17

4.2K 497 23
                                    

Gwen

—No me puedo creer que me hayas convencido para esto —aseguré por undécima vez, cuando subimos en el Ferrari (con chofer incluido) que nos iba a llevar desde el pequeño aeropuerto hasta la casa de su hermano.

—Yo tampoco me lo creo —replicó Peter, aunque en su caso parecía mucho más divertido que molesto.

Al salir del pequeño aeropuerto apenas me había creído que de verdad un Ferrari nos estuviera esperando. ¿Cuánto dinero tenía la familia de Peter? Él se había pasado todo el vuelo «durmiendo», aunque sospechaba que lo fingía para no responder el millón de preguntas que me rondaban la cabeza. Y, como yo no sabía nada, al decirme que era nuestro «transporte», había pensado que el tipo trajeado que nos esperaba fuera, era familia de Peter. Por suerte él me detuvo antes de que pudiera presentarme muy bochornosamente.

—¿Cuánta gente habrá? —insistí a Peter.

—Es un hotel. Mucha seguramente.

—¿Y con tu apellido? —afiné la pregunta.

—No lo sé, unos pocos. No creo que muchos. En teoría, el bebé nació hace un mes, supongo que los más pesados ya se habrán ido. Esta noche van a dar una pequeña fiesta de celebración...

—¿Cómo se llama el bebé? —le corté, porque estaba claro que sabía poco más que yo.

—Bebé Millerfort —bromeó, sin ninguna gana.

—¿Por qué tengo la sensación de que me ocultas algo? —pregunté.

—Tonterías, nena.

Me miró un segundo levantándose las gafas de sol y vi sus ojos brillantes. Y tuve más claro que nunca que tenía alguna intención oculta que yo no podía ni imaginar. Pero como volvió a recostarse en el asiento, cruzado de brazos y con aspecto de querer dormir, le dejé en paz. ¡Aunque no se lo merecía ni un poco!

El Ferrari paró lo que me pareció una eternidad después. Pese a que pasamos junto a paisajes preciosos. Al final, cruzó una valla negra y enorme (algo tétrica, por cierto), recorrió un camino de piedra que dejó precioso u cuidado jardín a ambos lados y nos dejó justo delante de la puerta, dónde había un par de coches de aspecto caros aparcados ya.

Peter salió de su sueño como por arte de magia y se colgó su mochila y mi bolsa de mano del hombro antes de entrelazar sus dedos con los míos y guiarme al interior de la casa enorme y señorial.

No tuve mucho tiempo para admirar el paisaje, la verdad es que estaba de los nervios. No sabía que esperar, ni que esperaba su familia de mí. Lorcan y Gabrielle habían resultado ser encantadores, pero el resto de los Millerfort podían no serlo. ¿Y si yo no les gustaba? Peter cambiaba tanto de mujer, que seguro que tenían un concepto pésimo de mí.

Y sabía que no debía importarme, pero lo hacía, de alguna manera, me importaba lo que pensasen de mí. Aunque estaba claro que Peter no compartía mis temores. Él parecía tan relajado como, bueno, para dormirse a cada oportunidad posible. Sin embargo, había algo en su actitud, quizá en que no se molestase en quitarse las gafas de sol ni un segundo, que me hizo replanteármelo.

—¿Estás nervioso? —le tanteé.

Me miró parando frente a un mostrador precioso, junto a una escalera enorme que conducía al piso superior. No había nadie tras el mostrador, lo que nos dio un momento de tranquilidad.

—¿Yo? —me preguntó finalmente.

Y que no lo negase, fue la pista definitiva. A Peter le ponía nervioso enfrentarse a su familia. Eso me relajó un tanto, aunque suene raro. Quizá porque uno de los dos debía mantener la calma...

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz