8. Un buen truco

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El sol había dejado de ser una bola incandescente en el cenit y se acomodaba poco a poco detrás de ellos, pronto empezaría su descenso final, y Lilen no podía estar más agradecida.

El día había transcurrido con lentitud, y aunque el resto del equipo no compartiera el sentimiento, ella estaba más que dichosa de darle la bienvenida a la noche. Con cada segundo que pasaba sus ojos se agudizaban más, cada borde se hacía más claro, cada pequeño detalle adquiría definición. La tensión que su cuerpo había acumulado desde que salieran de la posada empezaba a deshacerse.

Fräey y ella se acercaron al límite en el que los árboles terminaban de forma abrupta para darle espacio al claro. Los varones se quedaron atrás en un intento de no delatar su avance, incapaces de igualar su ligereza de pasos. Ellas se acomodaron silenciosamente y observaron por un rato la cabaña de roca que se sentaba en el centro del amplio claro.

Era pequeña, apenas tendría una o dos habitaciones. No salía humo de la chimenea, y las ventanas estaban selladas con tablones de madera. A un lado de la edificación, un pozo en aparente desuso completaba la escena.

No podía escuchar nada además de los sonidos propios del bosque.

Miró a la chica a su lado, que respondió negando la cabeza antes de empezar a volver con el resto. La siguió.

—Está abandonada —declaró la medio elfo.

—¿Qué tan seguras están de eso? —preguntó Dantalion.

—Muy seguras —contestó Lilen—. No se ve ni se escucha nada. Las ventanas están tapiadas.

—Entonces avanzamos a buscar pistas —el paladín empezó a andar.

Dantalion lo detuvo con un gesto.

—Podría ser una ilusión —dijo—. Muchos magos esconden sus guaridas con una apariencia distinta para despistar visitantes indeseados. Lo más seguro es que sólo podamos ver la apariencia real cuando nos acerquemos, pero eso nos pondría en evidencia, y desventaja.

El sol aún no estaba tras ellos, entre las escamas plateadas, las armaduras y el ruido, cualquiera que vigilara vería a los dragonborn o al humano tan pronto pusieran un pie en el claro. Si alguien iba a acercarse y tratar de pasar desapercibido debía ser ella misma... O quizás la medio elfo.

—No tenemos que ir todos —dijo la chica antes de que Lilen pudiera hablar—. Yo podría acercarme con cuidado, echar un vistazo y volver. Ustedes pueden cubrirme desde aquí.

—Esa es una mala idea —replicó Animam cruzándose de brazos—. Es muy arriesgado, no deberíamos separarnos. Si eres vista van a acribillarte antes de que ninguno de nosotros pueda hacer algo.

—Por favor —bufó ella impaciente—. No hay nada allí.

—No estamos seguros, es un claro. Te verían de inmediato —dijo Tálandar—. Vas a hacerte matar, niña, pero el problema real es que vas a arruinar nuestro factor sorpresa.

—Yo no...

—Es lo más estúpido que he escuchado.

La medio elfo entrecerró los ojos, pero en lugar de contestar negó con la cabeza y se apartó sin decir una palabra. El otro dragonborn fue tras ella.

—¿Qué sugiere que hagamos entonces, señor Glämdring? —le preguntó Lilen despacio—. Con todo respeto, creo que subestima la gravedad de que terminemos acribillados cuando todos caminemos directo a una trampa.

—Lilen tiene razón —dijo el mago, mirando a la elfo de reojo—. Si hay una ilusión, puede que esta gente sea más peligrosa de lo que pensábamos, y caer en una emboscada sin saber en lo que nos metemos sería la peor situación.

Las crónicas de Dragon FangsWhere stories live. Discover now