12. Interludio en Luddock: Sola

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12. Interludio en Luddock: Sola

Ashley dejó la bolsa de la compra con cuidado sobre la mesa de madera de caoba. Fue un regalo de bodas de su madre. Siempre que venía a visitarla pasaba revista a toda la casa, con especial atención a su queridísima mesa de caoba.

Ashley se la regalaría de buena gana si tanto le gustaba pero no quería ofenderla. Su relación se había enfriado desde que ella y Paul se divorciaron. Era su madre y la quería pero le costaba estar con ella en la misma habitación sin pelearse. Siempre acababa sacando el mismo tema, ella y Paul, Paul y ella.  Eso podía aguantarlo pero cuando le recordaba que también era la abuela de Aidan, la echaba de casa aguantándose las ganas de gritarle que no quería volver a verla nunca más.

Notó como se le humedecían los ojos acompañados de ese picor desagradable que asociaba a su propia debilidad. Apoyó las manos en el fregadero de la cocina y dejó correr el grifo para que el agua se enfriara. Le dolió reconocer el rostro que vio reflejado en el cristal de la ventana.

Su pelo negro estaba desaliñado y recogido en un moño poco inspirado. Unas canas incipientes se habían invitado a la fiesta y ella no se había dado cuenta hasta ese momento.

Sus ojos azules parecían apagados y grandes ojeras le enmascaraban la cara. En las comisuras de su boca pudo ver las primeras arrugas, las que su madre llamaba “de preocupación” pero Ashley no tenía nadie por quien preocuparse. Le parecía estar viendo la mujer de treinta y dos años más vieja y amargada del mundo.

Se lavó la cara con el agua de la cocina en un vano intento de borrar las lágrimas y el dolor. Las lágrimas desaparecieron pero el dolor seguía presente en su cara como una cicatriz en el cuerpo de un soldado.

Hizo acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía (que no era mucha) y empezó a guardar su compra en los armarios y en el frigorífico. Casi todo lo que comía eran comidas precocinadas y si se sentía especialmente inspirada, se preparaba una ensalada o comía fruta. Cocinar le gustaba pero simplemente no encontraba la presencia de ánimo suficiente como para hacerlo. Si no estuviera sola, la cosa sería distinta. Pero guisar para una persona sola le recordaba que vivía sola. Que ya no cocinaría jamás para Paul. Peor aún. Que jamás había podido cocinar para Aidan.

Se pasó la mano por la barriga instintivamente y la acarició. Llevó a su niño durante seis meses en su interior, pero la ansiedad que sufría le provocó un parto prematuro. Le practicaron una cesárea pero no sirvió para nada. Para cuando sacaron a Aidan de su seno, el pequeño había muerto. Su diminuto cuerpo frágil y rojo no respiraba y ni siquiera le dejaron tenerlo en sus brazos. Le sedaron y se llevaron a su hijo.

Ashley guardó el bote de maíz en el armario de las verduras y lo cerró de un fuerte golpe, intentando alejar las lágrimas. No quería pensar en ello, su madre le decía que no lo hiciera. Su psiquiatra le decía que no era sano obsesionarse con ello. Pero era a ella a quien había arrebatado su hijo antes de ni siquiera poder abrazarlo.

Su móvil vibró y danzó encima de la mesa. Ashley se secó las lágrimas que volvían a nacer y agarró el teléfono.

Era un mensaje de Facebook. Una invitación para una reunión del curso del 98 del Luddock High School. Ashley había ido a todas las reuniones hasta que su hijo murió y Paul pidió el divorcio.

Tres largos años nadando en un mar de depresión, remordimientos y sentimiento de culpa.

Tampoco echaba demasiado de menos a sus compañeros. En las anteriores reuniones había disfrutado pero porque Paul era un hombre muy extrovertido y era capaz de llevarse bien con cualquiera. Ella siempre se había sentido fuera de lugar en el instituto.

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