- ̗̀ PRÓLOGO ̖́-

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Blocs de dibujo, pinceles de diferentes tamaños, creyones pasteles y pinturas de tonos vibrantes. Todo un kit para que cada infante dejara volar su imaginación con lo que fuera que su pequeña cabecita fantaseara.

La maestra de preescolar sonrió con la escena. Pero, al cabo de un rato, se extrañó al posar su atención en una pequeñita de cabello azabache y ojitos celestes que observaba todo con cierta duda.

—¿Qué sucede, nena? ¿No quieres pintar? —inquirió con dulzura. La pitusa resopló—. ¿Marinette? ¿Me estás escuchando?

Sus grandes azules fueron a su maestra, acompañado de un puchero en sus labios.

—Olvidé mi delantal, señorita Lallau.

—Oh. Era eso.

Marinette asintió, triste.

—Ay, tranquila, linda. —Fue a un casillero del salón y sacó de él un delantal rosa suave—. Siempre tengo uno guardado, por si acaso...

Al colocárselo, la menor aplaudió entusiasmada y rio como solo una niña adorable como ella podía hacerlo.

—¡Es muy bonito!

—Sí, te queda precioso. Ahora que tienes tu delantal, ¡a pintar se ha dicho! —Ella acató con mucha emoción, y la mayor dio un pequeño aplauso para captar la atención del grupo—. Escuchen, niños, saldré un minuto a buscar unos papeles. No hagan travesuras, ¿okey?

—¡Sí, maestra! —respondieron al unísono.

Si de precisión y exactitud hablamos, la señorita Lallau tardó en regresar dos minutos con cuarenta y siete segundos. En ese corto lapso de tiempo, ¿qué podría pasar?

Probablemente nada.

O probablemente de todo.

Un grito de horror por parte de la maestra resonó en la diminuta habitación. Charcos de pintura estaban desparramados por los suelos alfombrados, creando horribles manchones prácticamente imborrables. Creyones, colores, pinceles... todos regados, desparramados, rotos. Como si fuera poco, las paredes también tenían marcas de manos. Grandes, pequeñas, demasiadas, sucias y feas.

¿Y los niños? Reunidos en un grupito en el rincón.

—¡Madre mía! —Su mano cubría su frente, más no su frustración y enfado—. ¡¿Qué ha pasado aquí?!

Todos los nenes se hicieron a un lado para dejar ver a la clara y, tristemente, única responsable.

La maestra suavizó sus facciones de inmediato.

La chiquita, quien era nada más y nada menos que Marinette, yacía en una posición incómoda en el suelo. Sus resaltantes luceros estaban rojos, a punto de llorar. Su ropa, rostro y cabello no se hallaban en mejor situación; todos impregnados de una pegajosa, picosa y colorida mezcla de pintura y pegamento. Tenía el cuello del delantal enredado en un brazo y su mano apretaba con fuerza un diminuto pincel y una hojita rota y arrugada.

—Mari, pequeñita... —Se agachó hasta su altura y la tomó de las axilas para levantarla y acomodarles las prendas—. ¿Qué pasó?

—Mi... —su vocecita se rompió y comenzó a lloriquear—. Mi zapato... me tropecé... y me caí...

La adulta no entendió cómo una simple caída provocó tal desastre. ¿Por una agujeta suelta? No, imposible. Quizás los demás pequeños tuvieron algo que ver. Posiblemente fue una de esas diabluras infantiles que se salieron de control. O a lo mejor una broma pesada que llegó muy lejos.

O quién sabe, Marinette decía la verdad, y aquella eventualidad fue producto de un simple accidente, envuelto con un poco de mala suerte.

Bueno, mucha mala suerte.

CON UN POCO DE SUERTE [Fanfic AU]Where stories live. Discover now