Especial N° 2: Las invasoras

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Otra vez estaba sucediendo. Tenía tanto miedo que no era capaz de reaccionar.

Me quedé quieto sabiendo que estaba a punto de suceder lo peor.

De pronto, cayó otro libro del estante como el que me había despertado segundos atrás y, entonces, supe que estaba fregado.

Con esfuerzo giré el cuello para ver en su dirección, pero la habitación estaba demasiado oscura. De la nada, se levantó un frío helado que traspasó la frazada que me cubría en la cama. Y entre la penumbra, vi algo al lado mío. Sentado sobre el suelo había una figura de otro niño fantasmagórico. Era tan blanco que sobresaltaba en medio de la oscuridad, miraba como si estuviera a la expectativa de que sus ojos captaran mi atención. ¡¿Y cómo no hacerlo?! ¡SI NO TENÍA OJOS ESA COSA!

Antes de que pudiera gritar del espanto al ver que se abalanzó hacia mí, de un salto estrepitoso, sentí cómo me taparon la boca mientras que mis pies eran jalados arrastrándome por mi propia cama, a la vez que mis sábanas y frazada eran empujadas hacia un costado.

Estaba a punto de morir de un ataque al corazón, no podría soportar la presión por mucho más tiempo.

Sin embargo, la oscuridad desapareció dejando lugar a una luz cegadora que me dejó pasmado y completamente aturdido.

Fue entonces, cuando caí de cabeza desde la cama y me terminé despertando del todo. Fue muy doloroso pero el malestar pasó en segundo plano cuando vi a aquella mujer extraña examinando mi cuarto, como si no le importara en lo absoluto estar invadiendo la habitación de un extraño.

Quise decir algo, pero al balbucear unas palabras, su mirada gélida me traspasó el alma y quedé sin habla. Tenía miedo de hasta respirar, no quería hacerla enojar ni siquiera en broma.

Mientras me preguntaba quién era ella, la mujer continuó con su inspección y al toparse con el librero de mi pieza, lo movió de lugar. Arrastrándolo hasta que tuvo acceso a la parte posterior del mismo. Con sus manos examinó lo que parecía ser un compartimiento secreto hasta que al fin dio con lo que estaba buscando. Lo tomó con sus dos manos y lo dejó sobre el librero, para volver a colocar todo a su lugar. Luego se marchó de la habitación a través de la ventana llevándose con ella aquella extraña muñeca que al parecer estaba escondida.

La mujer de mirada severa se fue sin decir una palabra.

Más aquella ocasión fue la última vez que tuve pesadillas así como tampoco volvieron a moverse las cosas de mi cuarto por sí solas.

No sé si algún día leas estas líneas forastera, pero... gracias.



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— Oye ¿podrías ayudarme? — dijo una mocosa que se apareció de la nada al ver que me pasaba a su lado, evadiéndola puesto que estaba en medio de la carretera.

— No. — me negué, aunque me preguntaba qué podría estar haciendo una chiquilla de su edad a ésas horas de la noche en medio de la calle.

— Eres la única que puede ayudarme. Sólo será una cosa, lo prometo. — confirmó esperanzada.

— ... — ése instante de silencio me costó caro. Jamás debí dudar. Los niños son un fastidio.

— Busca mi muñeca, no puedo irme a ningún lado sin ella. Búscala por mí, por favor. — pidió a modo de caridad.

— ¿Y después me dejarás en paz? — inquirí ya fastidiada por la tarea.

— No me volverás a ver. — dijo sonriente al lograr su cometido, me había convencido de hacer una locura.

— ¿Dónde está? — pregunté finalmente.

— En la casa de ese chico raro, está casi todo el tiempo leyendo. ¿Sabes que también se la pasa escribiendo en su habitación? Es muy molesto. — conversó pensativa como si realmente me importara de lo que hablaba.

— No puedo invadir la privacidad de un niño. — advertí dejando que el tema se ahogara en remojo y dejara de molestarme de una vez por todas. Sin embargo, mis palabras no hicieron más que despertar la fiera dentro de ella.

— Hazlo o te seguiré a donde sea que vayas. ¡Lo haré! — me amenazó al instante que descarté su pedido.

— Entraré por la ventana, seguramente está dormido. — repuse de inmediato complaciéndola hipócritamente. Si no lograba sacarme de encima a aquella niña, me mataría sólo para darle un buen coscorrón.

— No te preocupes, yo lo distraeré. — aseguró con una sonrisa retadora.

Entramos a hurtadillas por la ventana, el niño roncaba así que lo habíamos logrado, misión cumplida, nuestra entrada había sido todo un éxito. Entre medio de la oscuridad la pequeña me señaló el librero donde debía buscar a su muñeca. Sin darse cuenta que al señalar el lugar, pasó su dedo de largo haciendo que se cayeran varios libros de la estantería, desordenándolos y dejando que uno de ellos incluso se cayera, provocando un ruido que no pasó inadvertido ante quien teníamos durmiendo a menos de tres pasos de distancia.

Los ronquidos dejaron de escucharse y a pesar de que tuve cuidado para mover el librero, otro par de libros terminaron cayendo inevitablemente al piso. Se escuchó cómo el niño comenzaba a inquietarse, su respiración era entrecortada y los latidos de su corazón estaban prácticamente desbocados, su corazón estaba a punto de salirse de su pecho para irse corriendo lejos de sus invasoras.

— ¡Yo me encargo de él! ¡Busca a Cintia! — bramó la pequeña poniéndose manos a la obra.

— ¿A caso estamos en una misión de salvamento? — gruñí en mis adentros mientras intentaba dar con la muñeca.

— ¡No está allí! Está detrás, en un compartimiento oculto. — me avisó bastante tarde, puesto que seguí tirando cosas innecesariamente.

Molesta por la situación y viendo a mi acompañante torturar con una llave de yudo a aquel pequeño niño, que a pesar de ser mayor que ella parecía que estaba dominándolo sin inconvenientes, decidí que antes de generarle un trauma innecesario y para ahorrarme más tiempo, lo mejor era buscar otra alternativa. Y así lo hice cuando di con el interruptor de la habitación y encendí la luz.

Ambos niños quedaron espantados, como si hubiera hecho algo imperdonable. Me volví al librero, saqué la muñeca y luego de salir por la ventana le di la muñeca a la niña que seguía mis pasos.

— Ahora puedes irte. — le recordé su promesa, cuando volvimos a caminar por la carretera.

— Si... Aunque... voy a extrañar a ése chico... Solía divertirme fastidiándolo. — rió con picardía mientras jugaba lanzando en el aire a su preciada muñeca.

Fue entonces cuando ella se desvaneció en una luz centelleante de no más del tamaño de un puño y se marchó para siempre tal y como lo prometió. Dejando detrás de sí una estela y el sonido de su voz riendo. 

Anécdotas de una guerreraWhere stories live. Discover now