El elefante

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Salí, el elefante estaba mirándome desde el estrecho pasadizo que dejaba el capot y el maletero de dos coches en fila. Crucé por su lado, noté los surcos resecos de su piel, y el chorro mojado de sus lágrimas que no son tales. El color gris pareció saltar, al sacudir sus orejas que increíblemente no me tocó, a pesar de lo angosto del paso.

Noemi me había dado el duplicado de las llaves, le acompaño unas indicaciones y luego me fuí. Pasé perdiendome por el parque central hasta que llegara la hora. Recorrí algunas tiendas mirando las camisas y pantalones que lucían los hombres de fibra de vidrio con rostros congelados; algunas zapatillas brillaban en los estantes, reluciendo el ojete del cual colgaba el precio, o el precio de su alma hacia el precipicio. El vendedor se me acercó, y con su mano izquierda apartó su trompa, como cuando uno tira el pelo largo tras el hombro.

-Le puedo ayudar señor, señor- me dijo y pude notar el surco de su piel. No lo miré, no insistentemente, rehúse a mirarlo como evitando el sol.

-No señor, no quiero nada.

Me senté en la banca en el centro del parque, a que pasaran las horas. Era de noche y caían muchas hojas del árbol; en lo alto, con su trompa enroscada en una rama, casi doblada por el peso, me miraba otro elefante que, más se preocupa de evitar caer a mirarme. El reloj me llamaba, me empujé hacia la casa.

Tomé la llave, el metal se sintió más frío que las pocas monedas que llevaba en el bolsillo. Giré mi cabeza a todos lados y abrí la puerta. Subí las escaleras sin mucho apremio, la otra llave abrió el departamento. Encendí la linterna y, recorrí primero la sala (ya sabía donde estaba el botín).

Lo muebles eran eclécticos y minimalistas. Me asusté un instante al ver mi sombra en el espejo, miré; no había nada interesante para llevarme de aquel lugar. Caminé por el pasillo, abrí la primera puerta de la derecha, era el baño. Seguí al final e ingrese a la habitación principal. La cama Kingside gobernaba el espacio con cubrecamas que se desbordaba hasta el suelo. La linterna dejaba huellas instantáneas en la pared que no controlaba, tampoco mi trastorno obsesivo compulsivo y tomé algunas joyas que brillaban por la ausencia de manos en el joyero de la cómoda. Abrí el closet tan laqueado que parecía papel decorativo, otra vez el espejo me asustó y, su reflejo me mostró un cuadro sobre la cabecera de la cama era un elefante en serigrafía negra. Volteé, y noté en la pintura que la nariz estaba desproporcionada. Busqué en los cajones y no encontre el dinero, abrí los cajeros, moví un poco los objetos que habían ahí, y nada. Como abriendo sendero me ayudé con las manos para dispersar la prendas colgadas, presumiendo encontrar la caja fuerte escondida. Nada. Miré por debajo de la cama creyendo encontrar algo, el resultado fue el mismo. Era mala la información de Noemí, o es qué...

Sonó la cerradura de la puerta al abrirse, alguien entraba. Había pasado demasiado tiempo en aquella casa, o la pareja había regresado antes de lo previsto. Observé para todos lados tratando de encontrar una salida y la trompa del elefante en la pared tenía ya el tamaño correcto. Ellos ya estaban en el pasillo, lo indicó la luz al encenderse, me lancé debajo de la cama, tan a tiempo que me cegó un instante la luminosidad del cuarto. Me quede quieto. Felizmente no había alborotado tanto el closet.

En la habitación se notó el mutismo de los cuerpo torpes. Ella se sentó en la cama y él posiblemente se metió al baño. Yo estaba tan quieto y callado que sentí el sonido sin vida de la falda al caer luego cayó el brasier y al final una truza tan diminuta que no hacía sombra en el suelo. Me sentí en un ataúd, en cima mio el mundo. Hacia mis pies, sobre la esquina de la cama, la mujer tenía los pies ligeramente distanciados uno del otro y apenas sus dedos punteaban el suelo. Desde ahí vino una ondulación de la cama que se hicieron intensos, cortantes, intensos y cortantes; le siguió a ese movimiento unos gemidos cortos, solitarios y dulces. Eso continuó unos minutos. Miré las prendas íntimas y puedo asegurar que saltaban en una vibración vaginal. Continué con mi forzada posición de voyeur y en la línea brillante del borde del cubrecama los pies de él entraron de pronto. No dijo nada, pude notar entonces lo que no percibí al principio, el olor a alcohol. Ella gimió más en un llamado erótico y él apagó la luz y se encendió.

El horizonte no puede soportar el peso de tus besos, se doblaría.

El amor se hizo presente sobre mí, tan intensamente que creí que atravesaría la cama. Cerré mis ojos y pude ver en la oscuridad de la noche, en la transparencia de los sonidos, las acrobacias de dos seres que se aman. Los cuerpos se conocen y se engranan tan exactamente que ni las sombras los perturban.

El cielo alcolchonado que me cubría después de una tempestad controlada, se detuvo quedando todo en silencio, incluso la ropa interior dejó de brincar en el frío suelo.

Esperé que la falta de sonido me llamara para salir de mi sarcrofago. Me deslicé con tanto sigilo que ni siquiera escuchaba mis pensamientos. Vi a aquellos cuerpos abatidos por el vaivén del tormentoso amor, ahora eran dos cuerpos desnudos arrojados por ahí, a la orilla de alguna playa calma. Estuve apunto de salir de la habitación, pero se impuso mi cleptomanía, entonces saqué los billetes que encontré en la billetera del adonis muerto.

Caminé en la oscuridad cómplice de los bellacos, pensé en Noemí, en la torpeza de no decirme a qué hora llegarían los dueños, o el lugar exacto del botín. ¿O es que ella tomó el dinero, y solo me utilizó para que sospecharan del intruso?. Introduje la llave cotidiana y antes de entrar pude ver en la esquina, la sombra del elefante que me miraba.

18/05/2016

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⏰ Last updated: Mar 09, 2019 ⏰

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