Suya...

Soy inexplicablemente suya, suya en aquellos momentos en los que no le tengo, suya por igual en el tiempo que estoy entre sus brazos y en la profundidad de ellos, tan solo soy suya y mi nombre es aquel que desee entregarme, he de vestir tan solo de aquello con lo que sus ojos me han vestido, danzo tan solo aquellas melodías que de su voz he oído, pues es tan solo por usted y vuestro misterio que un sutil haz de amor ha incurrido en las profundidades huecas, húmedas y siempre solitarias de mi corazón herido.

Cuanto más debo preguntarme si ha de existir luz más profunda que la de su alma, y cuanto más he de decirle que todo lo que soy y lo que poseo es totalmente suyo, que mis delirios súbitos y maltrechos llenos de psicodelia y matices sin nombre son en su totalidad por vuestra causa y que, de entre los muchos sueños obscuros que adornan mi cuerpo como sombras y visten mi sentir para disfrazarle de pureza, se encuentran sus ojos, profundos y eternos, de mirada suculenta y espesa, que por las noches es vuestra luna aquella que celosa me atosiga y persigue como si el desenfreno le hiciese su presa, aquella que nos danza todas las noches en el afán de recuperar su atención.

Hoy se, que siempre estaré a su lado, que sois el alma hermosa y pasmosa que siempre soñé amar, cual estatua de oro que es inmortal y su beldad no perece, que sois la primavera de mi vehemente sed de calor y resplandor.

Que de entre vuestras manos profiera aquella fe que un día me dijo un adiós  y que hoy ha demostrado estaremos juntos para el resto de ésta nuestra nueva eternidad.