y comenzó a  caminar en una dirección fija. Sentí la confusión filtrarse en mí, pero no me costó mucho llegar a entender que él quería que le siguiese. Di un salto para alcanzarlo y le seguí durante varios minutos.

El silencio era tan denso que ni la belleza del recinto era capaz de suavizarlo. Traté de sacar un tema de conversación, pero su mirada fría me hacía dudar de cualquier idea. Me ruborizé y miré a otro lado indignada.

Finalmente, llegamos a una enorme puerta abovedada de madera rodeada de escudos de distintos colores y motivos. Sobre aquel portón, pude distinguir unas letras doradas que clamaban la palabra ¨Director¨

- Hemos llegado - me dijo él, mirándome sin mostrar nada más que seriedad - Este es su despacho. Golpea la puerta y te atenderá en seguida.

- Oh, bien - contesté tras un breve silencio - Muchas gracias.

Asintió, y sin un solo gesto de despedida, dio la vuelta y se marchó. Ese chico era, desde luego, todo un espécimen.

Seguí sus instrucciones y golpeé la puerta con más fuerza de la que debería. He de admitir que aquel chico me había sacado de quicio, nunca había visto a alguien tan frio e insensible.

Sin recibir ninguna respuesta, entré aún con la faz teñida de rojo. El director hizo una mueca al verme, y entendí el por qué cuando una chica con el cabello rubio y recogido en una trenza se giró y me fulminó con una mirada atacante.

- Mis disculpas, he tenido una visita inesperada - me dijo, con una voz cálida aunque firme - Pero no te vayas, siéntate, ahora mismo te atiendo.

Tragué saliva y me senté junto a la muchacha rubia. Esta me sonrió de forma algo amenazante, pero le devolví la sonrisa casi de forma involuntaria.

- Anna - dijo el director, observando a la chica rubia directamente a sus ojos verdosos - ¿Por qué te has saltado las clases?

- Pues verá, señor Dragonfly, es que...hay una alumna que se está metiendo conmigo - dijo inocentemente, mientras jugueteaba con sus dedos - Me gustaría decírselo porque...bueno...No quiero estar en el mismo cuarto que ella ¿Por qué no me pone junto a Maggie? ¡Ella es súper buena! Estaría mucho más a gusto.

- Anna...¡Es la quinta vez que te cambio de cuarto! - dijo el señor Dragonfly, con tanta ira que sus nudillos se tiñeron de blanco - ¡Esta vez no, lo siento!

- Señor Dragonfly - intervine. Ambos me miraron con atención, y por un instante, me arrepentí de haber interrumpido. Los nervios se filtraron en mí voz - Me parece que, si le tratan mal, debería cambiar de cuarto...

- Sí tu lo dices... - comentó el director, en a penas un susurro.

- ¡Gracias! ¡Muchas gracias! - comenzó a aclamar Anna, después de abalanzarse sobre mí en un abrazo inesperado - ¡Muchísimas gracias! ¡Prometo que será la última vez!

Anna salió disparada del despacho, rompiendo aquella confusión en pedazos con el cerrar de la puerta.

- Bueno, ¿Era Alice? - me dijo, esta vez, con una sonrisa trazada en su faz

- Sí - asentí, mientras me ruborizaba de nuevo - Vengo por la beca...

Deslicé la carta que me enviaron sobre su escritorio delicadamente y el director la inspeccionó en a penas segundos. Algo brilló en sus ojos lechosos.

- ¡Vaya! ¿Eres la hija de Sussan? - dijo, con euforia plasmada en sus palabras - ¡Es un verdadero honor recibirte!

Sonreí tímidamente. De nuevo, mi madre me había salvado de tener una mala reputación. El director deslizó unas llaves sobre su escritorio. Eran doradas, con pequeños rubíes incrustados. Su valor parecía incalculable, y ese simple hecho, hacía que mis manos temblasen al tocarlas.

- Son las llaves de tu habitación - resaltó la evidencia el director - Como la compañera de cuarto de Anna se ha quedado sola, me temo que tendrás que estar con ella.

- Comprendo - dije, disimulando mi resignación - ¿A que hora empiezan mis clases?

- ¡Oh!... ¡Si! Tus clases empiezan mañana, así que tienes tiempo de acomodarte en tu habitación y dejar tus cosas - me dijo, con una leve inseguridad - Nos vemos mañana

Me despedí con un gesto y salí por la puerta tranquilamente. Suspiré. Ya estaba dentro, ya estaba en el instituto. Mañana sería mi primer día.

Llegué a mi habitación dolorida, pues había caminado durante varias horas. Deslicé la llave dorada y abrí la puerta de la forma más delicada posible, no quería imaginar que ocurriría si se rompía una llave de tal valor aparente.

Alcé la vista y la respiración se me entrecortó: Aquella habitación era fascinante, plagada de cuadros y armarios, además de dos enormes camas en las que podría dormir sin problemas una familia entera. Entre ellas, había una enorme ventana que bañaba la habitación de luz.

Me senté sobre una de las camas dejándome caer. La comodidad era tal que sentía el impulso de quedarme allí, y dejar las horas pasar mientras trataba de averiguar que eran los dibujos abstractos del techo, que aparentemente estaban hechos a mano.

El resto de la tarde estuve deshaciendo la maleta y memorizando los mapas del instituto, no querría llegar tarde a mi primera clase. Cuando acabé ya estaba atardeciendo, y el cielo ya se había teñido de su tenue anaranjado. Coloqué mi mano sobre el cristal de la ventana y observé mi reflejo. Mi faz mostraba una tristeza evidente.

- Nueve meses... - reflexioné en voz baja. - Nueve meses sin verte, mamá

Junté las cortinas y me escondí entre las sábanas de terciopelo rojizo. Era pronto, pero sabía que el sueño tardaría en llegar. Los nervios aún seguían filtrados en mí, y además, una pizca de confusión y resignación que no me dejaban tranquila.

Pensé en el instituto, en Anna, en el director, en aquel chico tan misterioso, y sobre todo, en el hogar que estaba dejando atrás. Quería que mi madre me besara la frente antes de dormirme, pero tuve que conformarme con un terrible dolor de cabeza. Finalmente, me adentré en el mundo de los sueños.

Aún me quedaba mucho por ver, por saber, y por supuesto, mucho que conocer...

El Cuaderno de DakkuWhere stories live. Discover now