Querido Will

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Su estado de consciencia apenas podía llamarse tal; por unos cuantos segundos, más de los que debería tomarle a una mente sana, Will puso en duda su lugar en el mundo y el tiempo. ¿Dónde se encontraba? ¿Estaba vivo siquiera?

En efecto, seguía existiendo, ¿por cuánto tiempo más? Eso es una pregunta aparte.

Sintió una mascarilla de frío plástico apretada contra su boca, y escucho el pitido incesante de maquinas en ardua labor de arrebatar su alma de las garras del Ángel de la muerte.

—¿D-dónde estoy? —dijo, o más bien, tal era la intención; pero entre el sentirse atrapado en esa máscara, y la debilidad de su cuerpo, ¡quién sabe si su mensaje fue recibido!

Abrió los ojos con lentitud; lo primero que divisaron fueron los de su madre, coloreados de un rojo intenso, y con marcas del rumbo que sus lágrimas recorrieron por sus mejillas rosadas.

Sintió en su frente la caricia de la mano de ella, con un calor de afabilidad como sólo una madre puede proporcionar.

—Tranquilo Will, tranquilo —dijo casi al ritmo de un arrullo—, estás bien ahora.

Hubiera respondido antes, pero seguía carente de tal capacidad. A lo mucho, podía denotar emociones con su mirada, y eso era el alcance de su poder.

—Hay alguien deseosa de verte —ella le dijo.

Will finalmente logró que su mente aterrizara, y recordó los detalles de la noche anterior... o hasta dónde él seguía suponiendo debía ser la noche anterior.

—Pasa, ya está despierto —la madre dijo tras abrir la puerta del cuarto del hospital.

Y entró ella; Sarah: su rostro cubierto por su larga cabellera, como un escudo, o un muro edificado para mantener cierta distancia; el reflejo de la luz de uno de sus ojos se filtró por un pequeño espacio entre sus rizos y ondas capilares. Y todavía su figura vestía las ropas del baila. Por lo menos se dio una idea que no debió haber caído en inconsciencia durante tanto tiempo, a menos que fuera una desagradable tortura de parte de ella.

—Los dejaré solos —la señora Hoggard comentó.

Se fue, y Sarah no dijo palabra alguna; su respiración era muy lenta y profunda. Will casi sintió que la máscara de oxígeno estaba en el rostro erróneo.

Pero lo que de verdad preocupaba al rubio era el saber cómo eventualmente la morena le soltaría su parecer; no con palabras.

No con gritos.

No con el agudo lamento del llanto.

Will notó una hoja de papel enrollado en aquellas manos oscuras de su todavía pareja; se acercó con lentitud, cual si meditara cada paso, como si cada pequeño centímetro que se avanzara estuviera puesto en debate en el interior de su cabeza y hasta de su corazón,

La colocó en una mesa lateral, y salió de la habitación, no sin antes tomar la palma diestra del rubio, y besarla con gentileza.

Will pudo notar que era un pequeño sobre, el cual no tendría la oportunidad de leer al instante, y no dejaría que su madre lo hiciera por él, pero estaba dispuesto a recibir el mensaje más temprano que tarde.

Tenía que hacerlo, y más le vale que así fuera, no sólo por él, sino para gratificar de algún modo los esfuerzos de Sarah.

"Querido Will:

Si puedes leer en esto, quiere decir que debo de agradecer a Dios o Diosa o quién sea de que sigas aquí, porque por un momento, pensé que no te volvería a ver. No necesita pasar más de un día para saber que esa imagen de verte caer en esa pista de baile es una que se quedará grabada en mi memoria hasta el día de mi muerte.

Amor Para DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora