La condena de Nutpariya

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—¡Qué mierda está pasando! ¡Se volvieron todos locos!

Ofo no podía creer lo que veía, lo único más horrorizado que sus propios ojos eran los del humano atrapado entre los fierros, puesto a girar en la jaula con forma de gota. Su hocico estaba tapado con cuero de urbugo para impedirle llamar a otros humanos. Corolaro e Ipu giraban el contractor sin vacilar, como si estuvieran acostumbrados a ello, alguno muquis ponían sus manos, hacían el ademán de ayudar, pero sus brazos flaqueaban ante la cercanía con la bestia, otros simplemente observaban aterrorizados de pie o sentados en el suelo. Ofo corrió hacia ellos con lágrimas de indignación en sus ojos.

—Ofo... Ahora no.

—¡¿Qué!? ¡Yo venía a decirles...!

No aguantó más, se abalanzó sobre Ipu y lo tiró al suelo de un zarpazo. No iba a detenerse allí, más bien fue la garra de Corolaro la que lo detuvo antes.

—¡Basta!

Ofo levantó la vista, la figura imponente de Corolaro no lo intimidaba, sentía la ira en sus venas, no iba a dejar que se llevaran al humano así nada más.

—Así que era esto, siempre fue esto. El ataque de humo en Sulga, ¡Fueron ustedes!

—No saltes a conclusiones, no es lo que parece— Ipu se incorporó limpiándose la sangre de la cara, un tajo profundo le recorría toda la mejilla desde el ojo derecho.

—¡Ofo!

—Ma-triar-ca...

—Ven, tenemos que hablar— Hizo un gesto a Ipu y Corolaro para que continuaran.

Aquel día Ofo aprendió que ni los muquis, ni los humanos eran los animales sagrados que había querido creer. Ambos eran especies sangrientas, manchas en el mundo. La tierra y el cielo iban a ser su prisión eterna, ya no tenía a dónde huir. Aquello que había anhelado y gozado estaba teñido de la sangre que emergía de la tierra mezclándose con el lodo. Lo podía sentir en el aire, se habían maldicho, toda la península estaba condenada. Tal vez no se equivocaba, pues apenas unos días más tarde ocurrió; la maldición de la península que acabaría por destruir todo en ella. O al menos, eso podrían haber pensado los humanos cuando una ola de frío arrasó con su aldea, además de la mayoría de los animales marinos y terrestres en toda la región. Para los muquis fue todo lo contrario, la tierra se calentó, además el frío que arrasaba con todo en la superficie era la bendición que erradicaría a los humanos de su península sagrada, era lo que habían estado esperando. De un día para otro, Sulga se había convertido en más que el paraíso que había sido antes de la llegada de los humanos, era la respuesta de las diosas, y todo había ocurrido bajo la responsabilidad de Yik.

—Ofo, no había querido decirlo, pero ya no aguanto más.

—Qué sucede, Garga.

—Desde que Yik asumió el matriarcado, no me gusta nada. Tu ánimo se fue a pique, hay secretos por todas partes. El gran huevo echa humo tres veces al año. Cada vez hay más de esas construcciones humanas hechas por nosotros. Estos treinta años han sido nada más que una desgracia continua.

—¿Y qué hay de la bendición de Nutpariya?

—¿Cuál bendición? La tierra está un poco más caliente ahora, no es la gran cosa. Dijeron que el frío mataría a los humanos, lo hicieron ver como un milagro, pero los humanos siguen ahí. Nada cambió.

—No te molestes, Garga, yo pienso lo mismo.

—¿En serio?

—Nosotros no nos merecíamos ningún milagro. Todo lo contrario.

Garga y Ofo salieron al túnel, donde un grupo de infantes jugaban con zagles que saltaban en todas direcciones. Mientras Ofo la ponía al corriente de todo lo que había visto treinta años atrás, se veían a sí mismos en esos niños, esa ingenuidad. Cómo habían cambiado las cosas.

—Y ahora quieren que vayamos a investigar de nuevo.

—¿Qué?— Yik había hablado con Garga, seguramente se imaginaba que de habérselo planteado a él, hubiese recibido una negativa rotunda.

—Así es, la Matriarca solicitó mi presencia ayer. Me pidió que excaváramos un sector, los dos, según instrucciones que recibiremos en el lugar...

—¿Ipu estaba allí?

—¡Por supuesto que estaba allí! ¡Está en todos lados! Cómo me desagrada ese sujeto...

—¿Y qué le dijiste?

—Que lo hablaría contigo, en todo caso me aseguró que no tenía nada que ver con humanos, que han observado ese lugar y no hay construcciones humanas allí. Ofo... ¿Tienes alguna idea de qué se trata?

—Si te quieren a ti en ello, sólo puede ser una cosa.

Yik caminaba por los túneles junto a Corolaro, aparte de Ofo y Garga, los acompañaban Auco y un zagle que seguía a Corolaro a todas partes desde la bendición de Nutpariya. Recorrían el túnel central con paso tranquilo, Yik y Corolaro se agarraban las barbas con las manos para no ensuciarlas con el barro. Todo estaba en orden, salvo el hecho de que se acercaban cada vez más a la aldea humana. Garga no podía saberlo por ningún motivo, si se enteraba, le entraría un ataque de pánico. Cuando Yik se detuvo, Ofo aguantó la respiración, estaban justo en el centro del área de humanos, en el lugar especial de Yik, donde se habían cruzado un fatídico día treinta años antes.

—Estamos rodeados de humanos— Todos los ojos se pusieron sobre Garga, en cierta forma, los otros tres tenían la esperanza de que ella no lo notara. —¿Qué? ¿Creían que por ser la primera vez que los huelo, no iba a saber lo que es?

—Tranquila Garga, debes pensar que esto es una estratagema para usarte de esa forma, pero no es así. Hemos cavado lenta y silenciosamente el camino hacia una de las rocas que tienen tierra en su interior, como señalaste cuando ayudaste a Ofo a cavar estos túneles. Sólo queremos que lleguen a esa tierra.

—Por qué. Qué hay allí.

—No lo sabemos, eso es lo que queremos averiguar. Pero desde la superficie sólo sabemos que hay un cúmulo de árboles muy tupido y que los humanos no se le acercan.

—Muy bien Matriarca, lo haremos, pero respóndame una pregunta.

—Qué es.

—Han estado sacrificando humanos al huevo de luminita todos estos años, ¿verdad?

—Sí— La respuesta cruda de Ipu no fue una sorpresa para Garga. Lo fue para Ofo, que era el único lo suficientemente ingenuo, y lo fue para Yik, que esperaba que al menos Ipu defendiera su decisión.

Garga y Ofo hicieron lo que se les había solicitado. Vaciaron la tierra de la roca, revelando un pequeño huevo de luminita en la superficie. Por orden de Yik, la roca se volvió a rellenar con piedras y no se habló de ello nuevamente. Eso fue lo último que Garga y Ofo hicieron en la península, no podían aceptar lo que estaba ocurriendo, decidieron mudarse a otro continente. Sulga seguiría sacrificando humanos en secreto, convirtiéndolos en humo que salía por sus chimeneas. Éstas aumentarían en número, pues la luminita parecía exhalar más humo con cada sacrificio.

Ofo dejó de mirar al cielo y pronto se hizo notar por sus habilidadescomo cavador, al igual que Garga por su habilidad culinaria. Las cosas volvíana la normalidad, a su curso natural para ellos. Y los años transcurrierontranquilos hasta el día en que la noticia del derrumbe de Sulga llegó a susoídos. De alguna forma no les sorprendió, el gran huevo de luminita, el hitopor el que la capital era más conocida, había colapsado, se había resquebrajadoy destruído desprendiendo toneladasde una materia viscosa pestilente. Centenares de muquis habían perecidoahogados en el sedimento y muchos más cuando millones de metros cúbicos detierra y roca ferrosa se desplomaron sobre el espacio de la ciudad que habíaquedado de pronto sin su estructura principal. Nunca se supo a ciencia ciertael motivo por el que el huevo gigante se había roto, algunos creen que acabópor colapsar naturalmente bajo el peso de las rocas ferrosas, al concentrarestructuralmente demasiada carga, otros sugieren que se trataba de un huevo dealgún animal prehistórico que, al no alcanzar las condiciones para suincubación, terminó por pudrirse. Garga y Ofo barajaban una teoría distinta,aunque, naturalmente, optaron por no compartirla con los demás.   

La Mariposa de Hierro (Parte 2 de La Ciudad Desesperada)Where stories live. Discover now